lunes, 4 de febrero de 2013

Punta Mita. Tres días de lujo. MOCh angustioso. Autoridades rebasadas

La crisis del B2 petrolero desnudó al equipo gobernante y lo exhibió en su dimensión política real. Atropellados, inseguros, ignorantes de la materia y los protocolos, colocándose incluso en riesgos físicos innecesarios, enviando gestual y escenográficamente mensajes distintos de los deseados, los principales personajes del poder conífero (derivado de árboles como los pinos) practicaron una suerte de delamadridismo postsísmico inverso: es decir, los de ahora sí actuaron, sí dieron la cara, sí estuvieron en el lugar de los hechos, a diferencia del fantasmal presidente de la República que en 1985 quedó paralizado ante la desgracia, pero a fin de cuentas el peñanietismo del B2 de Pemex acabó instalando una similar percepción de abandono, desamparo, insuficiencia.

Peña Nieto corrió a presentarse físicamente en el sitio de la conflagración aun cuando, como luego se sabría, no estaba ni remotamente conjurada la posibilidad de otro estallido. Luego, en una escena de suspenso, la plana mayor de la seguridad nacional salió a cuadro ante los medios de comunicación para dar cuenta, instalada sobre un terreno volátil, con versiones de que aún había explosivos que no habían sido encontrados, de que los mexicanos podrían sentirse seguros y confiados. Allí, el secretario de Gobernación leyó un texto entre equivocaciones sintomáticas, con imprecisión y aire angustioso, sin el empaque necesario para tales momentos.

Los técnicos del asunto tampoco aportaron serenidad, experiencia y contundencia. El director de Pemex, Emilio Lozoya Austin, quien no sabía mayor cosa de asuntos energéticos antes de asumir el cargo, especializado en economía y en temas internacionales pero no en petróleo, andaba de visita en Singapur, dedicado a las preclaras tareas del contratismo para maquinaria pesada, y en cuanto llegó a México contravino la línea declarativa sostenida hasta entonces por EPN y por MOCh (siglas de Miguel Osorio Chong) al filtrar como más viable la hipótesis de un accidente, como si el salinismo hubiese decidido remontar el batidillo de especulaciones que Peña y Osorio habían abonado horas atrás con la muy republicana postura de no promover especulaciones y esperar, por respeto a las víctimas, los resultados de los peritajes correspondientes. Tampoco tuvo papel brillante otro alto funcionario nombrado por razones políticas, sin conocimiento técnico alguno de su cartera, Pedro Joaquín Coldwell, habilitado como secretario de Energía para convalidar las instrucciones superiores que en su momento se den en cuanto a privatizaciones y cesiones. Eso sí, ha de reconocerse que en general hubo una rigurosa predisposición facial dolida, una línea discursiva de solidaridad con los caídos y un claro escamoteo de datos duros. ¿Qué fue? Esperemos los resultados de las investigaciones (ERI). ¿Quién fue? ERI. ¿Qué documentos se perdieron? ERI ¿Qué significa ERI? ERI.

El colmo de los enredos involuntarios se dio a la hora en que el licenciado Peña decretó tres días de luto mientras en la riviera nayarita, específicamente en un espectacular hotel de Punta Mita, eran preparados tres días de lujo. Con una insensibilidad mayor a la de aquel Miguel de la Madrid que simplemente fue omiso e inactivo (sin recordar, por ejemplo, aquellas escenas famosas a escala mundial del presidente chileno en espera de que saliera el último de unos mineros atrapados), Peña Nieto permitió durante largas horas que en las redes sociales se desarrollara una revuelta contra la información publicada en el diario Reforma de que el viernes había llegado el mexiquense con su familia a Punta Mita para pasar las vacaciones del puente por el Día de la Constitución, extraoficialmente, en el hotel St. Regis, uno de los más caros de la zona. Dicha información fue sostenida por Reforma en un párrafo final de una nota en interiores que publicó este domingo.

Por su parte, La Jornada, que también había dado cuenta del asunto en su sitio de Internet, señaló en la cabeza principal de su primera plana, bajo la firma de Israel Rodríguez: Peña Nieto deja asueto... y, en el balazo correspondiente, Vuela de Nayarit a la capital. En Tepic, donde la corresponsal es Myriam Navarro, el secretario general del gobierno priísta del estado, José Trinidad Espinoza Vargas, había respondido, a pregunta expresa de La Jornada sobre la estancia vacacional de Peña Nieto: Sí. Está aquí y el presidente debe descansar. Horas antes, según la nota mencionada, un empleado del exclusivo hotel St. Regis había informado que el presidente Peña está con toda su familia; aterrizó en Puerto Vallarta. Nos dijeron que se queda este puente largo.

Habiendo tomado posesión del cargo apenas dos meses atrás y al frente de un país con graves problemas sin resolver y marcadamente crecientes, lo menos que podría esperarse del ocupante de Los Pinos sería una gran predisposición laboral, sin asuetos ni puentes. Pero el cuadro turístico resultaba peor, chirriante, a la luz de la tragedia sucedida en un edificio del conjunto central de Pemex, del número de muertos y heridos y de la indefinición respecto a las causas de tan desestabilizador episodio crítico. Y peor aún si se contemplaba que la emisión del decreto de los tres días de luto no coincidía con los ánimos playeros.

Los Pinos dejó correr largas horas y la noche del sábado, después de las 22 horas, la imagen de Peña Nieto apareció en el sitio del accidente o atentado, en una tan súbita como inexplicada necesidad de mostrarse en el lugar, tomarse fotos con rescatistas, mover las manos para dar densidad a sus palabras y tuitear que él, personalmente, había estado allí (como si a la hora de tuitear el que lo hace hubiera de decir que lo está haciendo “personalmente). Otros de sus funcionarios repitieron en Twitter la palabra programada, personalmente. Esa misma noche se anunció que EPN estaría el domingo, a las 11 horas, de nuevo en el B2, lo que luego se canceló, dejando así al ajetreado mexiquense en condiciones de descansar en Punta Mita, en Ixtapan de la Sal o en Los Pinos. ¡Hasta mañana!




Fuente: La Jornada | Julio Hernández López