martes, 17 de mayo de 2011

Los Suspirantes 2012 Enrique Peña Nieto,Andrés Manuel López Obrador y Ernesto Cordero.

El Luis Miguel de la política. Enrique Peña Nieto





De buenas maneras, deja una impresión favorable cuando se le trata en persona, dicen sus adversarios políticos.

Enrique Peña Nieto nacía en Atlacomulco, estado de México, y el gobierno mexicano había echado a andar la cuenta regresiva para el arranque de los Juegos Olímpicos de 1968. Faltaban 816 días para que Gustavo Díaz Ordaz, el presidente priista de más amargo recuerdo, inaugurara la competencia y más de 45 años para que el recién nacido intentara dormir en el mismo lugar luego de llevar una vida de telenovela: la Presidencia de la República.



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–Las mujeres. Las mujeres. Ese es el flanco débil –responde Emilio Ulloa, ex diputado mexiquense por el PRD, hoy integrante de Convergencia. Y recuerda que en alguna ocasión, cuando ambos eran diputados locales, en un insólito acto de sinceridad, Peña Nieto se le acercó y le dijo que estaba desesperado.



–Mi mujer me quiere acusar con el gobernador Montiel –eso me dijo, recuerda Ulloa, a quien le extrañó la confidencia, pero la atribuyó a que en verdad estaba angustiado y creía hallarse ante una situación muy seria.



–¿De qué lo iba a acusar?
–Pues de que andaba de mujeriego. Enrique Peña Nieto conoció a Mónica Pretelini Sáenz en junio de 1993 en el restaurante El Mesón del Caballo Bayo, en Tecamachalco, Estado de México, cuya asociación de colonos ella presidía. Peña Nieto era un joven de 27 años que empezaba a ocupar los peldaños bajos de la vida política y trabajaba como tesorero del Comité de Financiamiento de la campaña para gobernador de Emilio Chuayffet Chemor.



Tres años mayor ella que él, Mónica y Enrique tuvieron el ansia de las parejas jóvenes y luego de un noviazgo corto, de sólo ocho meses, contrajeron matrimonio el 12 de febrero de 1994 en la iglesia de Santa Teresita, en las Lomas de Chapultepec.



La recepción fue en el hotel Nikko. Los Peña- Pretelini se instalaron en una casa en Toluca, regalo del padre de Enrique, y tiempo después se mudaron al fraccionamiento La Asunción, uno de los más exclusivos de Metepec.



Durante un largo periodo, fuera del círculo íntimo y familiar, no se supo gran cosa de la pareja. Él iba en franco ascenso en la política, saltando de una posición a otra, mientras ella trataba de darle todo el respaldo posible, a la vez que se dedicaba a cuidar a sus tres hijos: Paulina, Alejandro y Nicole, hoy de 15, 12 y 10 años, respectivamente.



Así fue durante un tiempo hasta que la dinámica familiar experimentó un paulatino ajuste derivado de la mayor presencia del hijo de doña Socorro y don Enrique en la vida pública, aunque la situación se transformó radicalmente cuando Peña Nieto fue postulado como candidato a la gubernatura del Estado de México.



Mónica Pretelini se convirtió entonces en la fan número uno de su esposo, tanto que creó y encabezó el club de admiradoras del candidato. Estaba convencida de dedicar el mayor tiempo posible a la campaña de su compañero. Organizó y fue el motor de las 5 mil promotoras del voto femenino en los 125 municipios del estado, tarea que daría resultados políticos por encima de lo previsto. El futuro lucía, en apariencia, sereno y satisfactorio.



Sin embargo, la tranquilidad era relativa y la intensidad en la vida matrimonial se iría a las nubes. Conforme avanzaba la campaña, Mónica empezó a perder el impulso. “Se fue apagando en las giras y antes del final parecía distante, cansada y melancólica cuando en los acarreos creció el ensordecedor ‘¡Enrique, mi amor, serás gobernador!’. De pronto daba la impresión de que no encontraba la fórmula para cambiar situaciones que la incomodaban, como la aparición de las estrellas de Televisa. Le robaron a Enrique, y algunos asombrados reporteros aún tienen fresco aquél día en que le recordó a su marido que ella no era Paula”.



Nunca hubo oportunidad de que lo aclarara, pero Mónica, una mujer de facciones agradables, de temple- 35 ramento recio y firme, lo mencionó en un contexto en que todo apuntaba a que se refería a la primera esposa del gobernador Arturo Montiel, de nombre Paula Yáñez, de quien aquél se divorció a medio mandato para casarse con la francesa Maude Versini, matrimonio que también se disolvería una vez que Montiel salió del poder.



