La historia vuelve a recorrer el mismo trayecto de hace 50 años, pero el silencio es menos duro y solemne que aquel 13 de septiembre de 1968. Los jóvenes de los CCHs, de las facultades de la UNAM y de decenas de universidades solidarias marchan con consignas de “¡Justicia!” para los 43 estudiantes de Ayotzinapa, contra la impunidad por los feminicidios y el clamor unánime: “Fuera porros de la UNAM”.
Alegres, los ceceacheros corean en la Glorieta del Angel: “El que no brinque es porro, el que no brinque es porro”. Y los más politizados advierten: “la educación se defiende en la calle y en el aula”.
Hasta la frase emblemática de José Vasconcelos, lema de la UNAM; es resignificada en esta manifestación casi en silencio: “le toca hablar a mi espíritu por lo que mi raza ha soportado”. Eso dice el cartel de una joven universitaria de las comunidades artísticas.
En esta marcha, el rechazo al porrismo sustituyó al diazordacismo represor de hace medio siglo. Ahora marchan poco más de 20 mil jóvenes, en medio de una lluvia pertinaz. Hace 50 años, los cálculos de Elena Poniatowska o de Carlos Monsiváis mencionan entre 200 y 300 mil personas que desafiaron el consenso unánime del autoritarismo, precedente de la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco.
“La manifestación del silencio es el clímax político y emocional del movimiento”, escribió Carlos Monsiváis en su libro El 68, la Tradición de la Resistencia. “Acuden madres y padres de familia, profesionistas que siempre habían querido protestar, casi todo el pueblo de Topilejo, obreros, burócratas, los restos de la ciudad de la vieja izquierda”, anotó en su crónica Monsiváis.
Hoy acuden jóvenes, ceceacheros, hípsters, oficinistas, curiosos, reporteros, padres de familia, maestros y, sobre todo, los contingentes de las grandes facultades de la UNAM que, a diferencia de hace 50 años, saben que están “empoderados”, que la izquierda llegó a la presidencia después de medio siglo, que ahora el enemigo es el rostro oscuro de una delincuencia múltiple en los campus universitarios.
Los medios ya no callan lo que hace cincuenta años silenciaron. En este 13 de septiembre, todas las televisoras, las principales estaciones de radio, las redes sociales, los medios digitales cubren cada instante de la Marcha del Silencio.
Nadie le tiene miedo a los jóvenes que portan un paliacate rojo en el brazo izquierdo. Ni sombra de aquel Batallón Olimpia de Tlatelolco. Ahora son los organizadores de los contingentes. Y logran lo increíble: neutralizar a los grupos ultras, a los anarkos o a provocadores.
“El silencio es más fuerte”, escribió en su cartón legendario Abel Quezada el 14 de septiembre de 1968. En su crónica de La Noche de Tlatelolco, Elena Poniatoswka describió así el ánimo triunfalista logrado tras aquella Manifestación del Silencio:
“El temor quedaba atrás, la confusión, los rumores, los conflictos internos. Los mismos maestros exclamaban con gusto que debíamos olvidarnos de la ‘retirada estratégica’. Este triunfo lo cambiaba todo. Nos habíamos enterado que el gobierno calculó que la manifestación no pasaría de diez mil personas; el CNH (Consejo Nacional de Huelga) pensó que serían ciento cincuenta mil; y, rebasando los cálculos más optimistas, la asistencia fue de trescientas mil personas.
“Todas las mil pequeñas dificultades que cada miembro del CNH tenía en su propia escuela desaparecieron. No había que pedir a los alumnos que asistieran en mayor número a las asambleas. Volvían solos. Nuevamente se abrían perspectivas. Se iniciaban debates, se trataban temas candentes”, afirmó Gilberto Guevara Niebla, citado por Poniatowska en La Noche de Tlatelolco.
Medio siglo después, en honor a aquella Manifestación del Silencio, los nietos del 68 salen a defender a la UNAM. Suman en el templete del Zócalo las demandas de los damnificados del 19 de septiembre de 2017, de los padres de los normalistas de Ayotzinapa, de los habitantes de Atenco que gritan “¡tierras sí, aviones no!”, en contra del Nuevo Aeropuerto de Texcoco.
Una vez más, el ruidoso silencio los hizo más fuertes, mientras cae la noche en un Zócalo que grita “¡Goya, Goya! ¡Universidad!”.
Fuente: Proceso