martes, 2 de febrero de 2016

NARCO EN MÉXICO, EMPRESARIO DE LA MARIHUANA EN EU

Denver.- “¡Hi, bro, bienvenido a la capital de la mota!”, suelta Joel Camarena con contagioso entusiasmo apenas traspaso la puerta de Cronic Life (así, sin hache), el negocio donde este chihuahuense de 40 años oferta diversos artículos referentes al mundo de la marihuana, como pipas de agua y papel para forjar; además, publica una revista especializada donde promueve la legalización de esta droga a nivel nacional (Cronic).

El lugar es además uno de los puntos de partida de los tours del Rollin Joint, el autobús de su propiedad donde la gente puede consumir la yerba sin restricción alguna.

Tras su inicial gesto de cortesía, Joel se acerca y me brinda una especie de saludo ritual, muy de gang (pandilla), en el cual, uno a la vez, roza sus hombros contra los míos. Después, me dice que tome asiento, saca una gran bolsa de cannabis y, sin más, comienza a forjar un toque mientras me invita a iniciar la entrevista.

Frente a la cámara y a la grabadora, Joel se mueve a sus anchas. Sin perder en ningún momento el buen humor; obedece sin chistar las indicaciones del fotógrafo, quien lo pone a posar lo mismo afuera de su negocio, que junto a su autobús; con su cigarro de mariguana entre los dedos, o mostrando el más reciente número de su magazine.

Al ver ahí a este calvo prematuro con ligera facha de rapero, gorra de beisbolista y colorados ojos de rendija, uno trata de visualizar la época en que recorría el desierto como narcotraficante de marihuana, a finales del siglo pasado y principios de éste.

“Comencé a vender marihuana cuando vivía en Puerto Palomas, Chihuahua. Era 1988 y sólo tenía 13 años de edad. Le robaba la droga a mi tío, un dealer de la zona, y la vendía en Columbus, la ciudad gringa que invadió Pancho Villa. Esos fueron mis inicios”, me confía Joel Camarena con un dejo de orgullo.

—¿Cómo pasabas la marihuana?

—En un camión de pasajeros que cruzaba la frontera todos los días. Sabía que un día a la semana no revisaban el camión, y yo lo aprovechaba para llevar mi regalito.

Joel llegó a Denver a principios de los 90, donde se empezó a involucrar con pandillas y a expandir el negocio. “Comencé a pasar grandes cantidades de yerba en vehículos propios. Tenía gente en Juárez y en Denver trabajando para mí. De 1996 a 2001 llegué a pasar hasta dos toneladas mensuales de mota.

“Le tuve que parar porque en 2001 me detuvo la policía gringa con un gran cargamento. Estaba en el tanque de la gasolina. Estuve tres años en el bote, de 2001 a 2004.

—¿Dejaste el negocio al salir de la cárcel?

—No, sí me puse más trucha, pero no pude dejar el negocio. Esto es lo que uno sabe hacer.

—¿Te detuvieron otras ocasiones?

—Sí, en 2005. Fue aquí en Denver. Al detenerme me golpearon y fui a dar al hospital. Contraté unos abogados y acusé a la policía de que habían violado mis derechos humanos. Gané el caso y no me pudieron encarcelar.

“De nuevo regresé al negocio hasta que en 2007 me agarraron en el trayecto de Palomas a Juárez. Esta vez fue la policía mexicana. Íbamos bien cargados a empaquetar el producto. Nos dejaron ir, pero se llevaron la mota, mi reloj y nuestros celulares. Eso sí, se portaron bien, pues me dejaron una libra de yerba. Luego de eso, me retiré y agarré un trabajo derecho en las empresas de computación de unos amigos.

Dos años después, en 2009, vino la legalización de la marihuana medicinal en Colorado y la vida de Joel Camarena dio un giro inesperado, pues aprovechó la coyuntura para montarse en la cresta de la ola en forma exitosa. “Lo primero que hice fue publicar el magazine y venderles mota a los dispensarios”, recuerda.

Hoy, seis años más tarde, con una tienda, el autobús y la revista Cronic, Camarena pasa por buenos momentos emocionales y monetarios. Muy atrás han quedado los años de ilegalidad, detenciones y cárcel.