Aunque Mónica fue el alma inicial de la campaña, poco a poco se fue alejando y haciendo más reservada, en la misma medida en que las mujeres se le enredaban a su esposo con el grito de “¡Enrique, bombón, te quiero en mi colchón!”. No era agradable participar en los mítines y dejar pasar como si nada lo que oía. “¡Enrique, mangazo, contigo me embarazo!”.



Cuando Peña Nieto llegó al poder la relación matrimonial empezó a acusar cada vez más mayores dificultades. La armonía se diluyó junto con el triunfo. Diversos testimonios retratan una situación tensa y áspera, marcada por enojos públicos y desaires, en los que la sombra de la infidelidad se colaba inevitablemente.



Por ejemplo, existe una estampa presenciada por decenas de políticos y periodistas el 16 de septiembre de 2006: Peña Nieto acude al Congreso, en donde rinde su I Informe de Gobierno. Como es tradición, el gobernador y su gabinete, incluida la presidenta del DIF estatal, que tal era el cargo de Mónica Pretelini, caminan de la sede del Congreso al Palacio de Gobierno, cruzando la plaza principal de Toluca, para imprimir la placa oficial.



Por alguna razón, Pretelini se atrasa, el gabinete se encuentra listo para la foto y ella trata de incorporarse apuradamente al grupo, pero Peña Nieto la para secamente: “¡No, espérate!”, levanta la voz, gesticula con enojo, junta las cejas, estira el brazo y abre la palma de la mano para detenerla.



No era la primera ocasión en que así ocurría ni sería la última. Algunas semanas después, el propio Peña Nieto dio señales, aunque de manera involuntaria, de lo que ocurría en la relación con su esposa. Como cada año, invitó a los periodistas que cubren habitualmente sus actividades al brindis decembrino de ese 2006.



A la hora de desearles felices fiestas, improvisó algunas frases y dijo, palabras más, palabras menos: “Entre los medios de comunicación y el gobierno no siempre la relación es buena, tal como ocurre en los matrimonios”. Algunos asistentes registraron bien las palabras. En realidad, la pareja había llegado a una etapa en que ya no era tan sencillo ocultar la seriedad de las desavenencias que se habían incrustado entre ellos.



Llegó la Nochebuena de 2006 y, como acostumbraba hacerlo cada dos años, Manuel Cadena Morales, ex secretario de Gobierno con Arturo Montiel Rojas, convidó a la clase política mexiquense, incluyendo a figuras de otros partidos, a que asistiera a la fiesta que daría en su lujoso condominio ubicado en Rubén Darío 115, en Polanco, desde donde se tiene una majestuosa vista de frente al Bosque de Chapultepec.



Uno de los invitados fue Francisco Gárate, panista de larga trayectoria con buena relación con Peña Nieto y otros priistas, quien asistió acompañado por su esposa. Durante la fiesta algo le llamó la atención: la distancia entre el gobernador y la primera dama mexiquense.



“Mi esposa decía que era evidente que estaba muy fría la relación entre Peña Nieto y Mónica”.
Gárate, su esposa y las decenas de invitados a la cena constataron que Enrique Peña Nieto no se despegó durante casi toda la velada de un invitado muy especial: Carlos Salinas de Gortari.




Sola y aislada, Mónica Pretelini Sáenz pasó las horas de esa noche sin saber que esa sería la última Navidad de su vida.



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Cae la noche del miércoles 7 de octubre de 2009 y al poniente de la Ciudad de México el gobernador Enrique Peña Nieto sostiene una entrevista. Se halla al frente de una larga mesa de juntas, en uno de los espacios de esta residencia ubicada en el número 910 de la calle Explanada,sobre la que soberbias mansiones se alzan elegantes, y ésta, que “huele a Presidente”, no es la excepción.


Hace pocos días Enrique Peña Nieto acaba de rendir su III Informe de Gobierno y ha accedido a platicar con Rafael Loret de Mola, quien plantea al jefe de la política del Estado de México dos temas incómodos que, a su entender, serán usados en su contra en el futuro. El primero: la protección a las fortunas inexplicables de Arturo Montiel y Alfredo del Mazo.


El segundo tema, “motivo de múltiples especulaciones”, lo frasea así:
–Me imagino que le será incómodo recordarlo: la súbita muerte de su esposa, Mónica Pretelini, el jueves 11 de enero de 2007.


–No tengo por ello el menor agobio de conciencia –responde.
–¿La relación conyugal era conflictiva? –Teníamos diferencias como en cualquier matrimonio.
Y en mi caso, no voy a negarlo, tenían un fundamento: mis infidelidades. Arrastro esta debilidad desde muy joven.
–No es fácil sobrellevarla ante una esposa, como lo fue Mónica, muy arraigada al hogar y talentosa además. –Así es, Rafael. Me confieso: tuve dos hijos fuera de matrimonio y ella lo sabía. Uno murió de cáncer; el otro, vive.
Rafael Loret de Mola valora la increíble revelación que Peña Nieto le acaba de hacer. “Un handicap en lo privado y en lo público, estimo. Máxime cuando quien lo admite es favorito de la prensa rosa o del corazón, especializada en el glamour de los famosos, de la farándula y el deporte”.


