Los gobiernos de los países comunitarios están felices, porque acordaron inyectar 150 mil millones de euros al Fondo Monetario Internacional (FMI) para, según dicen, ayudar a las economías más frágiles” de la Unión Europea, que no son otras que las de las naciones más desarrolladas del planeta. Otros 50 mil millones están en el horno, de tal suerte que cada día se canaliza más dinero para los más ricos, a costa de los bolsillos de los más pobres, en el sempiterno circuito de socializar pérdidas y privatizar ganancias. Va para el quinto año del (más reciente) estallido de la crisis global (provocada por unos cuantos), y las causas de la misma lejos de corregirse se han profundizando, pues el sector financiero-especulativo se mantiene intocado y más voraz que nunca, al tiempo que goza del enorme presupuesto público que esos mismos gobiernos complacientes han puesto a su servicio, mientras miles de millones de personas vertiginosamente pasan de la pobreza a la miseria.
Más de 80 por ciento del monto citado lo aportarán cuatro países europeos: Alemania (28 por ciento del total); Francia (21 por ciento); Italia (16 por ciento), y España (10 por ciento). Un mundo de dinero irá a parar al FMI, para que éste, por medio de sus draconianas medidas de “ajuste” (es decir, las mismas que ha provocado miseria en prácticamente todos los rincones del planeta), “ponga en orden” a la descarriada “prole” de las economías desarrolladas que nada tuvieron que ver con el estallido de la crisis, pero son las que pagan por los excesos de otros.
De lo productivas que han resultado las citadas “medidas de ajuste” del FMI y de lo bien que funciona el modelo económico impuesto en el mundo desde hace tres décadas da cuenta la terrible numeralia social del informe Piso de protección social para una globalización equitativa e inclusiva, divulgado el pasado lunes y elaborado por el grupo consultivo presidido por la ex presidenta chilena Michelle Bachelet, con la participación directa de la Organización Internacional del Trabajo y la Organización Mundial de la Salud.
Explica el informe que las estadísticas actuales reflejan de forma elocuente la pobreza y la privación generalizadas. Aproximadamente 5 mil 100 millones de personas (75 por ciento de la población mundial) no están cubiertas por una seguridad social adecuada; mil 400 millones viven con menos de 1.25 dólares al día (17.5 pesos mexicanos); 2 mil 600 millones (38 por ciento de la población mundial) no tiene acceso a una red de saneamiento adecuada; 884 millones carecen de acceso a fuentes adecuadas de agua potable; 925 millones padecen hambre crónica y cerca de 9 millones de niños menores de 5 años mueren cada año de enfermedades en buena medida prevenibles; cada año 150 millones de personas se ven expuestas a catástrofes financieras, y cien millones adicionales acaban viviendo por debajo del umbral de la pobreza cuando se ven obligadas a hacer frente a los costes de la atención médica.
Para el sistema financiero-especulativo los gobiernos destinan toda la atención y el dinero del mundo (originalmente prometido a los olvidados de la tierra); para esos miles de millones de habitantes en la miseria, sólo migajas; el primero provocó la crisis; los segundos pagan la abultada factura. Subraya el citado informe que “las actuales pautas de crecimiento y un proceso de globalización asimétrico han generado efectos y oportunidades desiguales, incrementando las diferencias de ingresos en el seno de los países y las brechas de desarrollo entre unas naciones y otras, aumentando la exposición de los grupos ya vulnerables a la mayor volatilidad económica e inseguridad asociadas a la globalización. A pesar de la enorme riqueza que ha generado durante las últimas décadas la globalización y de los formidables resultados económicos de muchas economías de mercado emergentes, las tasas mundiales de pobreza siguen siendo muy elevadas, la desigualdad ha aumentado, y la informalidad, el subempleo y la falta de protección social subsisten”.
La desigualdad aumenta y lo hace a niveles inaceptables e insostenibles. Esta elevada desigualdad, junto con la ausencia de mecanismos adecuados de protección social, pone en peligro la cohesión social y la estabilidad política en el mundo. Es un hecho cada vez más reconocido que el antagonismo social y político es mayor allí donde hay desigualdad de ingresos e inseguridad. La desigualdad y la inseguridad están asociadas a la inestabilidad social. Un modelo de crecimiento económico basado en la concentración de los ingresos y los activos y en la exclusión social no es viable económicamente ni deseable desde un punto de vista social.
Los desafíos sociales a los que se enfrenta el mundo son enormes, puntualiza el informe. “En 2010, el PIB mundial fue 10 veces superior al de 1950 en términos reales (lo que representa un incremento del 260 por ciento per cápita). Sin embargo, y a pesar de las seis décadas de fuerte crecimiento económico transcurridas desde la aprobación de la Declaración Universal de Derechos Humanos, el acceso a unas prestaciones y unos servicios de protección social adecuados continúa siendo un privilegio que sólo puede permitirse un número relativamente escaso de personas. La mayoría en el planeta se ha visto desprotegida frente a nuevos desafíos y transformaciones mundiales, que están teniendo considerables repercusiones en la esfera nacional y local. La persistencia de cifras tan elevadas de personas excluidas representa un tremendo desaprovechamiento del potencial humano y económico. Esto es particularmente importante en un contexto de envejecimiento demográfico acelerado en países en que la cobertura del sistema de pensiones y sanitario es baja”.
Pero las carretadas de dinero público se destinan al salvamento del intocado sistema financiero-especulativo, de tal suerte que todo indica que la intención real es acelerar el estallido, pues con medidas como las adoptadas por los gobiernos europeos, sin olvidar al estadunidense, obvio es que habrá más crisis y mayores desastres sociales.
Las rebanadas del pastel
Tanto tartamudeo que, allá por agosto y septiembre pasados, invirtió Juan José Suárez Coppel para intentar justificar su desastrosa aventura financiera en la trasnacional Repsol y, para tal fin, su asociación con la empresa española Sacyr Vallehermoso, para que al final de cuentas ésta última diera una patada en el trasero al director de Petróleos Mexicanos: sin notificar a la paraestatal, Sacyr vendió su participación en Repsol y dejó colgado de la brocha a Pemex, quien arriesgó mil 700 millones de dólares, propiedad de la nación, en una transacción sin pies ni cabeza. Habrá que ver qué anodina justificación aporta el susodicho.
Fuente: La Jornada