“Bro, todo lo que me sucedió es parte del pasado. Ahora hay que ver hacia el futuro. En Colorado estamos haciendo historia. El próximo presidente de Estados Unidos deberá darse cuenta de que no hay otra salida más que legalizar la mota a nivel federal. Son cada vez más los que han entendido que la política de la prohibición sólo genera violencia, que es un fracaso”, dice.

—¿Qué opinas de las llamadas drogas duras?

—Las drogas duras y las sintéticas son altamente adictivas, son veneno para la comunidad. No se deben legalizar ni meter en el mismo costal que la yerba. Yo jamás he vendido otra droga que no sea marihuana. La mota es medicina, medicina pura.

Engolosinado, comienza a hablar sobre México y pronostica que este año se concretará la legalización de la marihuana medicinal. “Voy a tocar el tema de México en el próximo número de Cronic”, refiere.

Cuando menciona su magazine se le iluminan los ojos con la misma intensidad que cuando prepara un cigarro de marihuana.

Con un precio de 4.20 dólares y un tiraje actual de 20 mil ejemplares cada dos meses, Cronic es una publicación de papel couché, a cuatro tintas que consta de 78 páginas. Promueve la legalización en todo Estados Unidos y en su editorial más reciente considera “un absurdo y una injusticia” que en estados cercanos a Colorado, como Oklahoma o Texas, aún se encarcele a la gente por poseer “unos pocos gramos de marihuana”.

“Cronic tiene artículos y recomendaciones muy interesantes sobre lo que se puede hacer y no en Colorado, las mejores clases de yerba, los dispensarios de moda, además de cupones de descuento”, presume Camarena, quien me invita a seguir la entrevista en el Rollin Joint, el party bus de su propiedad que viernes y sábado recorre calles de esta ciudad repleto de apasionados de la yerba, que sin cesar, fuman y vaporizan con pipas las casi cinco horas del recorrido por un costo de 40 dólares por persona.

El autobús de vidrios entintados, en el que caben 35 personas sentadas, realiza dos tipos de tours o atmósferas: los viernes, en horario nocturno (8 pm a 1 am), visita algunos bares y antros; los sábados, con horario diurno (2 pm a 7 pm), se acude a dispensarios de marihuana recreacional. Durante el paseo por el autobús, se ofrecen snacks y cervezas Corona.

El encuentro con Camarena tiene lugar un miércoles, por lo que prepara un programa especial para EL UNIVERSAL en el que, con lleno total, combina algunos aspectos de las dos atmósferas, donde además del recorrido por la ciudad y la visita a un night club, está la oportunidad de  asistir a uno de los invernaderos de Grow Element Technologies (G Element), una empresa especializada en el cultivo de la marihuana, que también fabrica sistemas de iluminación para el crecimiento óptimo de la cannabis. Esta compañía surte a numerosos dispensarios, lo mismo médicos que recreativos.

G Element forma parte de un corporativo que también tiene un área de software especializado, otra de dispensarios y una más que ayuda a veteranos de guerra a superar el estrés post traumático, con cannabis.

Esta compañía es una muestra más de que esta industria ha abierto oportunidades a profesionistas de los más diversos campos. En G Element, por ejemplo, trabajan ingenieros, arquitectos, químicos, biólogos, agrónomos, sicólogos y diseñadores, entre otros.

Durante la visita, Val Doc Martínez, jefe de operaciones, guía a este diario por los diferentes cuartos que hay en el invernadero, unos con luces blancas y otros amarillas.

Este biólogo de abuelos mexicanos y aspecto hippie explica que las luces blancas sirven para promover el crecimiento de las plantas más jóvenes, proceso que tiene lugar en primavera-verano. Las amarillas, en cambio, se utilizan para las plantas más maduras, y tienen como propósito imitar el ambiente de otoño, cuando la planta de cannabis florece. “El proceso completo dura cinco meses”, indica Martínez.

Ya es de madrugada cuando Joel Camarena me invita de nuevo a sentarme a su lado, me da una fuerte palmada en la espalda y me dice, entre calada y calada de su cigarro de mota: “¿Te diste cuenta, bro? El futuro está aquí, en la industria de la marihuana. Y acorde con su comentario anuncia exultante que este año lanzará su línea de ropa hecha, por supuesto, con tejido surgido de fibras de cannabis.






Fuente: José Antonio Gurrea | El Universal