Varios artículos publicados el día 31 de julio en La Jornada hablan de un mismo síndrome. La dominación mundial, el nuevo imperialismo tiene una insospechada fisonomía que la vamos descubriendo en su ejercicio. Tiene implantación en el Estado nacional, pero se liga a una red internacional con base en instituciones informales (reuniones o foros como los de Davos, el grupo Bloomeberg?, etcétera). Es una élite de los grandes millonarios o propietarios capitalistas, especialmente en el ámbito financiero, pero igualmente en las grandes trasnacionales industriales y comerciales. Estas élites nacionales ligadas mundialmente, cuyos grandes bancos son paraísos fiscales para evadir el pago de impuestos a los estados que, sin embargo, la protegen con sus ejércitos y prestan la población como mano de obra y absorben los endeudamientos asumiéndolos a cuenta del Estado (y que se pagan con impuestos de los ciudadanos), tienen dos instrumentos esenciales del ejercicio de su poder económico como poseedores de capital.
Por una parte, esa élite del capital globalizado mundial usa a las burocracias de los estados centrales (como Estados Unidos, los de Europa, Japón y otros) y periféricos como instrumentos o mediaciones de su poder. Lo económico ejerce su hegemonía sobre el poder político corrupto, que se vende a los intereses de ese capital globalizado. El Estado, como hemos indicado, presta la población como mano de obra a las trasnacionales, paga las deudas y permite que extraigan sus cuantiosas ganancias que, como decíamos, frecuentemente salen del territorio de los home States originarios de esos millonarios y se protegen en los lugares más seguros (para evadir el pago de impuestos). El juego sucio en su favor lo hace entonces la burocracia política de los gobiernos de los estados.
Pero, ¿cómo lograr esa sumisa obediencia de las burocracias corruptas de los estados centrales y periféricos? Ya no se recurre a los ejércitos de ocupación como en las colonias, ni a los golpes de Estado militares, sino a un sutil y bien extendido nuevo procedimiento que penetra la estructura de la democracia representativa (tanto en el centro como en la periferia, cuyo efecto hemos visto en Honduras, Paraguay y México). El Supremo Tribunal de Justicia de Estados Unidos (en 2010) ha dado la posibilidad de una ilimitada contribución de los capitales privados en las campañas políticas para elegir representantes en un régimen aparentemente democrático solamente representativo.
Pero la nueva dictadura antidemocrática, en nombre de la libertad de prensa y la misma democracia, se organiza porque esas élites del capital, cuyo uno por ciento llega a tener 40 por ciento de la riqueza de las naciones en las que gestiona ese capital, gracias al monopolio de los medios de comunicación: televisión, radio, diarios, cine, medios electrónicos, universidades privadas de excelencia, etcétera. Esas élites pueden comprar todo medio de comunicación que alcance un amplio porcentaje de escuchas, lectores o espectadores, y que son orquestados por periodistas, intelectuales o artistas a sueldo del capital (los nuevos mandarines de Noam Chomsky). Con ese ejército de tanques de pensamiento esos medios crean una pantalla avasallante de mensajes que produce, casi de manera infalible, una opinión pública en su favor. Es decir, en favor de los intereses de esas minorías riquísimas, intereses que están en contra de la posibilidad de una vida humana de los ciudadanos, especialmente de los más pobres. Es la mediocracia globalizada, mundial. El capitalismo, que comenzó a usar la propaganda para derrotar a los otros capitales en la competencia e imponer sus productos, aprendió toda una técnica del uso de esa propaganda para producir en el receptor de sus mensajes programados una respuesta inevitable. Esa enorme experiencia de la propaganda en el mercado de mercancías la aplicó ahora a la propaganda política del mercado de candidatos para producir representantes.
Pero, además de embrutecer a las masas hipnotizadas por la mediocracia, las lleva a la mayor destitución de su dignidad por medio del negocio de las drogas (que por el lavado del dinero de las mafias terminan en sus grandes bancos y es sumamente beneficiosa para el gran capital, por lo que la estrategia de Felipe Calderón no puede sino fracasar), que destruye al pueblo, que crea una violencia generalizada y que en cierta manera elimina mano de obra sobrante, desempleada estructuralmente.
Para colmo, por el negocio de las armas, crea guerras y organiza hostilidades que producen nefastos efectos, cientos de miles de muertos, no sólo en las guerras entre estados, sino igualmente por el crimen cotidiano callejero (con el lema de la sagrada libertad de portar armas).
La nueva dictadura de las élites del capital se organiza en los cuatro niveles que se muestran en la gráfica.
La única manera de cortar el nudo Gordiano es por medio del despertar de las masas como pueblo actor de la historia, que pueda elegir representantes (articulado a la democracia participativa), que por medio de la regulación de los medios de comunicación destruya el poder de éstos (la mediocracia) mediante leyes que democraticen realmente dichos medios en proporciones justas y plurales, creando una televisión, una radio, una prensa, un cine, un apoyo a las universidades públicas y gratuitas, en servicio de las grandes mayorías empobrecidas (y todavía alienadas por una propaganda interesada).
Fuente: La Jornada