El periodista continúa, refiriéndose a Mónica Pretelini: “Quienes conocieron de cerca al matrimonio, conjeturan que era ella quien mantenía el fuego, enamorada, sobrellevando la notoria promiscuidad de su marido”.


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Qué habrá pensado o dicho Carlos Monsiváis, ese hombre tan mordaz cuan desaliñado, al que le fascinaba la estética de la farándula, cuando se percató de que Peña Nieto llegó sin La Gaviota a la fiesta para celebrar el primer aniversario de Shalalá, el programa de televisión conducido por Katia D’Artigues y la dramaturga Sabina Berman. Quizá no tuvo oportunidad de reflexionar mucho sobre ello la noche de ese 13 de octubre de 2008 porque, de manera inesperada, Peña Nieto se acomodó entre él y el senador Manlio Fabio Beltrones en uno de los confortables sillones del restaurante Elago del Bosque de Chapultepec.


A dos sofás se encontraba la primera pareja transexual casada en México. Y en un sillón de enfrente, Margarita Zavala, la esposa del presidente Felipe Calderón, convivía con otros invitados antes de retirarse relativamente rápido. Ricardo Salinas Pliego, propietario de TV Azteca, se hallaba en la misma salita.


Semejante reunión de personajes creó un ambiente especial. “No estaban muy cómodos”, recuerda Sabina Berman, una de las anfitrionas de esa noche.
–¿Por qué?
–Porque Peña Nieto causa una tensión erótica, de envidia y de ganas de acercarse, a la vez. Es una figura erótica tanto para mujeres como para hombres.


Así que Enrique Peña Nieto, con sus 69 kilos de peso distribuidos armónicamente en sus 172 centímetros de estatura, se convirtió en el imán de la fiesta, a la que acudió mucha gente de la política y los medios de comunicación.


El del gobernador, piensa Sabina, es un fenómeno. “Las peinadoras de Shalalá hablaban de él como si fuera Ricky Martin. Causa desmayos entre mujeres, y entre los hombres despierta una tensión especial porque ven en él a un hombre, a la vez, atractivo y poderoso”.


Esa debe ser una de las razones por las que Alberto Tavira, un experimentado periodista especializado en estos temas –como reportero de la revista Quién lo entrevistó unas seis veces y una cantidad parecida a La Gaviota–, piensa que Peña Nieto “es el Luis Miguel de la política”, un personaje con fuerza propia que jala la atención, lo desee o no.



Uno de los puntos que se critica de Peña Nieto es precisamente su propensión casi innata a colocarse –y a pagar por ello, dicen sus adversarios– en el centro de los reflectores de las revistas rosas. “No tiene de otra –cree Tavira–. Evidentemente, se siente cómodo y le gusta, pero aunque él no quisiera que fuera así, nosotros lo íbamos a seguir. Es sorprendente el poder de atracción que tiene no sólo entre las mujeres, sino también entre los lectores hombres”.



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Algunas de las aficiones personales del gobernador del Estado de México: le siguen gustando los grupos ochenteros como Abba, las canciones románticas de Celine Dion, mata por unas quesadillas, usa relojes Victorinoxx Swiss Army, su ciudad preferida es París, le agrada beber tequila, vodka o whisky; usa loción de Carolina Herrera y productos Clinique para el cuidado del rostro y de la piel, y entre sus películas favoritas se encuentra Un ángel enamorado.



De buenas maneras, deja una impresión favorable cuando se le trata en persona, dicen sus adversarios políticos. “Es un hombre de trato afable y amable, sí, pero en política no se define a las personas por su buen trato, sino por cómo gobiernan. Y él no es un hombre muy brillante, no tiene chispa, no es un hombre creativo”, comenta Francisco Gárate. Ulloa, a su vez, lo define así: “Es amable, no es un hombre prepotente. No es ostentoso, no usa joyas. No demuestra excesos
hasta ahora, pero no es un buen gobernante”.



