El cierre de fin de sexenio acusa una sintomática virulencia en el tema del narcotráfico que no solamente se refleja en el incremento de las cifras macabras sino, en estos momentos políticos difíciles, en una sensación creciente de que los grupos en pugna (tanto los atrincherados en la institucionalidad como los expresamente considerados criminales) han entrado en una fase de desesperación activa frente a la cual no hay opción de control o combate eficaces.
La percepción de desamparo absoluto proviene del número de muertos y de la dispersión geográfica de los hechos de sangre, pero también o, tal vez, sobre todo, de la conciencia de que se ha entrado en una fase en la que las voces y los mandos tradicionales entran en pugna y establecen dichos y contradichos en condiciones nunca antes vistas. Marinos y agentes estadunidenses contra federales sin que el siempre protagónico Genaro García Luna atine a dar cara de manera pública, como si por primera vez en su largo reinado de fuego estuviese frente a adversarios de mayor poder o como si estuviesen en curso los ajustes de cuentas correspondientes al término del calderonismo y el inicio de nueva administración gerencial del gran negocio de cada sexenio.
Pero también hay órdenes y contraórdenes (un desorden, según el conocido silogismo militar), versiones y desmentidos, asomos y recular en sucesos como los de Liévanos, en el emblemático estado de México o en Jalisco. En el primer caso hubo suficientes versiones, recogidas en portales informativos de Internet, respecto a un presunto enfrentamiento entre bandos contrarios de narcotraficantes, con un saldo de cuando menos 30 muertos. Mas no quedaron cuerpos para comprobar la historia de un enfrentamiento del que se mencionaron en detalle tanto las poblaciones involucradas como el largo tiempo de los tiroteos.
No es la primera vez que se habla de que los miembros de los cárteles confrontados recogen a sus caídos. También se habla de que las propias fuerzas federales exterminadoras recogen con ayuda mecánica los restos mortales para borrar evidencias de masacres con tufo a limpieza social. El peñanietista secretario de Seguridad Pública del estado de México negó enfáticamente cualquier posibilidad de que se hubieran producido los hechos señalados en las redes sociales. Ayer, sin embargo, el gobernador Eruviel Ávila reconoció que hubo disparos en la zona de Luvianos, pero sin mayores consecuencias.
En Jalisco también hay misterios por resolver. Así como en mayo de 2010 se habló de que la Marina había apresado al jefe de la plaza occidental, Ignacio Coronel (incluso el entonces secretario general de gobierno de la entidad habló del asunto, con el secuestro de Diego Fernández de Cevallos como turbio telón de fondo), ahora el mismo cuerpo acuático de aplicada actuación terrestre ha generado gran ruido al detener a algunos integrantes del cártel Nueva Generación, de Jalisco, entre la extendida versión, dada a conocer el mismo día de los hechos en diversos medios electrónicos, de que entre ellos iría el máximo jefe, Nemesio Oseguera, apodado El Mencho.
Un golpe de tal magnitud volvería explicables las decenas de narcoboloqueos que se produjeron en la zona metropolitana de Guadalajara y en otros municipios de la entidad el sábado pasado. Pero ahora se ha hecho saber que no fue detenido el gran gerente regional, asociado al cártel de Sinaloa, como en su momento el mencionado Coronel, quien dos meses después de las versiones de su aprehensión fue acribillado en su residencia tapatía.
Incluso en el delicado caso de los marinos y los estadunidenses atacados por policías federales están presentes esos signos de reacomodos y rediseños a toda velocidad, como si un negocio en proceso de transición gerencial estuviese siendo desprovisto de evidencias inculpadoras o causas de imputaciones posteriores, o como si las fuerzas controladoras de un pasado que ya va de salida se resistieran a dejar el manejo de la redituable firma a los que creen llegado el momento también mafioso de ir tomando el timón de la nave tan cargada.
Familiares de policías federales habían retrasado en Cuernavaca, mediante obstrucción intencional, que luego retiraron, por instrucción de sus abogados, el traslado de estos agentes a la ciudad de México, invocando a Genaro García Luna para que les ayude y criticando abiertamente, a gritos y con pancartas, la intervención de los enviados estadunidenses a los que esos familiares acusan de tomar decisiones correspondientes a los mexicanos y de presionar para que se castigue a los subordinados del mencionado secretario federal de seguridad pública quienes, según la versión oficial, atacaron con armas de fuego la blindada camioneta diplomática en la que viajaban dos capacitadores gringos y un capitán de la Marina, con un auto compacto de custodia del que nada se ha sabido hasta ahora.
Luvianos, Jalisco y Tres Marías dejan testimonio de pugnas y realineamientos en las cúpulas del poder público, con un saldo notable en cuanto a número de muertos pero también en cuanto a desasosiego social y percepción de ingobernabilidad extrema, más que en otros momentos del de por sí tétrico sexenio. Mientras tanto, Felipe Calderón comparece ante el público de radio y televisión con una voz suave, casi dulce, la de un hombre contenidamente contento por haber cumplido con éxito su misión, para informar de los grandes logros de su sexto y último año de gobierno, enfatizando la valía que se atribuye en cuanto tuvo disposición para enfrentar el reto del narcotráfico.
Astillas
Chulada de negocio el de los partidos familiares: el Panal de la Elbeja Reina designa al nieto de ésta como vicecoordinador de la bancada en San Lázaro a la que también ha llegado Fernando Bribiesca, hijo de Martita Sahagún, a quien no le interesa hablar sobre las acusaciones de alta corrupción fomentada durante el foxismo. Por su parte, el Partido Verde ha designado coordinador de sus senadores al impresentable Jorge Emilio González, antes llamado el Niño Verde… ¡Hasta mañana!
Fuente: La Jornada