Fue como comenzar a reconstruir. Domingo en la plaza pública, sin el acompañamiento hasta ahora tradicional de los dirigentes partidistas que lo postularon a la presidencia de la República y sin los candidatos locales ganadores que semanas atrás se peleaban lugar en el estrado junto a él. El parque de la Esperanza, en Ciudad Nezahualcóyotl, en el simbólico estado de México, donde el peñanietismo se alzó con una importante porción de los votos prepagados y donde el perredismo y la izquierda electoral suelen ser en sus cúpulas mero refugio de intereses menores y de regateo por vendimias.
Como en 2006, luego de la adulteración electoral se ha desatado una pesada campaña de desacreditación y difamación públicas en su contra. Si las amañadas encuestas de opinión sirvieron para sustentar el parloteo mediático en favor de un presunto puntero inalcanzable, la histeria posterior a los primeros resultados oficiales somete a linchamiento los legítimos actos de disidencia y la recurrencia a los caminos legales de impugnación, para así facilitar la programada resolución del tribunal electoral en pro del originalmente designado para ocupar la gerencia de imagen y relaciones públicas de México.
Carlos Salinas de Gortari pudo estabilizar su gobierno y sobrellevar la etiqueta de ilegítimo luego de los acuerdos secretos con Cuauhtémoc Cárdenas y la muerte de Manuel J. Clouthier, que le permitieron dar cauce a la izquierda mediante la creación del Partido de la Revolución Democrática y a la derecha mediante las concertaciones que abrieron paso a reformas varias, siempre de las barbas del comisionado Diego Fernández de Cevallos. Enrique Peña Nieto, sin embargo, pareciera decidido a tomarse de la mano del grupo de Felipe Calderón Hinojosa, en una suerte de reposición de aquellos episodios del panismo que supo vender a buen precio la “legitimación de facto”. Respecto de la izquierda, o más específicamente, al lopezobradorismo, el obediente equipo del candidato mexiquense se muestra torpemente combativo, insultante, amenazante, obnubilado.
El vocero del comité nacional priísta, Eduardo Sánchez, dio un ejemplo más de ese trato no solamente irrespetuoso sino grosero hacia el tabasqueño que sostiene por la vía legal diversas impugnaciones contra el peñanietismo y que incluso propone la aplicación de la figura constitucional del interinato presidencial. El mismo domingo en que AMLO parecía volver a ser un líder social, casi despojado de los arreos electorales, dando voz en tribuna a la gente que le sigue y apoya y no a las figuras representativas que lo van dejando libre, el citado portavoz lo llamó cochino y lo equiparó con un viejo faraón que a su tumba se empecina en llevarse sus bienes preciados y sus esclavos. No con tanta vulgaridad, pero la nómina de comentaristas mediáticos alineados con el bipartidismo conservador reproduce similares tareas de demolición pejiana mediante artificios en espera de recompensa sexenal.
El peñanietismo insta a AMLO a que se retire de la política y varios de sus compañeros de viaje electoral tienen idéntica pretensión. Bien pagados y servidos, muchos de los izquierdistas institucionales están más que conformes con las gubernaturas recibidas y con los cargos legislativos alcanzados. El retiro de López Obrador les parece indispensable para comenzar a trazar el nuevo futuro venturoso, con el nuevo poder modernizador que ejercen Ebrard y Camacho (quien se coló a última hora como senador, en una maniobra al más puro estilo del juanitismo), con los apoyos circunstanciales de Chuchos, Bejaranos y otras corrientes, según la negociación específica de que se trate. Hoy, la lucha está centrada en la coordinación de las bancadas legislativas; mañana lo será en cuanto a los arreglos con el gobierno priísta, si así lo confirma el tribunal electoral de tres colores, como todo hace suponer (a menos que el 132 y un estallido cívico nacional impidan ese dictamen amafiado o la instalación de sus consecuencias en la silla de mando o su continuidad).
AMLO tiene por delante la marcha anunciada rumbo a la finca chiapaneca de mexicanísima sonoridad denominacional que hizo famosa meses atrás en una reunión con empresarios. O la reconversión en un líder de la resistencia nacional frente a los anunciados planes privatizadores (la riqueza nacional como gran botín, como en el primer salinismo) y las reformas antipopulares que el prianismo negocia frotándose las manos. Debe decidir qué tanta viabilidad conservó Morena como proyecto de partido, luego del gran fracaso en el cuidado de las casillas electorales y de la reservada movilidad que ha mostrado luego de las elecciones (concurrente como pieza testimonial a los actos y marchas del 132, supuesta organizadora de asambleas informativas en 142 ciudades, sin que se tuviera reporte de presencia más que simbólica). O puede optar por la creación de un gran frente popular para confrontaciones políticas circunstanciales, mientras el nuevo sol, Ebrard, transforma al PRD y a los partidos y movimientos que se acomidan, en un Partido Progresista que trabaje rumbo al 2018. Mientras tanto, López Obrador ha vuelto a la plaza pública, sin la escolta tripartidista de antes, sin figuras nacionales, tal como comenzó décadas atrás en algún pueblo de Tabasco, terco y convencido, contento de seguir siendo él, confrontando al poder, llamando a la organización.
Astillas
Quien desee leer el Astillero de este lunes (Negocios y elecciones; los Hinojosa, Edomex, Monex; familias en el poder; ciclos políticos y muertes) en http://bit.ly/PgSvLT puede encontrarlo... Tiroteo en el centro de la capital del país, una provocativa bomba molotov contra una tienda Soriana de Nuevo León, y el nuevo ataque contra instalaciones del grupo periodístico que edita Reforma y El Norte... Y, mientras las ansias laudatorias televisivas siguen al acecho de oportunidades olímpicas para desbordarse, ¡hasta mañana, en esta columna tempranera, que ve cómo en el Consejo Nacional de Seguridad Pública se consolida una especie de representación profesional de la ciudadanía!
Fuente: La Jornada