Apesar de que la mayoría de los triunfos en los Juegos Panamericanos recién terminados se consiguió sin el apoyo real del gobierno federal, e incluso contra lo que en este mismo ámbito se preveía, el licenciado Calderón se ha aparecido radiante por cuanto medio propagandístico ha podido para colgarse de esas medallas y pretender que constituyen un logro más de su administración, en un claro lance de oportunismo y desmemoria.
El deporte mexicano sigue siendo rehén de los cárteles políticos no solamente sexenales, sino los institucionalizados, a través de décadas en que personajes sombríos, especializados en otros menesteres, se han constituido en caciques de federaciones, confederaciones, comités y órganos gubernamentales diversos, concentrando un arbitrario poder para seleccionar y promover deportistas conforme a impulsos individuales y manejando ríos de dinero del cual poco o nada ven los practicantes de esas disciplinas que, por amor a ellas, deseosos de salir adelante aunque sea con apoyos mínimos, luego acaban consiguiendo triunfos personalísimos de los que de inmediato, atropelladamente, tratan de apropiarse para fines de imagen los medallistas fofos y tramposos de la política mexicana, que por sí misma apenas merece últimos lugares.
Y sin embargo... los Juegos, en sí, fueron un éxito. Contra las fundadas previsiones de fallas que habían generado los diversos episodios de tardanzas, incumplimientos y litigios vividos durante meses y semanas previas al arranque de las competencias, éstas transcurrieron plácidamente, con una entusiasta participación del público (aunque el lunar más notable, en estas dos semanas de competencias, fue el sistema de asignación de boletos), con una cosecha extraordinaria de premios dorados (casi el doble de lo previsto, aunque una parte de las preseas provinieron de deportes no olímpicos), sin atentados ni amenazas de bandos del narcotráfico y con un aire de satisfacción colectiva que de inmediato ha sido traducido como una demostración de la capacidad real del pueblo mexicano para cumplir proyectos grandes y exitosos, vencidas –dicen los entusiastas– tanto la histórica reticencia al triunfo como una especie de culto a la mediocridad.
Por desgracia, los cantos épicos del panamericanismo no tienen la misma fuerza cuando se va más allá del ceremonial deportivo. Apagada la flama de esos juegos, la realidad mexicana se reinstala aplastante, exigente, seca. Pasada la fiesta viene la cruda, sobre todo en materia de gastos, endeudamientos, despilfarros y corrupción. Los mismos políticos oportunistas y los mismos dirigentes deportivos mezquinos continuarán desviando recursos a otros destinos (también a las chequeras personales), mientras los deportistas seguirán batallando por falta de previsión, continuidad, apoyo y honestidad en las cúpulas.
No está fuera del radar posterior a lo panamericano la elección de gobernador de Jalisco, el año venidero. Salvo que en estos meses posteriores a la gran fiesta salten datos y hechos graves que empañen lo logrado en los Juegos, es probable que mediante PAN y circo se hayan conseguido disolver en la epidermis los episodios más criticados a lo largo de la administración de Emilio González Márquez y que el partido de blanco y azul haya ganado puntos de emotividad, a partir de un orgullo regional fortalecido, que le permitirían enfrentar en mejores condiciones al priísmo estatal que apenas dos semanas atrás parecía muy encaminado a recuperar la gubernatura en 2012, ya fuera con el presidente municipal de la capital, Jorge Aristóteles Sandoval (apoyado por el grupo que domina la Universidad de Guadalajara, aunque también bajo recelo a causa de la fuerza que podría alcanzar, lo que no gustaría al jefe Raúl Padilla), o con el senador Ramiro Hernández.
Del lado panista, el grupo del ex gobernador Francisco Ramírez Acuña ha visto que se complican las posibilidades de Abraham González Uyeda, quien fue subsecretario de Gobernación en un tramo vinculado con las maniobras para permitir apertura de casinos. Del lado del actual mandatario, González Márquez, está su secretario de gobierno, Fernando Guzmán Pérez Peláez, representante de la línea de ultraderecha en busca de continuidad. La izquierda, poco desarrollada en la entidad, tendría posibilidades de crecimiento con Enrique Alfaro, actual alcalde del municipio conurbado de Tlajomulco, pero enfrenta el virtual veto del dueño del Grupo Universidad.
En otra cancha, la de Coahuila, el medallista de oro en endeudamiento, Humberto Moreira, ha elaborado una jugada de presunta fantasía que no le está funcionando. En busca de un chivo expiatorio que le permita no perder por descalificación otra presea, la de presidente del PRI, fue detenido y raudamente liberado bajo fianza el ex secretario de finanzas del gobierno coahuilense. Pero el truco es tan evidente que en términos de opinión pública no ha funcionado, y el panismo felipista sigue con la mira puesta en el premiado bailarín norteño.
Tampoco avanzó hacia el podio de los honores una propuesta exploratoria de relecciones presidenciales a la que poca atención se le había puesto y que en esta sección fue denunciada semanas atrás. En el proceso de definir formas de sustitución del Presidente de la República en caso de ausencia definitiva se había incluido la posibilidad de que hubiera un presidente provisional y que éste, luego de cumplir tal función, conservara su derecho a ser postulado como candidato al mismo cargo. Por fortuna ese raro ensayo fue desechado en San Lázaro.
Y, mientras el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad comienza hoy, a las seis de la tarde, en el Ángel de la Independencia, la velada de recuerdo y denuncia de lo sucedido a muchos mexicanos muertos a causa de la “guerra” contra el narcotráfico, ¡hasta mañana, viendo que en la UNAM juegan a la “democracia” dirigida, de resultados ya sabidos, con cinco cartas aparentes y una sola decisión continuista ya tomada en la persona de José Narro!
Fuente: La Jornada