¿No es cierto que Felipe casi fue echado del gabinete de Fox por pensar en todo menos en el cargo que teóricamente desempeñaba?
Dicen los conocedores del ejercicio del poder que no existe nada más peligroso que un Presidente desesperado y/o enojado. ¿Por qué? Porque las mejores decisiones de un hombre de poder, de un estadista, son dictadas por la razón, no por la emoción.
Y viene a cuento el tema porque Felipe Calderón ha dado señales de ser un Presidente irritado, enojado, intolerante y hasta desesperado con sus colaboradores, con algunos periodistas y, en general, con aquellos que se atreven a criticar los resultados de su gestión. Una evidencia se produjo apenas el pasado martes, cuando en Guanajuato el Presidente censuró con severidad a quienes cuestionan los logros de su gobierno en materia de salud.
Pareciera que Calderón cree que, al final de su gestión, la sociedad es injusta, malagradecida y poco o nada comprensiva con su trabajo y los logros de su agonizante sexenio. La realidad es que olvida que el ejercicio del poder —en general—, y el de Presidente en México —en particular—, es quizás una de las más ingratas actividades de quienes ocupan cargos de elección popular. ¿Por qué? Porque el boleto que compró es sólo de ida. No hay regreso.
Es decir, que se equivoca rotundamente Felipe Calderón si cree que va a ser vitoreado —más allá de su primer círculo— al terminar su gestión. Y la razón la conocen todos. Porque el juicio de la historia por el desempeño de un cargo como el de presidente, le corresponde precisamente a la historia. Por lo pronto, hoy y hasta el 2 de diciembre de 2012 nadie puede defender si la gestión de Calderón fue buena, mala o regular y, sobre todo, será casi imposible que los ciudadanos en general metan las manos al fuego por un gobierno que, como el de Calderón, está cerca del final.
Pero el asunto es más preocupante cuando el Presidente pierde el control en público y regaña a sus colaboradores —como lo hizo ayer en la instalación del Consejo Nacional para el Desarrollo y la Inclusión de las Personas con Discapacidad—, en donde el regaño directo alcanzó a los secretarios Francisco Blake y Patricia Espinosa —de Gobernación y Relaciones Exteriores, respectivamente—, para luego extenderse a todos los secretarios de Estado. Calderón puso en duda la eficacia y profundidad del trabajo que desempeñan sus colaboradores a los que exhibió, de fea manera, como verdaderos inútiles.
Y es probable que, en efecto, todos los miembros del gabinete de Calderón sean ejemplo de inutilidad, incapacidad e ineficacia. Pero también es cierto que todos, o casi todos, están metidos en el juego preferido de la temporada: la sucesión presidencial. ¿En qué están pensando desde hace meses los secretarios de Hacienda, Educación, Trabajo, Desarrollo Social, Gobernación, Relaciones Exteriores..?, y los gobernadores, senadores y diputados. Están pensando en lo mismo que hace seis años pensaba y preocupaba a Calderón, en la sucesión presidencial.
¿Qué, no es cierto que Felipe Calderón casi fue echado del gabinete de Fox por andar pensado en todo menos en el cargo que teóricamente desempeñaba? ¿Ya se le olvidó a Calderón que, para poder hacer una campaña electoral sin distracciones, con eficacia y de peso, el candidato o precandidato debe romper el cordón umbilical con el poder que lo hizo crecer? Antes que regañar a sus colaboradores, Calderón debe liberarlos de la responsabilidad de una secretaría y dejar que hagan su lucha político-electoral.
Aquí y en otros espacios se ha insistido en que, por razones éticas, políticas y estratégicas, lo más saludable es que los colaboradores del Presidente que aspiran a ser candidatos presidenciales, sus adherentes, socios, aliados y amigos, deben dejar el cargo público para permitir que grupos eficaces terminen el trabajo sexenal, en tanto que los aspirantes presidenciales dediquen toda su atención al juego que todos juegan, el de la sucesión presidencial.
El nerviosismo que mostró Felipe Calderón durante el manotazo que dio a sus colaboradores ayer, así como el enfado mostrado en algunas entrevistas con periodistas, son evidencia de que el Presidente tiene serios problemas en el manejo de la sucesión presidencial en su partido. Y esas dudas pueden terminar en tragedia política. Al tiempo.