¿Y él cómo se define políticamente? Bueno, esto les dijo a Katia D’Artigues y Sabina Berman en esa ya famosa emisión de Shalalá: “Soy un hombre pragmático, conciliador, respetuoso de la pluralidad”.
–¿Pero es usted un hombre joven con viejas ideas priistas, o no? –quisieron saber las anfitrionas del programa.
–Yo no creo que sea pecado ser joven…
–¿Sus ideas son muy priistas?
–Más allá de las ideologías, soy un político pragmático, soy un político que busca los resultados más allá de las ideologías.
Eso fue lo que dijo en noviembre de 2008.
–Ya pasó un par de años del programa. ¿Qué opinión tiene ahora de Peña Nieto?
Sabina Berman, la escritora con una visión política y social que no oculta, se encuentra al otro lado de la línea telefónica.
–Es un operador buenísimo de la política, está muy bien entrenado, jugaba futbol con Del Mazo. Está educado para gobernar, claro, a la manera priista. Lo insatisfactorio es que es sus maneras son del siglo XX, pero no sirven para el siglo XXI. Lo que necesitamos es mirar hacia el futuro y no al pasado.



Lo veo muy cómodo dentro de sus esferas de gobierno y del PRI. Más ahora con la llegada de Humberto Moreira al PRI (tienen una diferencia de ocho días en edad). Fuera de ese círculo lo veo muy preocupado porque no tiene un discurso hacia el país. Peña Nieto no sabe de qué va. No hay ideología, no sabría si es socialdemócrata, pero suena a que va a un proyecto de tipo neoliberal con proyectos asistenciales.



No es claro que va a ganar. Es la apuesta del PRI, pero es eso. Una apuesta, nada más. No es claro que vaya a ganar.
–¿Qué fortalezas, qué activos le ve?
–Si hablamos de activos de Peña Nieto, pues el principal es la maquinaria del PRI. Está rodeado de gente muy bien preparada para hacer lo que saben hacer: gobernar como priistas del siglo XXI. Su profesionalismo es impresionante.



Pero también la carga erótica y su atractivo son sus activos. Y por supuesto La Gaviota. Enrique Peña Nieto sale todos los días en el noticiero, pero si se suma la audiencia de las telenovelas, pues La Gaviota tiene más votos que él. Sabina Berman, narradora, dramaturga y poeta, tiene muy claro lo que está pasando con Peña Nieto y los entretelones de su relato político, que resulta “muy bonito, telenovelero y muy atractivo”: El mensaje es que existen un hombre guapo y una actriz famosa, que están construyendo su amor y que nosotros, los ciudadanos, debemos cooperar para que lleguen a Los Pinos y sean felices.



“Sólo que hay que decirles: ‘momento, no se trata de que ustedes sean felices, sino de que aquí todos merecemos ser felices e ir al primer mundo, así que dígannos cómo le vamos a hacer’ ”. Así de simple.




La revancha:Andrés López Obrador



Sus partidarios afirman que será como Lula, quien ganó la Presidencia luego de varias derrotas,y que si el tabasqueño no lo hizo en 2006 es porque le habrían arrebatado el triunfo,pero están convencidos de que tarde o temprano habrá de conseguirla.



Unos lo ven como la gran esperanza del cambio que todavía habrá de venir; otros, como un cartucho quemado que ya ha pasado por sus mejores horas. Sus partidarios afirman que será el Lula mexicano, quien ganó la Presidencia luego de varias derrotas, y que si el tabasqueño no lo hizo en 2006 es porque le habrían arrebatado el triunfo, pero están convencidos de que tarde o temprano habrá de conseguirla, ya sea en 2012 o en 2018. Sus adversarios, por el contrario, creen que la trayectoria de Andrés Manuel López Obrador será una reedición de la de Cuauhtémoc Cárdenas: casi presidente en 1988, pero con votaciones decrecientes en 1994 y en 2000.



Lo cierto es que Andrés Manuel López Obrador no se ha quedado de brazos cruzados durante los últimos cuatro años. A favor de los primeros habría que decir que el trabajo de organización territorial que su movimiento ha conseguido es mucho más fuerte de lo que ha trascendido a la opinión pública.



Es un enigma lo que esa organización pueda movilizar en el momento electoral que viene, pero podría dar sorpresas. Del otro lado, los que argumentan que la imagen pública del tabasqueño está disminuida cuentan en su haber con amplias encuestas en las que su nivel de reprobación ha aumentado. Lo que nadie cuestiona es que Andrés Manuel López Obrador sigue siendo el factor que define las opciones electorales de la izquierda mexicana. Lo que él haga será decisivo para conocer al candidato que PRD, PT y Convergencia vayan a presentar para el 2012. El movimiento lopezobradorista tiene una organización social mucho más poderosa que la de los tres partidos combinados. Y ese movimiento tiene mucha base, pero una sola voluntad, la de su líder.





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El Peje es un hombre retraído, introvertido. A lo largo de su vida ha hecho pocos amigos entrañables; la política ha devorado todo. Tiene aliados, enemigos y subordinados.



