Insuficientes resultaron las no pocas advertencias internas, el cúmulo de señales de alarma encendidas de tiempo atrás. El gobierno federal, con sus cinco caretas neoliberales, ni siquiera se tomó la molestia de volver la vista a quienes, insistentes, lo convocaban a reconsiderar su política agropecuaria, su abandono del campo mexicano y, por ende, la decreciente producción interna de alimentos. Lejos de ello protegió a los grandes grupos agroindustriales, dejó a un lado los cultivos fundamentales para la dieta nacional para estimular la exportación de hortalizas y alentó la importación masiva de víveres. Más que previsibles eran las consecuencias, y a estas alturas alrededor de 50 por ciento de lo que comen los mexicanos proviene de afuera, con precios cada vez más elevados.
Por ello, no debe sorprender la terrible información que sobre la realidad nacional divulgó la FAO (Perspectivas alimentarias), publicada ayer por La Jornada como nota principal: “se desplomó en México la producción de granos; la contracción es de 8.5 por ciento, sólo superada por Sudáfrica y Etiopía; el país se convirtió en el principal importador de esos alimentos básicos en América Latina”. Menor producción, igual a mayor importación. Por ello, tampoco debe asombrar el espeluznante hecho de que en los últimos 17 años –del TLCAN para acá– del erario nacional han salido cerca de 200 mil millones de dólares, y contando, para adquirir víveres en extranjero, de acuerdo con información del Inegi, un mundo de dinero que bien pudo destinarse a reactivar el campo nacional, la producción interna, el bienestar de las depauperadas masas campesinas. De haberlo hecho, hoy la historia sería diametralmente distinta.
La FAO detalla que México “es el principal comprador de granos de América Latina y el Caribe, pues concentrará 38.4 por ciento de las 28.4 millones de toneladas que los países de la región importarán en conjunto este año. Las importaciones de granos en Latinoamérica aumentarán en un millón de toneladas respecto de 2010, pero ese incremento prácticamente lo causa México, pues el documento indica que se espera que tome 11 millones de toneladas, unas 950 mil toneladas más que el periodo pasado, principalmente de maíz”. El estómago nacional, como ya tantas otras cosas, depende del extranjero.
El caso del maíz es revelador: de 1994 a la fecha, de las arcas nacionales salieron alrededor de 19 mil millones de dólares para importar ese grano básico en la dieta de los mexicanos, de los que 77 por ciento se gastaron en el transcurso de los dos gobiernos panistas (cerca de 15 mil 400 millones de billetes verdes). El año previo (1993) a la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), por la importación de maíz se pagaron casi 70 millones de dólares; en 1994, por el mismo concepto se erogaron 370 millones (430 por ciento más), y en 2011 el gasto superaría los 2 mil 800 millones, y falta 2012. En todo el periodo ninguno de los cinco inquilinos de Los Pinos se interesó en revertir la tendencia, en rescatar al campo, en incrementar la producción interna; estaban muy ocupados apoyando y protegiendo a los magnates agroindustriales, íntimos amigos del régimen, y a su exportación de hortalizas. Ello a pesar que desde finales de los años 80 México se convirtió en importador neto de maíz.
De acuerdo con la información disponible (Inegi), en cinco años el gobierno de Felipe Calderón erogó más del doble (9 mil 850 millones de dólares) que en los seis de Vicente Fox (4 mil 700 millones) por importación de maíz, y este último superó con creces el gasto zedillista por igual concepto (3 mil 700 millones). En la administración salinista sólo se pagaron 370 millones de dólares, aunque hay que precisar que ese monto sólo correspondió a 1994, año de arranque del TLCAN. Así, lo que antes de dicho tratado (1993) se erogaba en un año para importar maíz, ahora se gasta en nueve días (2011).
Como se ha documentado en este espacio, a estas alturas se importa 75 por ciento del arroz que se consume en México, 25 por ciento del maíz y 42 por ciento del trigo, entre otros. De 1990 a 2010 la importación de carne en canal bovino se incrementó 281 por ciento; 378 por ciento la de porcino; mil 35 por ciento la de aves, y 185 por ciento la de huevo, por mencionar algunos de los principales alimentos. En 2010, comparado con 2009 (información del Inegi), México importó cinco veces más carne respecto de la que exportó; seis tantos de leche, lácteos, huevo y miel; 12 veces de cereales; 3.6 veces de productos de molinería; 30 veces de semillas, frutos oleaginosos y frutos diversos; nueve veces de grasas animales o vegetales y tres veces de preparaciones de carne y animales acuáticos. Con esta dinámica, se estima al término del sexenio calderonista el 60 por ciento de los alimentos consumidos por los mexicanos provendrá de afuera.
Lamentablemente, el problema no se limita al maíz, en particular, o a los granos básicos, en general. Al cierre de agosto de 2011, la importación de pescados, crustáceos y moluscos (¡en un país con alrededor de 11 mil kilómetros de litorales!) aumentó 35 por ciento respecto de igual mes de 2010; leche, lácteos, huevo y miel, 40 por ciento; café, té, yerba mate y especias, 46 por ciento; cereales, 58 por ciento; grasas animales o vegetales, 45 por ciento; cacao, 156 por ciento; maíz, 68 por ciento; sorgo, 70 por ciento; trigo, 46 por ciento; arroz, 20 por ciento, y así por el estilo.
Tan sólo en esos ocho meses de 2011, el gasto por importación de alimentos se aproximó a 15 millones de dólares, 26.5 por ciento más que en igual periodo de 2010. Eso sí, se exportaron hortalizas, plantas, raíces y tubérculos por más de 3 mil 500 millones de dólares; frutas y frutos comestibles por casi 2 mil millones (un poco menos de lo que se importó en carne y despojos animales), y bebidas y vinagre por un monto similar (estos tres renglones dan cuerpo a 60 por ciento de las exportaciones de productos alimenticios). Entonces, ¿algún sorprendido con la información de la FAO?
Las rebanadas del pastel
¿A quién se le ocurrió tan brillante idea? El Grupo de los 20 se pronuncia a favor del empleo formal y bien remunerado, del crecimiento “fuerte, sostenible y equilibrado”, y de la protección de los jóvenes “y otros grupos afectados por la crisis económica”, y resulta que para lograrlo dejan la presidencia del organismo en manos de Felipe Calderón, quien en su tierra ha hecho exactamente lo contrario de lo que ahora dicen promover los integrantes del G-20
Fuente: La Jornada