Recibe maquinista de Ferrocarriles $4 mil pesos al mes
Sanas y relajadas lucen enfermeras que laboraron en el IMSS
Durante un alto momentáneo en la base de taxis donde labora, don Pedro Artemio Montoro cuenta a retazos su lamentable vida como jubilado, con una pensión de poco más de 4 mil pesos al mes tras desempeñarse por largos años como maquinista, una de las categorías mejor pagadas en los extintos Ferrocarriles Nacionales de México.
Y sobreviven con aún más exiguos ingresos otros 38 mil ferrocarrileros a quienes además, y para colmo, el sindicato –¡de una empresa inexistente!– les cobra mensualmente una cuota de uno por ciento sobre el monto de la pensión.
En otro punto de la ciudad de México, y en condiciones totalmente distintas, cinco enfermeras jubiladas del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) bajo el régimen de la pensión dinámica se ufanan de haber ganado con su trabajo cada peso que reciben al mes.
Las prestaciones del contrato colectivo del IMSS cuando ellas dejaron batas y cofias, les concedieron ventajas que hoy nominalmente les representa recibir incluso más del cien por ciento de su último sueldo como trabajadoras activas.
De ese modo y mientras desayunan, ellas evocan con pasión su labor en el área de la salud pública. Y no dejan de lamentar, lo saben por diversas fuentes, el abandono bajo el cual, aseguran, arrebatándose la palabra, el IMSS tiene a ese fundamental servicio.
“No hay que ir tan lejos, ahí está el crecimiento de los casos de dengue. El gobierno ya no hace campañas, como en nuestro tiempo, para decirle a la gente cómo limpiar sus casas y sus patios para evitar la proliferación del mosquito Aedes aegypti, causante de la enfermedad”, menciona Irma Cervantes, en su momento, jefa de todas ellas.
Salpican su tertulia con anécdotas sobre sus nietos, sus viajes más recientes y las tareas, remuneradas o no, a las cuales hoy se dedican. Lucen plenas y guapas, pues también hacen ejercicio y eso las mantiene sanas y de buen humor.
La diferencia entre quienes pese a su avanzada edad (los más) están obligados a trabajar bajo cualquier condición y salario y la holgura de otros (los menos) está obviamente en el monto de las pensiones.
Unos y otros reflejan las fallas del sistema de retiro.
Alejandro Villagómez, del CIDE, define el problema como resultado de una baja cotización por los insuficientes salarios (“si el trabajador gana poco, cotizará en esa proporción y ello se reflejará en su pensión”).
Y en el caso de las pensiones dinámicas –prácticamente extintas– son vistas como un problema, “pues en ninguna parte del mundo la tasa de remplazo es de ciento por ciento”, añade.
“Si el trabajador promedio del IMSS gana entre tres y cuatro salarios mínimos, en torno a eso promediará su pensión. Pero si le dan más, alguien regalará ese dinero. Esto es, deberá haber una transferencia de recursos públicos vía impuestos, y eso no puede existir”.
De este modo, con más o menos suerte para tener un empleo que complemente sus ingresos, don Pedro y sus compañeros –a quienes el gobierno de Ernesto Zedillo dejó sin fuente de trabajo en 1995– forman parte del universo de trabajadores a quienes en el mejor de los casos se les paga entre 25 y 30 por ciento de su último salario.
“A mí me jubilaron con 20 por ciento de lo que ganaba. ¡Fue una descompensación brutal! Yo era maquinista, y de ganar entre 10 y 12 mil pesos al mes, por los topes jubilatorios me dejaron en 2 mil 800 pesos. Once años después y ya incluidas las prestaciones, cobro 4 mil 900. La mayoría estamos así, con pensiones que no pasan de 3 mil pesos. Por eso muchos pasan la vida vegetando o a expensas de la ayuda de sus hijos.
“Y para colmo, el sindicato deja mucho qué desear porque no tenemos derecho a voto; somos pomposamente llamados socios tributarios. De ahí nuestro litigio, que incluye una demanda laboral y un amparo”, apunta.
Mientras entregan a una de ellas su regalo de cumpleaños, las enfermeras hablan sobre su condición. “Hoy mi vida se reduce a administrar mi tiempo. Éramos la mano derecha de los epidemiólogos, el pilar del Seguro Social. La salud pública fue mi vida; trabajábamos mucho”.
Y como todas empezaron muy jóvenes, su retiro llegó antes de los 60 años. Irma resume: “ni un solo día me he deprimido. Extraño mi labor pero no a mis jefes ni a mis compañeros. Me integré a mi familia, estoy feliz y me siento plena. Cerré mi ciclo laboral porque cumplí con el IMSS hasta el último momento y ahora éste me cumple”.
Ahí está la diferencia.
Fuente: La Jornada