jueves, 4 de febrero de 2016

¿Qué le falta al Presidente?

La foto es brutal: una joven pareja asesinada yace en el piso de una tienda en el municipio de Pinotepa Nacional, en Oaxaca. En medio del joven de 27 años y su esposa de 17, podemos ver el cuerpo inerte de su hijo, un bebé. Foto: Twitter

Dos historias para empezar.

En la primera, un video filtrado en redes sociales que lleva miles de reproducciones. Una escena “común” en Sinaloa: hombres armados sacan a otro hombre de su casa, intentan raptarlo y al resistirse, lo asesinan a balazos en plena calle frente a los ojos llorosos de su familia. Se llamaba “Elías” y fue encontrado muerto en una bolsa de plástico.

El video surgió después del hallazgo del cuerpo y ya es nota hasta en El País. Tristemente la razón no es el asesinato en sí (debería serlo), pero como el de “Elías”, los medios mexicanos reportamos miles de asesinatos cada año.

La nota es que al inicio del video se aprecia claramente cómo la Policía de Sinaloa huye a toda velocidad al verse en desventaja. Fue para no poner en riesgo a las familias, dijo el Secretario de Seguridad Genaro García. ¡Ajá!
¿Colusión?, ¿miedo? Las dos suenan harto probables para Sinaloa. Si no fuera por la valentía del video, no habría pasado nada: ahora seis policías están bajo investigación. Eso sí, el gobierno de Mario López Valdez presume haber alcanzado al 100 por ciento la meta: “Consolidar el estado de derecho de los sinaloenses, su pleno ejercicio de la libertad, la justicia y la democracia”. El video dice otra cosa: ¿cuál estado, cuál derecho?

En la segunda. La foto es brutal: una joven pareja asesinada yace en el piso de una tienda en el municipio de Pinotepa Nacional, en Oaxaca. En medio del joven de 27 años y su esposa de 17, podemos ver el cuerpo inerte de su hijo, un bebé.

Las redes sociales estallaron: ¿nos indignamos por el niño sirio y por uno mexicano no decimos nada? No es para menos. La barbarie nos carcome. La crueldad se impone sobre el asombro.

Dos historias que expresan la realidad contradictoria de México. Mientras Guerrero arde (¡147 muertos tan solo en Enero!), el Presidente Enrique Peña Nieto juega golf en Mazatlán.

La tendencia de homicidios dolosos vuelve a apuntar hacia arriba y el discurso nacional insiste que comparados con el desempeño económico mundial, México no está tan peor. Creceremos -dicen los expertos, más que la media. El dólar no nos afecta, dice el Gran Sponsor de Televisa en voz de Andrea Legarreta.

Pero, a pesar de la estridencia de la coyuntura y del dolor de las historias anteriores, necesitamos tener un enfoque más amplio y de largo plazo.

México es un país grande y complejo. Hay áreas cuyo potencial nos dice que podrían estar mejor: la educación, las inversiones, la investigación. Por eso cuesta mucho trabajo aceptar la contradicción que significa nuestro gobierno en sí mismo. Tienen todo para darle la vuelta, menos la voluntad.

Enrique Peña Nieto no tiene a dónde ir. No entiende que el mayor obstáculo para la credibilidad de su impulso reformista es él mismo, quienes le rodean y a quienes representa.

No es bueno para el país que el vínculo entre ciudadanos y clase política esté tan roto. ¿Cómo remontar la situación si no confiamos en quienes gobiernan?, ¿cómo atrever alguna iniciativa de cambio sin la voluntad de los elegidos?, ¿cómo avanzar, si quienes tienen el poder son gran parte del problema?

No tengo las respuestas. Solo sé que tenemos que usar mejor las urnas, al tiempo que buscamos nuevas maneras de vinculación. Mejores estrategias para la participación, la presión y la propuesta.

Desde la trinchera de la sociedad civil organizada falta mucho por aprender, pero no tenemos mucho tiempo para esa curva. En lo que nos volvemos mejores ciudadanos, la política patrimonialista y el crimen organizado se seguirán comiendo a nuestros jóvenes como las únicas alternativas reales de movilidad social.

El quiebre no es menor, nos quitará dos o tres generaciones enteras. “Elías” tenía apenas 27 años… el bebé 7 meses. Por eso la prisa.

Urge entonces que nos ocupemos en lugar de vociferar en Facebook. Que nos “metamos” a la cosa pública con la misma energía que defendemos la privada. Que pongamos, por lo menos, al mismo nivel nuestros intereses particulares con el interés público.

Si seguimos pensando que no vale la pena trabajar para construir lo “nuestro”, muy pronto no tendremos ni siquiera para proteger lo “mío”. No es catastrofismo, es realismo puro. Y cuesta. Y duele. Pero solo a partir del reconocimiento podremos construir un país mejor.

Ese rol de acompañamiento exigente le toca a nuestros liderazgos formales: a los líderes empresariales, sociales, académicos, de opinión. A los ciudadanos nos toca aprender a seguir. Y muchas veces no nos gusta. O nos da hueva.

Pero también es una responsabilidad de liderazgos no formales. De aquellos en quienes confiamos por su influencia y reputación. Aquellos en quienes creemos porque conservan un prestigio profesional, una probidad ética.

Si queremos reconstruir confianza, México necesita que la sociedad civil aporte lo que le falta a nuestro Presidente y su gobierno: integridad.




Fuente: Sin Embargo| Por Adrián López Ortiz