El salinismo ha dado el banderazo de arranque a una campaña preparatoria y justificatoria de acciones represivas contra el subsistente y creciente rechazo al fraude electoral y a la imposición de Enrique Peña Nieto en la silla presidencial.
El coordinador de los diputados federales priístas, Francisco Rojas Gutiérrez, uno de los principales operadores políticos del grupo de Carlos Salinas de Gortari, emitió ayer un comunicado de prensa que evoca y reinstala el lenguaje del diazordacismo, amenazante desde un purismo legaloide, deseoso de mano dura contra los grupos radicales, las huestes de López Obrador y todos aquellos que se niegan a aceptar la limpidez imperiosa del proceso electoral que está en espera de calificaciones finales.
Rojas fue nombrado por Miguel de la Madrid secretario de la Contraloría (en los tiempos de la engañifa denominada renovación moral) y, a finales de aquel sexenio gris, ya como un adelanto del poder salinista, llegó a la dirección de Pemex, donde se mantuvo seis años. En 2003 regresó a la política, como diputado federal, presidiendo la estratégica Comisión de Presupuesto y Cuenta Pública, y en 2009 volvió a ocupar una curul en San Lázaro, aunque esta vez con la responsabilidad de coordinar la bancada de tres colores, siempre con el sabido e innegable sello del salinismo (peleando frecuentemente con el coordinador de los senadores, Manlio Fabio Beltrones). Su hermano, Carlos, fue pieza esencial del proyecto político de Carlos Salinas, pues se encargó del programa emblemático, Solidaridad, desde el que hubo pretensiones de construir el partido salinista transexenal que sustituiría al PRI (intención remozadora que, por cierto, vuelve a aparecer, otra vez con la idea de cambiar de nombre al octogenario partido y, además, de sede).
El borrador de averiguación previa de Rojas-Salinas (la izquierda se mueve en el filo de la navaja, sumir de nuevo al país en la incertidumbre, una actitud ambigua que no presagia nada para la democracia, lanzarse belicosamente a la calle) corresponde a la incapacidad política del nieto- salinismo para entender y resolver el reto que le ha planteado la inconformidad social ante las evidencias de fraude electoral que, contra lo que esperaban la gran mayoría de los actores políticos (también los de la izquierda), no se ha expresado en los términos usuales, que tanto los agresores como las víctimas ya habían casi institucionalizado.
Ahora la inconformidad va de una manera distinta, sabedora de la inviabilidad de la denuncia y la protesta en los cauces electorales tradicionales y con la vista puesta más allá de candidatos, partidos y legalidad facciosa, concentrada no en reivindicar una posible victoria original de López Obrador, sino en impedir la instauración de un segundo reinado priísta que fundadamente se adivina cargado de represión, corrupción y desmantelamiento del país.
El nietosalinismo se aferra a las expectativas de poder que se ha fabricado y asoma las garras en defensa de la inversión hecha y las ganancias esperadas. Demasiado dinero y demasiados intereses como para dejar la resolución electoral en manos de los votantes o de sus posteriores impugnaciones masivas. Aprieta el puño en los medios de comunicación para ajustar las percepciones públicas a las necesidades de consolidar la figura tambaleante del presunto presidente de probeta salina y televisiva y alista la campaña propagandística contra la resistencia civil en curso, afilando instrumentos represivos que cree habrá de necesitar en el resto de este 2012 de ebullición casi inevitable.
La vulnerabilidad del sistema está a la vista y por ello en las alturas se piensa en la doctrina del orden patriótico. El PAN vive un periodo vergonzoso, sometido desde Los Pinos a los planes de Felipe Calderón, que al diario El País dijo que no descarta tener un nuevo cargo político (recuérdese que la gozosamente desaparecida Josefina Vázquez Mota propuso a FC para titular de la PGR, en un lance extraño que ahora podría tener esa u otra concreción aliancística, como la hubo con Vicente Fox del que se habla que podría ser el representante ¡diplomático! de México ante la Unión Europea). Las pretensiones de cacicazgo calderonista (controlando la cúpula de las bancadas legislativas del PAN y tratando de imponer al próximo dirigente nacional de ese partido) tienen por objetivo construir la candidatura de su esposa, Margarita, para recuperar el poder en 2018, en una clara programación de alternancia bipartidista.
La opción lopezobradorista se va diluyendo con el paso de las horas. En 2006 el plantón de Reforma fue usado para despresurizar el enojo social, según explicó AMLO durante su segundo intento presidencial. Ahora la vía del desahogo pasa por la impugnación ante el tribunal electoral y por un plan de lucha que será presentado esta semana, con una perspectiva que va más en el sentido de la reorganización de Morena que en la posibilidad real de llegar al poder. No se pelea el reconocimiento de un triunfo del tabasqueño, sino la posibilidad de invalidar las elecciones, que haya un presidente interino (¿Beltrones?) y se convoque a nuevos comicios. Mientras tanto, vuelos de zopilote pretenden hacerse de los beneficios de negociaciones civilizadas con EPN y de los membretes de izquierda para posteriores juegos electorales.
Frente a tanta descomposición y cinismo se ha construido desde el simbólico Atenco una propuesta de lucha que a pesar de sus evidentes riesgos da forma y sentido a lo que muchos mexicanos creen necesario hacer en estos momentos definitorios. Las protestas de siempre producirán los resultados de siempre. Los recursos tradicionales son insuficientes y, ante ello, diversas organizaciones, de entre las que destaca el movimiento juvenil del 132, llaman a la toma de acciones en concordancia con el grave peligro que significaría la regresión autoritaria encabezada por Peña Nieto. A ese nuevo escenario de lucha es al que responde con nostalgia diazordacista el nietosalinismo a través del vocero Rojas. ¡Hasta mañana!
Fuente: La Jornada