Dado que ya se han definido las propuestas presidenciales de los tres principales partidos políticos del país, es posible intentar un acercamiento a lo que los votantes encontrarán a la hora de emitir su voto en julio próximo.
Un primer rasgo distintivo es el hecho de que en la tercia dominante (aún falta por definirse el partido de la profesora Gordillo) los candidatos no tienen el control pleno de sus estructuras partidistas, y en aras de aglutinar a fuerzas internas en pugna han ido cediendo espacios, o lo irán haciendo, a factores reales de poder que habrán de resultar los ganadores netos si sus promovidos no se hacen de la banda presidencial: Salinas y la coalición de gobernadores y ex gobernadores detrás de Peña Nieto; Camacho, Ebrard y los Chuchos detrás de López Obrador, y Calderón y los Zavala detrás de Vázquez Mota. A la hora del recuento de la asignación de las diversas candidaturas legislativas en juego, esos grupos y personajes podrán haberse quedado con la porción más importante de las eventuales ganancias correspondientes a cada aventura electoral.
En consonancia con ese cuadro de falta de control estructural y de necesidad de hacer ofrendas internas, los tres virtuales candidatos no han podido desplegar a plenitud sus proyectos originales, y su crecimiento personal se ha visto limitado o menguado.
Peña Nieto pasó del cesarismo precoz, que sólo esperaba el trámite de las urnas para asumir la presidencia casi predestinada, a una angustiada etapa de sobreprotección, con un beltronismo acechante, para no repetir los costosos errores que, como en la FIL, han degradado con fuerza la percepción pública respecto de su capacidad política y su viabilidad como gobernante.
López Obrador ha debido refugiarse en la coartada de la República Amorosa para tratar de eludir los crónicos problemas internos de una izquierda solamente aceitada para lo electoral y ha cedido su equipaje de largos años a los ideólogos y operadores de las alianzas con el PAN en los estados, el colaboracionismo con Calderón, la desmitificación y desmemoria respecto del fraude de 2006 y el pragmatismo moderno.
Y Vázquez Mota, apenas llegada en firme al escenario, está desde ahora emplazada a negociar con los gobernadores panistas que apoyaron a Cordero por inducción de Los Pinos y a tratar de acallar con candidaturas y cargos de campaña a quienes le acusaron de ser una paracaidista de San Lázaro que nada más asistió al 6 por ciento de las votaciones que le correspondían.
En tal cuadro de candidaturas condicionadas y bajo presión no hay lugar en estos momentos para las ilusiones. Ninguno de los aspirantes está construyendo su expectativa de poder con libertad plena (como en 2006 trató de hacerlo el tabasqueño, traduciendo su enorme fuerza de entonces en un rechazo permanente a pláticas en privado y arreglos o entendimientos de última hora con empresarios y políticos influyentes).
En el PRI se tiene un candidato escenográfico, de escaparate, que desde ahora se mueve conforme a las determinaciones de los viejos lobos de mar que le circundan (ni siquiera sabía, semanas atrás, si técnicamente era candidato o precandidato, de lo cual se deduce claramente que sus estrategias de campaña no las decide él y tal vez apenas se entera de ellas a la hora de leer los discursos que le preparan).
En las izquierdas, para aparentar unidad y con la aritmética como obsesión, se está formando un batidillo de oportunismo y asepsia ideológica que de llegar a gobernar significaría un anunciado freno o una cantada distorsión de los principios generales que enarbola el candidato al que algunos de sus envenenados apoyadores de hoy desean la más firme de las derrotas para entonarle Las Golondrinas a él y su morenismo.
Y el panismo josefinista está desde ahora entrampado en la sonrisa congelada de la candidata que no se sabe si mantiene esa pose casi quirúrgica como reacción nerviosa ante el difícil paquete que se ha echado encima o como una esperanza gestual ingenua de que con buena cara podrá lidiar y someter a su interés a los grupos de desbordada presión que tampoco le desean buen fin electoral.
Astillas
En Jalisco, la ultraderecha propone continuidad agravada con Fernando Guzmán Pérez Peláez (FGPP), quien todavía en diciembre pasado era secretario general de gobierno y este domingo fue declarado candidato a relevar a Emilio González Márquez… Guzmán Pérez Peláez, continuamente señalado como miembro de El Yunque, fue reconocido como triunfador por otro contendiente, Hernán Cortés Berumen, pero no por el ex secretario de salud Alfonso Petersen Farah, quien ha presentado impugnaciones ante el comité nacional panista… Por lo pronto, FGPP ha advertido que en Jalisco la izquierda no pasará, pues ésta promueve la cultura de muerte desde los trece años. O veamos cómo quedó España (en "http: //bit.ly/z6R3W7 puede leerse)… No es accidental que el ultraderechista en mención dedique comentarios a la izquierda que normalmente no pinta en el escenario jalisciense: con la postulación a gobernador de Enrique Alfaro se abre una insólita posibilidad de avance del movimiento progresista, sólo amenazada por las trampas del grupo de Raúl Padilla, que controla la Universidad de Guadalajara y el PRD jalisciense y que juega a debilitar la opción de Alfaro y beneficiar al PRI, con un candidato afín, como es Aristóteles Sandoval… En Guanajuato, la ultraderecha también se atrinchera (en espera de la campaña de Benedicto 16), luego de jaloneos fuertes entre el yunquismo local. Finalmente, el gobernador panista saliente, Juan Manuel Oliva, impuso a su favorito original, Miguel Márquez, quien derrotó a José Ángel Córdova, aquel secretario federal de salud que condujo el proceso de los tapabocas y la compra masiva y sin control de vacunas contra la influenza A/H1N1… Y en Yucatán la propuesta blanco y azul reside en el mantenimiento de la rapacidad del grupo del ex gobernador Patricio Patrón mediante Joaquín Díaz, ahora candidato a suceder a la priísta Ivonne Ortega… ¡Hasta mañana!
Fuente: La Jornada