Luis Videgaray Caso es algo así como el cerebro y el sistema motriz de Enrique Peña Nieto. Su creciente celebridad como pilmama intelectual de primerísimo nivel es proporcional a las deficiencias del personaje al que sirve, de tal manera que las quinielas respecto a la integración de un presunto gabinete priísta dudan entre considerarlo como un natural candidato a la secretaría de hacienda (lo cual sería la restauración de la línea y el mando de Pedro Aspe, quien estuvo en esa oficina a lo largo del primer salinismo) o apostar a que el tutelaje que ejerce sería tan imprescindible en la inmediatez del Presunto Presidente Peña que éste acabaría nombrándolo coordinador del gabinete o jefe de la oficina presidencial, aparentemente al estilo de José Córdoba Montoya respecto a Carlos Salinas de Gortari, aunque en esta hipótesis mexiquense actualizada el papel del oficinista sería notablemente superior al conocido de 1988 a 1994.
Tales elucubraciones que dan por sentado el arribo del segundo salinismo, esta vez copeteado, se topan cotidianamente con lo que el propio Videgaray calificó ayer, en defensa propia, como cantaleta. Una y otra vez, en letanía manifestante, se habla de los artificios mercantiles con que el priísmo construyó un excedente de votos que le permitiera declararse en posesión de la Presidencia de la República. En las calles, en manifestaciones pacíficas pero enérgicas, los estribillos y las pancartas dan constante cuenta de la convicción social de que hubo fraude, que fue preparado y ejecutado minuciosamente a través de una fase remasterizada de la adulteración electoral: la masiva compra del voto y el uso de tarjetas para el pago de la estructura electoral (Monex) y de la fidelidad votante (Soriana).
Ayer, en conferencia de prensa ofrecida por Andrés Manuel López Obrador y Ricardo Monreal, el mencionado Videgaray fue señalado como copartícipe de maniobras de triangulación de fondos que, por principio de cuentas, sugieren fundadamente estar en presencia de maniobras típicas del lavado de dinero y que, además, de manera natural, dada la relevancia del citado personaje, que fue coordinador de campaña de EPN, y de su experiencia en asuntos de dinero, apuntan hacia formas de financiamiento irregular, delictivo, de las andanzas peñistas en tareas de proselitismo y de la magna operación nacional de compra de votos y pago de mapaches.
La acumulación de pruebas e indicios de fraude electoral es tomada con parsimonia por la cúpula de tres colores. Ayer se dieron datos firmes de una cuenta de Scotiabank que fue alimentada por otra, de Bancomer BBVA, correspondiente al gobierno del estado de México pero manejada por el entonces coordinador priísta Videgaray, con movimientos de miles de millones de pesos de febrero a junio, en plena campaña electoral. Y así asoman y se entremezclan datos correspondientes a Monex, Mifel, HSBC, Soriana y las tesorerías del estado de México y otras entidades aliadas, pero Pedro Joaquín Coldwell, Jesús Murillo Karam y Luis Videgaray Caso se mantienen en sus propias cantaletas: la elección presidencial fue límpida y equitativa, no hay pruebas de lavado de dinero ni de otros actos de delincuencia organizada, y los malos perdedores no hallan qué inventar. En ese desgranar de frases hechas apareció ayer Videgaray, acusando con palabras a quienes le acusan con documentos, de buscar a toda costa subirle de volumen a sus cantaletas.
En otra locación (geográficamente distante pero políticamente cercana al PRI), el ex gobernador de Quintana Roo, Mario Villanueva, ha aceptado su culpabilidad en asuntos de lavado de dinero. Caído en desgracia durante el zedillismo, detenido en México y luego extraditado a Estados Unidos, el polémico ex mandatario, apodado El chueco, aceptó en Nueva York la culpabilidad en la construcción de pecuniarios lavatorios. Aun cuando ese reconocimiento tiene visos de formar parte de un arreglo para que la sentencia contra el enfermo ex gobernador priísta sea notablemente disminuida, jurídicamente, queda asentado el uso del poder político en México, durante los tiempos hegemónicos del PRI, para beneficio del narcotráfico y de sus necesidades de movimiento de dinero.
Villanueva es un representante en desgracia de la élite de la narcopolítica mexicana, y sus credenciales políticas indelebles son las del priísmo. En Quintana Roo, donde subsisten los peores vicios de ese dinosaurismo clásico (con gobernadores dedicados a la fiesta y la frivolidad, como el actual, Roberto Borge, o su antecesor, Félix González Canto, gustosos gerentes del dejar pasar), hay una corriente social a favor de quien ahora ha confesado ser lavador de dinero, a tal grado que su hijo, Carlos Mario Villanueva Tenorio, es el presidente del municipio de la capital, denominado Othón P. Blanco y en el que está la ciudad de Chetumal.
Las cantaletas, como se puede ver, tienen más sustento del que se les quiere reconocer. No puede haber legitimidad en una autoridad que hubiese sido formalmente electa si no se desahogan previamente todos los juicios e incidentes relacionados con la manera como un aspirante a ejercer el poder se hizo de las primeras constancias de mayoría, sobre todo si las acusaciones son suficientemente fundadas, como ha sucedido con los casos denunciados y sustanciados por el lopezobradorismo, y, aún peor, si no se valora en estado de máxima alerta que los hechos consignados no corresponden solamente a fases anteriormente predominantes en las artes del fraude electoral (numéricas, contables, sucedidas en las horas específicas de vigencia de las mesas receptoras de votos o de su posterior almacenamiento y posible adulteración) sino a las redes de la delincuencia organizada, del lavado de dinero, de la triangulación de fondos, del saqueo descarado de fondos públicos.
Y, mientras México hace a Estados Unidos la cuarta compra de maíz más importante de la historia de este país (en la década de los ochentas, la URSS hizo otra enorme adquisición, antes de disolverse), ¡feliz fin de semana!
Fuente: La Jornada