Tiene aprecios y desprecios. Pero su pasión son las ideas y los proyectos; no parece odiar o amar intensamente a las personas. Excepto a la familia. En ese sentido el tabasqueño ha pasado por muy duras pruebas. Entre 2000 y 2003 perdió a los tres personajes centrales en su biografía: madre, padre y esposa. Doña Manuela, el 6 de mayo de 2000, al día siguiente del cierre de campaña en los comicios por la Ciudad de México, un impresionante acto multitudinario que el candidato no pudo celebrar. Don Andrés, cinco meses más tarde, el 7 de diciembre, un día después de la toma de posesión como jefe de gobierno. Veinticinco meses más tarde, el 12 de enero de 2003, el fallecimiento de Rocío Beltrán no fue inesperado, pero terminó siendo devastador.



Rocío fue una mujer muy cercana al tabasqueño y probablemente a la única persona que escuchaba. “Mi mujer es mi gran apoyo. Es mi paraíso. Con ella he enfrentado siempre los momentos más difíciles de mi vida.



Ella me ayuda, me apoya, me critica. Es mi consejera”, afirmó en una entrevista de la revista Proceso realizada por Armando Guzmán, en julio de 2000. En muchos sentidos, su esposa era su amarre con las realidades y el sentido común de la vida cotidiana.


Lo cierto es que en casi dos años López Obrador se hizo alcalde, huérfano y viudo a cargo de tres hijos. Si ya era retraído, terminó por aislarse de todo lo que no tenía que ver con la política y la atención a sus hijos. En 2005 se dio a conocer la relación sentimental que entabló con Beatriz Gutiérrez Mueller, una ex colaboradora y ex reportera poblana de 37 años, egresada de la carrera de comunicación de la Universidad Iberoamericana de Puebla y de la maestría en Letras de la misma institución. Gutiérrez había trabajado como reportera del noticiario local poblano Revista 105, que conducía Sergio Mastretta, hermano de la escritora Ángeles Mastretta, integrante del grupo Nexos, publicación donde la poblana haría algunas colaboraciones.


Miembros de esta revista cercanos al jefe de gobierno la habrían propuesto, con éxito, como directora de Difusión en el equipo de su futuro esposo y posteriormente trabajaría directamente con él como promotora del libro Un Proyecto Alternativo de Nación, en 2004. Se casaron el 16 de octubre de 2006 y siete meses más tarde, en el Hospital Santa Teresa, en Lomas Virreyes de la Ciudad de México, nació un 23 de abril de 2007 el cuarto hijo de Andrés Manuel y primero de Beatriz, con el nombre de Jesús Ernesto.


La relación con una pareja 16 años más joven ha llevado a López Obrador ha salir un poco del ostracismo en materia de vida social que caracterizaron los breves años de su viudez. Si bien es una persona de ideales, es un hombre poco cultivado en el sentido clásico del término.


Frecuenta muy poco las artes, los museos, los conciertos o incluso el cine. En los últimos años ha buscado salir cada vez más al cine o hacer deporte los fines de semana con sus hijos. “El mayor, José Ramón, es el más serio, más introvertido, muy respetuoso; el segundo es Andrés, es candela
pura, me cuestiona, debatimos, es contestatario,muy inteligente; y el chiquito, Gonzalo, es el que más extraña a su papá”, confesó en la entrevista citada.


En octubre de 2009, Andrés, el hijo intermedio, protagonizó un escándalo mediático cuando fue fotografiado en un mitin en contra del alza de impuestos portando tenis Louis Vuitton, con valor aproximado de 11 mil pesos.


Eso, y alguna foto con amigos en un yate, avivaron un debate mediático en contra de López Obrador, por mediación de su hijo. El joven canceló sus cuentas de Twitter y posteriormente se trasladó a vivir a Cancún. Sin embargo, la imagen personal de austeridad que proyecta López Obrador ha resistido estos embates. Más allá del énfasis demagógico que ha tenido su publicitada
insistencia en no trasladarse en otro vehículo que no sea un modesto Tsuru o equivalente, su frugalidad es auténtica. Quizá excesiva. Un amigo de la familia se ha preguntado si López Obrador no llevó demasiado lejos el tema de la austeridad en su propia casa, incluso durante la enfermedad de Rocío. Contaban desde años anteriores con el apoyo en el servicio doméstico de María del Carmen García, pero la primera esposa del tabasqueño hacía personalmente de chofer de sus hijos, a pesar de la creciente atrofia en sus articulaciones, típica del lupus que padecía. Durante años el pequeño departamento de Copilco resultó insuficiente para las necesidades familiares, hasta que se mudaron a otro un poco más grande, en la misma zona.


