jueves, 14 de noviembre de 2013

¿Revolución? ¡Ni en desfile!. Desdén histórico. Racismo Oh la la. Chicago: retirar estatua de BJ

Era explicable que Vicente Fox y Felipe Calderón hicieran desde Los Pinos cuanto les fuera posible por eludir o disminuir las celebraciones cívicas relacionadas con temas que les eran antitéticos, específicamente las turbulencias sociales y sus expresiones de violencia contra los poderes constituidos. Desposeído de profundidad intelectual, caracterizado por una frivolidad cargada hacia los estereotipos del gringo simplón, el hacendado Fox era abiertamente adverso al calendario oficial de las recordaciones insurgentes o revolucionarias aunque, como en todo, se amoldaba a las circunstancias con desparpajo indolente. Felipe Calderón, por su parte, despilfarró el dinero público a la hora del bicentenario independentista y el centenario del estallido maderista, sepultando la remembranza de esas gestas, y de sus significados en la realidad actual, entre corrupción, pésima planeación y descafeinamiento intencional.

El regreso al poder del partido que técnicamente conserva en su etiquetado la palabra Revolucionario, y que históricamente se ha definido como producto y albacea del movimiento surgido en 1910, parecería conllevar un obligado remozamiento de los rituales abandonados o disueltos por el conservadurismo panista, por los contrarrevolucionarios. Sin embargo, la primera oportunidad de dar lustre a esa heráldica con olor a pólvora ha sido desdeñosamente abandonada por la administración peñista, que ha anunciado que este año no habrá el desfile del 20 de noviembre que incluso Calderón conservó en sus dos últimos años de gestión.

Según el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, el mencionado desfile no fue cancelado, pues ni siquiera se había considerado su realización. Tal menosprecio histórico pareciera provenir de un cálculo circunstancial, pues este año ha sido de intensas movilizaciones y protestas sociales y en algunas regiones del país pareciera vivirse un ambiente prerrevolucionario, con grupos armados hartos de lo que consideran un mal gobierno y operativos gubernamentales de contención que hacen recordar los esfuerzos de preservación del estatus que realizaban las fuerzas virreinales o porfiristas.

Pero no es sólo lo circunstancial (una versión insistente apunta a que la no realización del desfile cívico-militar del 20-N se debe a la toma del Monumento a la Revolución por parte de profesores y al riesgo de que estos se manifestaran sonoramente a lo largo del festejo). En el fondo, Peña Nieto y su equipo están tomando distancia clara del significado revolucionario y reconociendo su condición conservadora, cercana más a intereses empresariales nativos y trasnacionales, entregada a lineamientos extranjeros, sobre todo estadunidenses, y no a objetivos populares. Más identificado con los pelones porfiristas que con las carabinas 30-30. Eso sí, el próximo 20 habrá ceremonia gozosa para entregar reconocimientos y ascensos a mandos militares. La revolución burocratizada o, más bien, desdeñada, traicionada.

Movimientos sociales pacíficos y violentos van y vienen pero sigue inamovible la vena de discriminación racista contra los indígenas en México. La Jornada dio ayer a conocer las denuncias del Frente Indígena de Organizaciones Binacionales que desde San Diego, California, reveló el racismo de operadores de Aeroméxico que dejaron fuera de un vuelo de Oaxaca a Hermosillo a seis indígenas. La empresa adujo un cambio de avión que implicó contar con menos asientos disponibles, pero los denunciantes aseguran que no es la primera vez que se producen esos actos de discriminación.

Aeroméxico había estado en otro incidente negativo al conocerse una convocatoria para aspirantes a participar en un comercial para el cual pedían personas de tez blanca (nadie moreno, se reiteraba), con look Polanco. La aerolínea explicó que la redacción había sido hecha por la agencia de publicidad Catatonia, la que a su vez mencionó que la invitación para selección de personajes había sido elaborada por Free Lance Casting.

Otro ejemplo se vivió en San Cristóbal de las Casas, donde las estudiantes de doctorado Montserrat Balcorta y Ali Roxox (mexicana, la primera, y guatemalteca, la segunda) acudieron a un establecimiento gastronómico con la intención de sentarse como clientes para platicar y disfrutar algo de lo allí ofrecido. Así lo escribió Balcorta en su Facebook: nos acaban de correr de la cafetería-pastelería francesa Oh la la. A Ali Roxox la detuvieron en la puerta prohibiéndole el paso de manera déspota diciéndole que no podía entrar a vender. No ha sido la primera vez que nos pasa. Estoy hasta la chingada de tanta humillación racista y violencia hacia las mujeres indigenas. El asunto ha sido ampliamente difundido en medios tradicionales y de Internet (hasta Laura Bozzo, siempre oportuna, pretendió llevar a su programa a las dos involucradas). Pero el hecho denunciado sólo es un ínfimo botón de muestra de lo que sucede cotidianamente en muchas partes del país.

En otras latitudes, en Chicago, Illinois, se pretende retirar la estatua de Benito Juárez que, según explica el periodista Vicente Serrano, conductor del programa Sin censura ( sincensura.net), el de mayor audiencia entre hispanos en aquella ciudad y sus alrededores, fue levantada frente al edificio del diario Chicago Tribune en los años 90, ante protestas históricas contra una columna racista. En ese lugar, al principio de la avenida más importante de la urbe, la Michigan, en el tramo llamado La milla magnífica, comparado con la Quinta Avenida de Nueva York, está la Plaza de las Américas, regida por la imagen del emblemático indio oaxaqueño. Ahora se pretende quitarla para construir allí un edificio. Ya han comenzado las protestas de la comunidad mexicana.

Y, mientras el TAT (Tri, América, Televisa) arrollaba ayer a la deplorable selección de Nueva Zelanda y, a partir de ese triunfo con futbol de bajo nivel se excitaba el patrioterismo barato desde pantallas televisivas, ya con el negocio del Mundial en vías de franca recuperación, ¡hasta mañana!




Fuente: La Jornada| Julio Hernández López