La premiación más reciente a Elena Poniatowska (el Cervantes, que se le entregará en España en abril próximo) lo es a sus letras y su estilo, pero también, y especialmente, a los temas y las formas que ha usado para abordarlos. El más importante de los reconocimientos a la escritura artística en español llega a México justo cuando el país vive sumido en graves problemas de los que cotidianamente da cuenta la Poniatowska periodista, contra los que protesta la Poniatowska ciudadana y de los que se nutre la pluma de la Poniatowska literata.
Los múltiples temas y matices de la Elenísima mexicanísima provienen de una persistencia en la observación y el acompañamiento de una sociedad en permanente lucha y resistencia contra los poderes y el olvido. Su voz, sus voces, dan cuenta de inmediato, apenas sabida la buena nueva, de las preocupaciones profundas del país del que ella ha sido cronista durante décadas. Es decir, el hambre, la miseria, la injusticia, las reformas legislativas, los maestros, el petróleo y los energéticos, para dar ejemplos. En el cuadro de la tragedia mexicana, de su rosario de desdichas, de la apatía y el conformismo cabalgantes, reconforta el reconocimiento internacional a su voz, a sus voces.
Un tratamiento tosco de la realidad nacional, y su impacto en la máxima caja de resonancia que es la capital del país, fue el dado ayer por la mayoría de integrantes de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. A contrapelo, por ejemplo, de lo hecho un año atrás, cuando se realizaron adecuaciones jurídicas para permitir la libertad de jóvenes detenidos en la batahola plena de provocaciones que se vivió en el Centro Histórico el mismo día de la toma de posesión de Enrique Peña Nieto, ahora el bloque perredista, con excepción de la corriente denominada Izquierda Democrática Nacional (el bejaranismo), aprobó un endurecimiento de las acciones y castigos de hechos delictivos cometidos en el curso de manifestaciones públicas de protesta, con especial protección a los agentes policiacos que intervengan en el control o represión de esos actos.
La aprobación de una mano más enérgica contra expresiones de descontento social no embona con el enfoque que debería tener la izquierda electoral en una ciudad caracterizada por buscar la vanguardia en cuanto a derechos y libertades. Cierto es que diversas protestas públicas recientes, sobre todo las de profesores de la CNTE y de grupos juveniles identificados con el anarquismo han generado graves problemas viales y parecen institucionalizar los choques violentos, pero apretar tuercas en un solo sentido, como lo está haciendo la ALDF, significa privilegiar la visión represiva que anida en las cúpulas del gobierno federal priista y sumar el peso estratégico de la capital progresista a los enfoques de control social mediante la fuerza que demandan diversos segmentos derechistas o conservadores de todo el país.
Miguel Ángel Mancera, como jefe político de la ciudad, dispuesto en otros casos a hacer magnos esfuerzos para que en esa asamblea legislativa se apruebe o rechace lo que a su interés conviene, pareciera estar pagando con esta moneda de incremento represivo los favores presupuestales que tienen como emblema el fondo de capitalidad, dirigido justamente a compensar los problemas derivados de las protestas que afectan al Distrito Federal sin tener origen o causa en él. Y los grupos perredistas que dominan la ALDF (en su mayoría, alineados con el chuchismo), y que ahora han necesitado del concurso de los demás partidos para suplir el vacío de los bejaranistas, con este paso en falso ayudan al régimen a encubrir los motivos profundos de la irritación social, agravando las penas a delitos ya existentes que por sí mismos deberían ser suficientes en sus términos anteriores y otorgando virtuales licencias para excesos policiacos como los ya conocidos en fechas recientes, entre grupos de provocadores provenientes incluso de flancos gubernamentales federales y segmentos ciudadanos auténticamente hartos de las protestas pacíficas tan rutinarias como desatendidas.
El anterior jefe de gobierno, Marcelo Ebrard, corresponsable, junto con su tabasqueño antecesor, de la instalación de Mancera en su puesto actual, argumentó ayer en el programa radiofónico conducido por Joaquín López Dóriga que no fue este domingo al acto perredista en defensa del petróleo porque considera que la cúpula del sol azteca no está desarrollando esa defensa como debiera. El débil posicionamiento explicatorio de Ebrard en este tema (centrando la inconformidad en una persona: Jesús Zambrano) forma parte de un decaimiento político sostenido que le ha afectado desde que dejó el gobierno capitalino y que no le ha permitido comenzar de inmediato su campaña por la Presidencia de la República, como había anunciado con optimismo contenido hace un año, pero ni siquiera la correspondiente al liderazgo del sol azteca que entonces le parecía una estación natural de paso rumbo a 2018.
Ebrard tampoco pudo levantar vuelo cuando de botepronto quiso convertir en plataforma de despegue las declaraciones londinenses de Enrique Peña Nieto con las que confirmaba su intención de dar garantías a inversionistas extranjeros para que entraran al negocio petrolero mexicano. Los Chuchos, originalmente proclives a impulsar al ex jefe de gobierno a la presidencia del PRD, se sintieron plenamente fortalecidos por los réditos del pactismo y prefirieron impulsar a un propio, Carlos Navarrete.
Pero ahora todo parece encaminado a abrir la puerta a Cuauhtémoc Cárdenas para que, previas reformas estatutarias que se realizarían en esta semana, pueda volver al timón de la nave que fundó. Ebrard, así, se iría quedando con nada o con muy poco, mientras se fortalecen y atrincheran los Chuchos, el cuauhtemismo y sus aliados como la corriente encabezada por Amalia García y los grupos afines a Rosario Robles. Al fondo, inconfeso por parte de esos perredistas reagrupados, está el factor Morena-AMLO, frente al cual los Chuchos carecen de la fuerza y autoridad que pretenden obtener del Cid Cárdenas. ¡Hasta mañana!
Fuente: La Jornada| Julio Hernández López