Todos sus hermanos han pertenecido al PRD, y tres de ellos han tenido alguna gestión política: José Ramón, Pepín, de 55 años, fue presidente municipal de Macuspana (“contra la voluntad de Andrés Manuel, que ni siquiera quiso venir a mi toma de posesión”); Arturo, de 53, intentó ser candidato a una diputación federal por Tlaxcala en 2009, pero fue impugnado, lo cual más tarde
lo conduciría a abandonar el partido y apoyar al candidato priista perdedor por la gubernatura de Puebla, Javier López Zavala; y Pío, de 51, quien reside en Chiapas y ha sido delegado en oficinas públicas de mediana importancia. Martín, con 47 años, se ha acercado varias veces para intentar hacer vida en torno a su hermano mayor, pero éste lo ha mantenido alejado.


Fue bautizado y creció católico, aunque en materia religiosa Andrés Manuel es más bien agnóstico o cristiano no practicante, como él dice. Al final de la vida su madre se hizo protestante cuando vivía en Palenque, y Andrés Manuel llegó a acompañarla en alguna de sus reuniones. Pero en el sepelio de su mujer, en el 2003, pidió el oficio de un sacerdote. En materia de concepción social y política sin duda debe ser catalogado como un progresista, pero su visión del mundo y sus códigos personales siguen estando más cerca de sus antecedentes campiranos que de las agendas de la nueva izquierda urbana. Los temas de género, homosexualidad, atención a discapacidades o incluso ecológicos no forman parte del núcleo de su discurso político, salvo cuando el auditorio de ocasión así lo requiere. Comparado con Marcelo Ebrard, por ejemplo, López Obrador tendría una concepción ideológica bastante más radical, pero sería, sin duda, mucho más conservador en materia de prácticas sociales y familiares no tradicionales.


Tiene gustos pero muy pocas aficiones. Fumaba Raleigh, como su padre, pero nunca en público. Tiene debilidad por el pescado fresco, en especial el pejelagarto, un pez de río de su tierra, en honor al cual los periodistas le pusieron el mote del Peje. El béisbol sigue siendo su pasión, aunque cada vez es menos frecuente que se escape los miércoles por la noche a Iztacalco a su “cascarita”. Algunos de sus ex compañeros se quejan de una especie de desapego de Andrés Manuel, muy cercano a la deslealtad. No reconoce méritos pasados o éstos pierden peso frente a las exigencias políticas del momento. El caso de Rosario Robles, justificado o no, es ilustrativo del sentir de algunos que han apoyado su trayectoria. Es solidario con su equipo, pero pierde el interés cuando un colaborador deja de serlo. Pareciera que sólo es leal a sus ideales y proyectos.


Hace tanto tiempo que López Obrador combate a la defensiva, en contra de algo o alguien, que pareciera no entender la vida pública de otra manera. Cuando se exhibieron los videos con las corruptelas de Ponce y Bejarano, ni siquiera se planteó una estrategia de evaluación, de contención de daños o de comunicación, afirma en privado uno de sus asesores. Mucho menos de aceptación del error. Respondió como responde un combatiente en el campo de batalla: devolviendo el golpe, contraatacando. Sin plantearse si el enemigo tenía la razón o si las evidencias en contra de su equipo eran ciertas. A López Obrador le basta creer que tiene la razón
moral, que está en el bando correcto de la historia, que está del lado de los pobres. Lo demás sale sobrando. La noción del “complot” no es una táctica, sino una convicción destilada por un pasado de activista y opositor que muchas veces se ha sentido víctima de las maquinaciones del poder. Desde los policías que intentaron inculparlo del asesinato de su hermano a los 15 años hasta la resistencia infructuosa en los fraudes electorales convalidados por los tribunales.


¿Un rayito de esperanza?


Sus virtudes y defectos están a la vista. Ha cometido errores graves: tanto al ignorar el comportamiento delictivo de funcionarios de primer nivel como en su tibieza y tardanza en condenarlos. Fue políticamente incorrecto al ridiculizar la gran marcha ciudadana del 27 de junio
de 2004 y fue un error, que casi la cuesta la candidatura, violar un amparo expedido por un juez en relación con El Encino. No fue muy afortunada su frase “al diablo las instituciones”, y menos aún colocarse la banda presidencial y designar un gabinete de gobierno, en lo que muchos interpretan como una bufonada. Demasiadas equivocaciones para muchos a los que su pretensión de llegar al poder provoca urticaria. El énfasis en su proyecto político por encima de los tribunales, su tendencia a la confrontación y su proclividad al populismo lo convierten en un candidato satanizado para un gran número de mexicanos, muchos de ellos en las esferas del poder económico y político. Pero, pese a estos defectos —o quizá debido a ellos—, para muchos otros constituye efectivamente un rayo de esperanza. Su activismo, el tono contestatario y provocador, su capacidad para realizar e imaginar, la austeridad de la que hace gala y su identificación con los pobres lo convierten en un candidato vigente. Su rabia empata con la de muchos; su hartazgo es el hartazgo de multitudes.


