domingo, 29 de abril de 2012

Relegan gobernantes a niños que viven en las calles: ONG

Ni siquiera hay cifras precisas acerca de esa población, deploran

El tema está ausente de la agenda política de los tomadores de decisiones, denuncian


La discriminación de que son objeto los miles de niños que viven en las calles del país se traduce en una negación histórica del gobierno y la sociedad ante el fenómeno, prueba de lo cual es que no se cuenta con una cifra precisa de la población que vive en esa situación y que el tema está ausente en la agenda política de los tomadores de decisiones, señalan expertos en la defensa de los derechos de la niñez.

Ante el problema, “las respuestas siempre han sido las mismas: asistencia pura, es decir, reparto de comida y cobertores; o ‘limpieza social’ con casos verdaderamente dramáticos, donde elementos de la policía de cada urbe levantan a los chicos y los abandonan en el desierto o las carreteras, los encierran en anexos para tratar adicciones sin que necesariamente tengan problemas de este tipo, o en reclusorios, acusándolos de delitos que no cometieron”, denuncia Juan Martín Pérez, director de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim).

Aunado a ello, autoridades de los tres órdenes de gobierno, legisladores e impartidores de justicia dan prioridad a otros problemas que azotan a la infancia, como la explotación sexual comercial, su implicación en el crimen organizado o los niños migrantes no acompañados. Así, la infancia callejera ha quedado completamente desdibujada, explica.

El enfoque asistencialista y tutelar con que se les atiende hace que, en los hechos, este sector de la población se encuentre desprotegido.

Se piensa que solamente requieren comida, ropa y casa. Difícilmente se piensa en proyectos de desarrollo con enfoque de derechos humanos, apunta Luis Enrique Hernández, director de El Caracol AC, organización especializada en la atención de poblaciones callejeras.

Desde esta visión, la autoridad no reconoce las nuevas constituciones familiares que se dan en el contexto callejero, refiere Pérez.

Los niños, jóvenes y adultos mayores que conviven en la calle comparten una cultura, códigos y estrategias de sobrevivencia; se reconstituyen familias, si bien no consanguíneas, y el derecho de los niños es a vivir con su familia; sin embargo, el marco normativo tiende a separarlos por una lógica de discriminación tutelar, expone el defensor.

Seguimos creyéndolos incapaces de participar en esos procesos, sin reconocerlos en condición de igualdad o como ciudadanos. Cuando se trata de población callejera hablamos de un cúmulo de violaciones a los derechos de la infancia, lamentan los activistas.

La infancia en las calles no es problema privativo del Distrito Federal o de las grandes urbes. Es un tema nacional, aseguran, pues prácticamente en todas las ciudades medias hay presencia de población callejera. Desde Villahermosa, Tabasco, hasta Tijuana, Baja California.

Para los expertos, urge cambiar el paradigma desde el cual se mira a los chicos que viven en las calles. Se trata, dicen, de colocar el tema desde la visión de desarrollo social en lugar de asistencialismo y, como eje transversal, la participación de los menores.

Cuando se toma en cuenta a los chicos para encontrar soluciones, ellos ponen su experiencia y las redes sociales que han construido para poder cambiar las cosas, asegura Pérez.

En tanto, responsables de asilos y albergues de asistencia privada para niños en orfandad o abandono refieren que la descomposición social derivada de la precariedad económica coloca a la infancia en peligro de sumarse a la población callejera.

Las dificultades económicas llevan a los padres a tener a sus hijos en un abandono práctico. Los niños que atendemos aquí son hijos de trabajadores informales (quienes no cuentan con prestaciones) y cuyas jornadas laborales son de 12 a 14 horas, expone David Jesús Miranda, lasallista responsable del área de comunicación del Internado Infantil Guadalupano.

A su vez, religiosas a cargo del Asilo Primavera relatan que los niños que concurren a ese espacio vivían en contextos de violencia familiar y social, la mayoría de veces sólo a cargo de sus abuelas u otros familiares, pues sus madres trabajan todo el día y los dejaban solos en casa. El siguiente paso, indican, era la calle.





Fuente: La Jornada