La más reciente revelación atribuible al fenómeno denominado Wikileaks es política y socialmente obscena (es decir, torpe, ofensiva al pudor), pues muestra en su más grotesca desnudez el perfil violento, irracional y descompuesto de los poderes mundiales afectados por la difusión masiva de los secretos operativos de gobiernos imperiales (y sus contrapartes naturales: los gobiernos dóciles, colonizados), diplomacias intervencionistas, empresas trasnacionales dominantes y élites financieras.
La reacción directa de Reino Unido (y de Estados Unidos junto a él, apenas a la sombra) al amenazar con impedir el ejercicio soberano de Ecuador de dar asilo político a Julian Assange, es proporcional al daño que esas administraciones, en nombre de los factores de poder concurrentes en ellos, estiman que ha causado el ejercicio de una libertad, la de expresión, que con doble moral inocultable pregonan como gran logro de sus democracias pero que pretenden prohibir y castigar cuando transgrede los límites impuestos por sus cupulares intereses.
Sin empacho alguno, haciendo a un lado doctrina, legislación vigente y espíritu de la diplomacia contemporánea, Reino Unido se atreve a amenazar a una nación, Ecuador, que en ejercicio de sus facultades soberanas ha decidido dar protección a un australiano al que Estados Unidos, en función de gendarme planetario, pretende castigar ejemplarmente por haber cometido el pecado extremo de dar a conocer al mundo los frutos del árbol tecnológico del bien y el mal, obtenidos mediante especializadas maniobras de virtuosismo internético.
Las razones tomadas en cuenta por el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, para brindar cobijo a Julian Assange han sido ruidosamente confirmadas a través de la cavernícola reacción de Londres, que se niega a otorgar salvoconducto al asilado y que amenaza con revocar el estatus diplomático de la embajada del país sudamericano en la capital británica e incluso entrar por la fuerza a hacerse del fundador del sitio Wikileaks para que se someta a un juicio en Suecia relacionado con cuatro acusaciones por delitos sexuales.
Esas acusaciones han estado bajo sospecha de haber sido armadas, reactivadas o sobredimensionadas para tratar de encarcelar a Assange por los daños que provocó en el aparato planetario de poder con sus revelaciones sustraídas de archivos oficiales. Hay el fundado temor de que el eje Reino Unido-Suecia acabe colocando a Assange en una prisión estadunidense y que no haya para él un juicio justo, sino todo lo contrario. La reacción imperial atropellada de ayer demuestra sin lugar a dudas la necesidad de proteger a Assange. Lo que sucede hoy en Londres no es más que un episodio de la guerra de los poderes contra las nuevas formas tecnológicas de información (Internet en general, y Facebook y Twitter en especial, con productos como Wikileaks), que han roto las viejas formas de entendimiento y predominio de gobiernos opacos y medios de comunicación tradicionales. En México se vive un escalamiento parecido, que en consonancia con el previsto retorno de añejas prácticas controladoras a Los Pinos ha ido abonando en los medios convencionales y en el ejercicio periodístico las certezas de la intolerancia a la crítica, la promoción pecuniaria del halago por sistema y la amenaza de la separación, la agresión y el exilio. Las razones del retroceso mexicano son las mismas del abuso londinense: hacer que se vean los entretelones sombríos y violentos del ejercicio descarnado del poder crea conciencia de esos peligros y alienta la crítica y la oposición.
El más reciente escándalo mexicano de colusión de un gobierno (el calderonista) con poderes fácticos (en este caso el de Televisa) está relacionado precisamente con el control de una autopista digital, la banda ancha, que a la vez permitirá una fluidez más rápida y barata de datos, imágenes e información en general. La administración federal saliente pretende cerrar el paso en definitiva a una opción tecnológica y periodística que encabezaría la familia Vargas, de MVS, pero a la cual fácilmente podría añadirse, si no es que ya lo está, el poderío económico de Carlos Slim, quien aun siendo el hombre más rico del mundo (o casi, dependiendo de las fluctuaciones clasificatorias en turno), comprador compulsivo de negocios por todo el orbe, no ha podido hacerse de un canal de televisión abierta, doblegado políticamente por la alianza de Emilio Azcárraga Jean y Ricardo Salinas Pliego con Calderón.
Nada hace suponer que Slim llegara a promover un tipo distinto de periodismo (en UnoTV, televisión por Internet, sus contenidos y conductores así lo confirman), y resultaría absurdo pensar que la enorme fortuna del empresario que despegó a partir de la compra muy ventajosa de Teléfonos de México durante el salinismo pudiera acabar promoviendo un periodismo que atentara contra esos intereses y el modelo injusto de sociedad que propicia la terrible desigualdad mexicana, con supermillonarios y supermiserables. Pero, aun así, la posible aparición de Slim en las frecuencias masivas mexicanas es vista con rechazo por el duopolio de pantallas y por gobiernos dependientes como el de Calderón.
El castigo a MVS, las presiones contra Carmen Aristegui y el veto a Carlos Slim forman parte de una guerra de poderes en la que el periodismo está bajo fuego. Con Lydia Cacho fuera del país por nuevas amenazas, con periodistas muertos a los que en el estado de Veracruz ahora se pretende dar por ejecutados en función de que ellos mismos habrían causado la muerte de otros comunicadores (ellos se mataron entre sí, fue la primera explicación de FC cuando jóvenes de Ciudad Juárez, Chihuahua, fueron asesinados, y es la versión permanente para explicar enfrentamientos), y con el amago de que las asignaciones futuras de publicidad oficial corresponderán, disfrazadas, a los ánimos del priísmo en camino, la lucha en favor de Julian Assange y de la libertad de expresión y por el respeto a la soberanía de Ecuador también es nuestra. Es una lucha global en medio de un retroceso descarnado, obsceno. ¡Hasta el próximo lunes!
Fuente: La Jornada