Es la vía para el cambio, por una ruta distinta a aquella que ya se intentó. Muchos se espantan y otros se entusiasman. A nadie deja indiferente. Sigue siendo el candidato de izquierda con mayor
intención de voto, pero ninguno de los precandidatos inspira tal nivel de reprobación abierta en las encuestas. Y con razón. Quiere llegar para emular a Benito Juárez o a Lázaro Cárdenas o mejor ni llegar. No es un intelectual y nunca ha pretendido serlo. Sus lecturas, de historia y política, no buscan expandir la visión de un mundo complejo y ambivalente, sino confirmar las viejas certezas enraizadas en convicciones inamovibles. Son lecturas selectivas de la realidad, encaminadas a documentar una docena de ideas básicas: “el pueblo”, la injusticia social, la austeridad, la perversidad de los poderosos, el Estado benefactor, la honradez, el nacionalismo. Esa es su limitación, esa es su fuerza. López Obrador no es otra cosa que lo que es. Y lo que es resulta fascinante y terrible a la vez, según 40 quien lo mire.




El hombre del Presidente:Ernesto Cordero



Es el primer secretario de Hacienda que milita en el PAN. Ha sido parte fundamental de muchas campañas, aunque no ha ganado nunca un puesto de eleccion popular.

Si Enrique Peña Nieto es el aspirante hecho para la televisión, Ernesto Cordero Arroyo es el que no ha pasado por la cirugía reconstructiva de los asesores de imagen. No viste trajes italianos ni despliega sonrisa de actor.


Sus corbatas no son cool y las camisas con frecuencia le desbordan el pantalón. Es como un libro en edición rústica, lleno de números y gráficos. Es buen conversador, pero le cuesta trabajo la comunicación masiva. Lo suyo es la argumentación en corto. Es el primer secretario de Hacienda que milita en el PAN. Ha sido parte fundamental de muchas campañas, aunque no ha ganado nunca un puesto de elección popular. Cuenta con la confianza y apoyo del Presidente, pero no es una figura conocida por el gran público. Cuatro de cada cinco mexicanos no le reconocen y parece que no lleva prisa por subir a la pasarela. Su destape ha sido todo menos apresurado: más silencioso que estridente, más una confesión en privado que un grito en público. Una danza de los siete velos. Ernesto Cordero es la materia gris del calderonismo y una ecuación de varias incógnitas. Su boca prodiga sonrisas con facilidad. Su frente se arruga sin dificultad. Hombre de
ideas liberales, necesita lograr el apoyo de los conservadores de su partido para convertirse en el abanderado panista.


Ayudó a Felipe Calderón Hinojosa a afinar la estrategia que lo llevaría a Los Pinos, pero no termina de definir la suya. Su apuesta es consolidar la recuperación económica y aprovecharla para impulsar su candidatura, pero no ha encontrado la forma de contar esa historia y conectarse
con el mexicano de a pie. Ha escrito los guiones y operado con habilidad en la tramoya, pero no ha terminado de apoderarse del escenario, ¿será capaz de asumir con éxito el papel protagónico?


El Hamlet de los tributos


“Yo no voy a competir”, contestó Ernesto Cordero. El Presidente había convocado a una comida en Los Pinos con un tema único en la agenda: ¿quién se apuntaba para la candidatura presidencial? La fecha, el sábado 29 de mayo de 2010.
Los convocados eran nueve blanquiazules. Santiago Creel Miranda dijo sí. Javier Lozano Alarcón, también. Alonso Lujambio Irazábal y Josefina Vázquez Mota expresaron sus dudas en voz alta, mientras que los gobernadores Emilio González Márquez, Juan Manuel Oliva y Marco Antonio Adame no abrieron sus cartas.


La negativa de Cordero sigue siendo vigente, pero no puede interpretarse al pie de la letra. El secretario de Hacienda acompaña la caballada a distancia prudente. Dice no en público, pero se prepara para que ocurra un sí. Crece en el aprecio y la confianza del presidente Calderón. De la colmena calderonista, es quien recibe la jalea real. Tiene la mayor proyección mediática en un gabinete donde se prefiere la discreción. Ha ganado más espacios que nadie para gente cercana a él, en el partido y en los primeros niveles de la administración. No se define abiertamente.



Mantiene la cautela. Va tejiendo sus aspiraciones de manera discreta, tan discreta que parece confusa. “Les deseo mucha suerte”, dice de los otros panistas que se han destapado. “Estoy de
acuerdo con el Presidente en que el PAN debe abrirse a una candidatura ciudadana para el 2012”, asegura y queda como el único precandidato en esa posición.


