sábado, 16 de febrero de 2013

Cuento de la lechera. A frotarse las manos. Que ya viene la jauja

Alegraos, mexicanos incrédulos, que el cuento de la lechera ataca de nuevo. Con eso de la reforma energética promovida por el gobierno de Enrique Peña Nieto, y pactistas que lo acompañan, de nueva cuenta aparece en cartelera esa tradicional fábula, pero ahora en versión tricolor, que de entrada promete, como botana, un crecimiento económico adicional de dos puntos porcentuales del producto interno bruto y (¡sorpresa!) la disminución de las tarifas eléctricas y los precios de los energéticos, siempre y cuando, desde luego, se concrete la modernización de la paraestatal.

Resulta que el secretario de Energía, Pedro Joaquín Coldwell (experto en todo, menos en energía), dijo que con la eventual aprobación de la reforma energética se permitiría “mayor inversión privada en Petróleos Mexicanos (y se) podría dar un empuje adicional al crecimiento del país de 2 puntos porcentuales del producto interno bruto, equivalentes a 330 mil 369 millones de pesos, monto similar al que Pemex tiene como presupuesto de inversión total en 2013 por unos 328 mil millones de pesos (25 mil 300 millones de dólares)… La propuesta gubernamental de reforma energética se presentará al Congreso para su análisis en el segundo periodo de sesiones que inicia en septiembre… El tema de las tarifas eléctricas es muy complicado, pero la única manera de hacer asequibles a los mexicanos tarifas eléctricas más bajas será a través de una reforma energética” (La Jornada, Israel Rodríguez).

Ya está: el tan anhelado cuan sempiternamente prometido crecimiento económico del país ahora será cortesía de la modernización de la primera industria nacional (aún propiedad de la nación), como en su momento lo fue (siempre a nivel a promesa, desde luego) la democratización del capital en el sector financiero, la coinversión en el sector carretero, la modernización de la telefonía, las líneas aéreas y los Ferrocarriles Nacionales de México, la participación acotada del capital privado en los ingenios azucareros, y un interminable inventario de etcéteras acumulado a lo largo de tres décadas, durante las cuales se desmanteló el aparato productivo del Estado (sin utilizar la palabra privatización) y, dicho sea de paso, el crecimiento brilló por su ausencia (de hecho, en ese periodo el promedio anual a duras penas llegó a 2 por ciento).

A frotarse las manos, mexicanos famélicos, que la modernización de Petróleos Mexicanos (es falso que se va a privatizar; no está concebido privatizar Pemex y mucho menos venderlo; va a estar sujeto a una reforma para hacerlo más eficiente, más moderno y que genere la mayor renta petrolera al Estado, dice Pedro Joaquín) por fin les materializará el paraíso prometido desde tiempos de Carlos Salinas de Gortari, aunque todavía no se les puede especificar de qué se trata, pues el secretario de Energía ya lo dijo: “la iniciativa se presentará hasta el segundo periodo de sesiones que comienza en septiembre, a menos que las fuerzas políticas representadas en el Congreso determinen un cambio en su agenda legislativa. En principio va bien y no puedo anticipar, porque es un proceso de maduración y hasta que la tengamos completa será conocida por la opinión pública… No podemos hablar, hasta septiembre. No es conveniente anticipar ni entrar en especulaciones sobre el contenido de la reforma”.

Allá por el próximo mes de la patria los mexicanos conocerán a detalle si la citada reforma será una mera modernización o si ésta estará acompañada de elementos de adelgazamiento, desincorporación, desinversión, concesión, permiso limitado, coinversión, asociación tecnológica, capital complementario, seguridad jurídica, transición energética, apertura acotada, riesgo compartido, democratización del capital y demás eufemismos utilizados (de Miguel de la Madrid a Enrique Peña Nieto) a lo largo de tres décadas en la venta de garaje, o lo que es lo mismo en el desmantelamiento del aparato productivo del Estado, cuyos logros, a estas alturas, han sido inversamente proporcionales a las promesas.

Como parte de las intentonas privatizadoras, en los tiempos del cambio, el secretario foxista de Hacienda, Francisco Gil Díaz, aseguraba que sin reforma energética lo más probable es que los ingresos petroleros caigan rápidamente como proporción del producto interno bruto, y eso pondría sobre la mesa una cuestión muy clara que, de hecho, tendríamos que resolver todos los mexicanos: o más impuestos o menor gasto. El diagnóstico del hoy representante en México de la trasnacional española Movistar no pudo ser más exacto: durante los dos gobiernos panistas el ingreso petrolero no sólo fue el mayor en términos históricos, sino que para efectos de finanzas públicas llegó a representar más de 8 por ciento del PIB.

Y ese es el tipo de análisis (chantaje fallido, en realidad) que ha rodeado todas las intentonas privatizadoras. Por ejemplo, Felipe Calderón advertía que sin reforma energética el país se hundiría, pero con ella la jauja sería cotidiana para los mexicanos, y dio su versión del cuento de la lechera: “generación de empleo; mayor inversión, nacional y extranjera; distribución de la riqueza y el ingreso; fomentar las exportaciones; finanzas públicas mucho menos dependientes de los recursos petroleros; combatir la pobreza; desarrollo y crecimiento económicos; infraestructura social y económica; incremento sostenido de la competitividad y la productividad; tarifas eléctricas más justas para la población y más competitivas para la industria; supercarreteras; liberar recursos públicos para programas sociales; transparencia y eficiencia en el gasto público…” y muchísimo más.

Ahora, va el de la lechera tricolor. ¿Quieres que te lo cuente otra vez?

Las rebanadas del pastel

Cápsula de memoria: “fomentar la riqueza para aumentar las utilidades de los inversionistas; emplear los fondos y la autoridad pública en rodear de todo género de facilidades y garantías a los privilegiados para que éstos retiraran un mayor lucro sin otro fin que disfrutarlo en beneficio propio, dictar leyes protectoras de esta política grata a los que ven en la riqueza un objetivo final sin preocuparse de quienes la disfruten, constituyó el ideal político de los gobernantes del país durante un largo periodo de nuestra historia y fue la causa del desencadenamiento en su contra de las incontrastables energías populares y del triunfo de la Revolución… Los recursos del país no deben constituir reservas especiales en provecho de intereses personales, nacionales o extranjeros, sino ser explotados en beneficio de la colectividad” (Lázaro Cárdenas, quinto informe de gobierno, septiembre 1939).




Fuente: La Jornada | Carlos Fernández-Vega