domingo, 21 de noviembre de 2010

El Centro Histórico y su red eléctrica

Antonio Gershenson
21 de noviembre
La Jornada

Desde principios del sexenio pasado se empezó a trabajar en la renovación de las calles del Centro Histórico y la infraestructura que hay bajo ella. Se trataba de que los efectos de la renovación tuvieran una duración muy larga. La capa de la calle era en total de 40 centímetros de espesor. La primera mitad era una mezcla más suave, la de arriba es de concreto hidráulico, muy resistente. La idea era que esta combinación resistiera los hundimientos desiguales que se han dado en esa parte de la ciudad. Se calculó que las obras durarían 50 años.

También los conductos –de agua, drenaje, electricidad para el alumbrado público y cables para los teléfonos y los que alimentan la energía eléctrica en general– tenían esa resistencia. Por ejemplo, los aislantes de los diversos cables son de un material muy resistente, pero también flexible, con la misma idea: un hundimiento desigual no iba a romper el cable ni su aislamiento.
En el caso de la red eléctrica, la de alta tensión se instalaba, lógicamente, a mayor profundidad que la de tensión media. También se renovaron de manera similar las banquetas. La mayoría de las calles situadas entre el Eje Central, el Zócalo y 20 de Noviembre fue transformada, y algunas más.

Menciono esta experiencia –me tocó no sólo trabajar en estas obras, sino participar en reuniones preparatorias de las mismas– porque se habla de que las instalaciones de Luz y Fuerza del Centro en el Centro Histórico simplemente son obsoletas, y buena parte de éstas no lo son, ni mucho menos.

No sólo hay que recordar esto. El Centro Histórico, como otras partes de la ciudad, tiene red de distribución eléctrica subterránea. Transformadores, cables y otros componentes están bajo tierra, en bóvedas o en ductos. Y no sólo eso, sino que tiene red subterránea automática. Esto quiere decir que hay un sistema computarizado que si detecta, por ejemplo, insuficiente energía en un área, si detecta bajo voltaje, envía a la zona del problema más energía de otras partes, y el voltaje se recupera, queda igual que el de éstas.

Es cierto, además de lo dicho, que hay zonas importantes de la red que ya son viejas. Pero para el personal que la Comisión Federal de Electricidad (CFE) y la mayoría de quienes recibieron esa red para su atención, que son de empresas privadas de otras ciudades, más que encontrar chatarra, encontraron equipos demasiado avanzados para su experiencia anterior, en ciudades que no tienen nada de esto.

Entre los numerosos hechos similares, el 11 de noviembre pasado estallaron varias bóvedas subterráneas del Centro Histórico, con numerosos heridos y varias horas de suspensión de la energía eléctrica.

Me voy a referir a datos publicados hace unos días en estas páginas, provenientes de la Secretaría de Protección Civil del DF. En 2007, con una buena parte del Centro Histórico recién renovada, el número total de incidentes con la red eléctrica –explosiones, cortos, incendios y otros hechos– fue de sólo siete; en 2008 fueron 30. Seguía habiendo obras en el centro, pero ya en partes más marginales y posiblemente con menor consumo eléctrico que el de las áreas principales. Ya en 2009, año en que durante casi tres meses la zona de que hablamos fue atendida por CFE y las empresas que contrató, fueron 74 los incidentes.
Y en lo que va de 2010, los percances eléctricos fueron 152. ¿Qué mantenimiento podían dar a esta red la CFE y las empresas que contrató? ¿Qué sabían de la red subterránea automática? ¿Qué mantenimiento sabían que había que darle, y cómo? ¿Y esas bóvedas con un gran transformador? ¿Por dónde llega la alta tensión? ¿O incluso, por dónde sale la tensión media, que de todos modos son 23 mil volts? No es casual que se hayan accidentado empleados de algunas de esas empresas privadas.

Todo esto nos da una idea de la gran irresponsabilidad implicada en destruir todo un dispositivo que construyó y dio mantenimiento durante décadas a esta red eléctrica, y ponerlo en manos de la CFE, que no conocía esta red, sino también de empresas privadas que menos la conocían.

Ahora se anuncia una nueva red. El director general de la paraestatal prometió que durante las obras no habría ningún apagón (¿puede cumplirlo, después de los 152 eventos de este año?). El encargado de este proyecto por parte de la CFE dijo que “no se trata de reparar la red existente, debido a los elevados riesgos que implica”.
No aclara nada sobre las amplias áreas arregladas en años recientes, como parte de la renovación general, ni en qué medida los riesgos son por la ignorancia del personal de CFE y sus contratistas. Tampoco aclara por qué antes no había esos “elevados riesgos”, por ejemplo en 2007, cuando hubo sólo siete incidentes, frente a los 152 de lo que va de este año.

También dice el funcionario que “sólo en algunos sitios se tendrá que abrir zanjas en el pavimento” y que se usarían topos. ¿Y los 50 años de duración de las obras relativamente recientes? ¿Seguro que deben cambiarse esas amplias áreas renovadas, incluyendo la red eléctrica, a partir del sexenio pasado? ¿Qué tanto de las nuevas instalaciones subterráneas, como ductos y cables, va a ser destruido por los topos?

Ya sé que lo que sigue les va a doler mucho y que nunca lo van a reconocer, pero miembros del Sindicato Mexicano de Electricistas, como ingenieros, técnicos y trabajadores de Luz y Fuerza del Centro, fueron parte activa de estas obras. Y deberían ser parte de la solución. También, por lo menos, deben participar algunos de los que se desempeñaron en la transformación del Centro Histórico en general, antes que de empiecen a destruir una obra tan importante en esa zona de la ciudad.


http://www.jornada.unam.mx/2010/11/21/index.php?section=opinion&article=020a2pol