domingo, 17 de septiembre de 2017

Sufren olvido en periferia de Juchitán

Unión Hidalgo, Oaxaca.- Petrona Orozco cuenta que el Gobernador de Oaxaca, Alejandro Murat, vino una vez y hasta visitó su casa derruida por el temblor.
Murat entró y vio los escombros de la casa de ladrillo que le heredó su padre a Petrona Orozco: un televisor roto, un refrigerador aplastado, un baño sin techo y el recuerdo.
“Yo me quedé en esta casa porque fui la que se quedó con mi papá. Yo enterré a mi padre con mi madre”, cuenta Petrona rodeada por ruinas.
“Cuando vino el Gobernador, lo invité a mi casa para que viera cómo perdí mi patrimonio. Me dijo que mi caso era especial, porque yo tengo una enfermedad en el pie, yo así nací”.
La casa de esta afectada por el sismo en Oaxaca se cae cada día un poco más por las réplicas que han seguido al temblor más potente de la historia del País; pese a eso, ella, su esposo y su hijo adolescente duermen en el cuarto menos dañado.
La población indígena de este Municipio del Istmo vive a merced del riesgo por la cantidad de viviendas que se resquebrajaron con el sismo, las cuales permanecen de pie sostenidas casi con alfileres.
En la región del Istmo hay un peligro invisible que es La Ventosa, región donde soplan fuertes vientos como para hacer girar los cientos de molinos de viento del parque eólico que suministra energía a la CFE.
El Alcalde de Unión Hidalgo, Ulises Escobar, estima que en el Municipio hay un millar de casas dañadas, la mitad por pérdida total.
Una brigada de voluntarios de la Ciudad de México y funcionarios de la Delegación Miguel Hidalgo se encuentra en este Municipio desde el martes para ayudar a los pobladores a demoler las viviendas con daño irremediable y recuperar los materiales útiles para reutilizarlos en una reconstrucción posterior.
La Delegada, Xóchitl Gálvez, que llegó hoy con más voluntarios, gestionó con empresarios de la CDMX y el Estado de México el alquiler de maquinaria pesada para las demoliciones.
Por las noches, para eludir la canícula, los trabajadores ponen a funcionar las “manos de chango”, las cuales hunden los dientes en los techos y las paredes de las casas dañadas como si fueran a rebanar mantequilla; hasta ahora, han tumbado 11 viviendas.
Mientras tanto, Petrona Orozco, que vive en el centro del Municipio, se resigna a la pérdida.
“A mí me duele mucho. No quisiera perder mi casa más de lo que ya la perdí, porque yo no tengo el recurso suficiente para poder levantarla nuevamente”, comentó con una voz que se apagaba poco a poco.
“Yo lo único que le pido al Gobierno de México es que nos apoye, por favor. Que se toque el corazón, que nos construya una casita”.
El Alcalde Escobar trajo malas noticias para Orozco, pues le avisaron altos mandos del Gobierno que sí habría reconstrucción, pero que serían solamente cuartos de 50 metros cuadrados.
Los pobladores de Unión Hidalgo se arremolinaron alrededor del Alcalde a quien le reprocharon no haberlo visto desde el jueves 7 de septiembre cuando ocurrió el sismo, día en el que 8 personas fallecieron en la localidad.
“Se está diciendo que yo estoy vendiendo las despensas, pero es una total mentira”, es lo primero que dijo el funcionario, aunque nadie le había reclamado nada.
Una vez que Escobar habló, los oaxaqueños le urgieron seguridad, porque de noche, dicen, la rapiña comienza a acechar, ya que a los brigadistas intentan robarles los tambos de diésel que utilizan para la maquinaria y a las familias les quitan lo que les queda.
El Alcalde escuchó las peticiones de los pobladores y prometió que de ahora en adelante dos policías municipales harán rondines, cuando en realidad la corporación posee 32 agentes y dos patrullas para la protección de 14 mil personas.
Petrona Orozco se quejó de que la única ayuda que ha visto llegar al Municipio ha sido la enviada por la Ciudad de México y es por ello que sobre la Carretera La Venta-Unión-Hidalgo familias completas han tenido que detener a los conductores para pedirles dinero o comida.
Por ahora, la Delegada Gálvez exigió a los pobladores cooperación en la demolición de las casas de vecinos necesitados para así anotarlos en una lista de espera.
Al saber de esto, Petrona, con su pie que cojea, envió a su hijo de 14 años a ganarse un lugar en aquella lista.
Fuente: Reforma