Fuente: Excelsior
Dicen los conocedores del ejercicio del poder que no existe nada más peligroso que un Presidente desesperado y/o enojado. ¿Por qué? Porque las mejores decisiones de un hombre de poder, de un estadista, son dictadas por la razón, no por la emoción.
Y viene a cuento el tema porque Felipe Calderón ha dado señales de ser un Presidente irritado, enojado, intolerante y hasta desesperado con sus colaboradores, con algunos periodistas y, en general, con aquellos que se atreven a criticar los resultados de su gestión. Una evidencia se produjo apenas el pasado martes, cuando en Guanajuato el Presidente censuró con severidad a quienes cuestionan los logros de su gobierno en materia de salud.
Pareciera que Calderón cree que, al final de su gestión, la sociedad es injusta, malagradecida y poco o nada comprensiva con su trabajo y los logros de su agonizante sexenio. La realidad es que olvida que el ejercicio del poder —en general—, y el de Presidente en México —en particular—, es quizás una de las más ingratas actividades de quienes ocupan cargos de elección popular. ¿Por qué? Porque el boleto que compró es sólo de ida. No hay regreso.
Es decir, que se equivoca rotundamente Felipe Calderón si cree que va a ser vitoreado —más allá de su primer círculo— al terminar su gestión. Y la razón la conocen todos. Porque el juicio de la historia por el desempeño de un cargo como el de presidente, le corresponde precisamente a la historia. Por lo pronto, hoy y hasta el 2 de diciembre de 2012 nadie puede defender si la gestión de Calderón fue buena, mala o regular y, sobre todo, será casi imposible que los ciudadanos en general metan las manos al fuego por un gobierno que, como el de Calderón, está cerca del final.
Pero el asunto es más preocupante cuando el Presidente pierde el control en público y regaña a sus colaboradores —como lo hizo ayer en la instalación del Consejo Nacional para el Desarrollo y la Inclusión de las Personas con Discapacidad—, en donde el regaño directo alcanzó a los secretarios Francisco Blake y Patricia Espinosa —de Gobernación y Relaciones Exteriores, respectivamente—, para luego extenderse a todos los secretarios de Estado. Calderón puso en duda la eficacia y profundidad del trabajo que desempeñan sus colaboradores a los que exhibió, de fea manera, como verdaderos inútiles.
Y es probable que, en efecto, todos los miembros del gabinete de Calderón sean ejemplo de inutilidad, incapacidad e ineficacia. Pero también es cierto que todos, o casi todos, están metidos en el juego preferido de la temporada: la sucesión presidencial. ¿En qué están pensando desde hace meses los secretarios de Hacienda, Educación, Trabajo, Desarrollo Social, Gobernación, Relaciones Exteriores..?, y los gobernadores, senadores y diputados. Están pensando en lo mismo que hace seis años pensaba y preocupaba a Calderón, en la sucesión presidencial.
¿Qué, no es cierto que Felipe Calderón casi fue echado del gabinete de Fox por andar pensado en todo menos en el cargo que teóricamente desempeñaba? ¿Ya se le olvidó a Calderón que, para poder hacer una campaña electoral sin distracciones, con eficacia y de peso, el candidato o precandidato debe romper el cordón umbilical con el poder que lo hizo crecer? Antes que regañar a sus colaboradores, Calderón debe liberarlos de la responsabilidad de una secretaría y dejar que hagan su lucha político-electoral.
Aquí y en otros espacios se ha insistido en que, por razones éticas, políticas y estratégicas, lo más saludable es que los colaboradores del Presidente que aspiran a ser candidatos presidenciales, sus adherentes, socios, aliados y amigos, deben dejar el cargo público para permitir que grupos eficaces terminen el trabajo sexenal, en tanto que los aspirantes presidenciales dediquen toda su atención al juego que todos juegan, el de la sucesión presidencial.
El nerviosismo que mostró Felipe Calderón durante el manotazo que dio a sus colaboradores ayer, así como el enfado mostrado en algunas entrevistas con periodistas, son evidencia de que el Presidente tiene serios problemas en el manejo de la sucesión presidencial en su partido. Y esas dudas pueden terminar en tragedia política. Al tiempo.
Fuente: Excelsior