Es actuario y experto en escenarios. Ha trazado uno donde la carrera por el 2012 será muy diferente a las de 2000 y 2006. Entonces ganaron los que salieron primero. Él opera bajo la hipótesis de que ahora será distinto. “Hay que tomarlo con mucha calma y esperar los tiempos.





Falta mucho para el 2012”, enfatiza. Parece un maratonista al que le preguntaran sobre la meta de la carrera en el kilómetro 10. Un cazador que apuesta al agotamiento de sus presas.



¿Es o no es?



Si no es el candidato del presidente Calderón, entonces el mandatario oculta muy bien su juego. Cordero ha sido el orador de eventos importantes, el rostro de programas de alto impacto social y el operador de temas delicados. Se ha convertido en un vicepresidente de facto, a cargo de la agenda económica y mucho más.



“El Presidente está convencido de que Ernesto Cordero es el hombre más competente y leal que tiene en su equipo. Se nota”, afirma Rubén Aguilar Valenzuela, ex vocero del presidente Fox.
Cordero vive a su modo la comezón del quinto año. Se asoma al escenario y regresa al backstage. Bajo los reflectores ejerce su papel de precandidato con reticencia. En cada sí, hay algo que tiene un quizá: “Todos deseamos también ser astronautas o centro delantero de la selección”, le contestó a Katia D’Artigues cuando ella le lanzó la pregunta “¿Quieres ser presidente?” El secretario de Hacienda no transmite asertividad en el momento de proyectarse como candidato.



La forma en que manifiesta este afán contrasta con su estilo de tomar decisiones. “Normalmente es alguien que define y ejecuta rápido”, dice Vidal Llerenas, diputado federal del PRD que ha participado en las negociaciones del presupuesto con Ernesto Cordero. Sus formas desconciertan, aunque no es deliberado. “Nos pasa en muchos eventos: si el discurso está muy enfocado en temas de Hacienda, hay quienes se decepcionan porque esperan un pronunciamiento político”, reconoce uno de los colaboradores más cercanos de Cordero: “Si aborda un tema social o hace un comentario que rebasa el ámbito de la secretaría, quieren interpretarlo como una señal de que ya se destapó y se perfila como candidato a la Presidencia”.


El delfín que no quiere nadar, lo llamó René Delgado, director editorial del periódico Reforma. En ese querer sin querer nos remite a otra época. Actúa como si lo guiara un Manual de los tapados de los tiempos del PRI. “Yo no aspiro a la candidatura, sólo quiero cumplir las tareas que me ha asignado el Presidente”, dice una y otra vez. Respeta aquella máxima de Fidel Velázquez de que “el que se mueve no sale en la foto”. Sabe, de cualquier modo, que las técnicas de fotografía han cambiado mucho desde los tiempos del sempiterno líder obrero. Es posible moverse y tener un lugar en el cuadro. Hace las cosas a su modo: no se ha destapado al estilo Vicente Fox o Enrique Peña Nieto.


Tampoco ha seguido un camino parecido al de Felipe Calderón, autoproclamado “el hijo desobediente”. No necesita Por Luis Miguel González rebelarse. Es un hombre que tiene la máxima confianza de un mandatario que desconfía hasta de su sombra, según la lápida que le impuso Carlos Castillo Peraza.

Close up


Ernesto Cordero nació en mayo de 1968. La gente de izquierda recuerda esa época porque fue uno de los momentos culminantes de la rebeldía del siglo pasado. Eran días de manifestaciones estudiantiles (que luego llegarían a México en el épico y trágico 2 de octubre). Los muros tenían la palabra y en ellos resonaban frases como “Seamos realistas, pidamos lo imposible”. Este aspirante no es rebelde, aunque está muy cerca de las posturas liberales en algunos temas de actualidad: “Yo no le vería problema a los matrimonios de homosexuales”, dijo a Katia D’Artigues en Shalalá. En ese espacio expresó un punto de vista abierto respecto a la adopción de parejas gay: “No es un problema en la medida en que los niños puedan crecer en un entorno con mucho amor”. Jugó futbol americano entre los 12 y los 15 años. Algo de su cuerpo delata esos tiempos.



Es ancho de espaldas, con el cuello fuerte, como un running back. Con los años se ha decantado por el futbol soccer, en el que le gusta ocupar una posición en la delantera. Su pasión está con el Puebla. “Me aficioné al equipo de la franja cuando era niño. Era la escuadra de Benito Pardo y Manolo Lapuente. Todavía recuerdo los años con Asensi y José Martínez, Pirri”, recuerda.


Su afición al Puebla FC está desplegada en su página de Facebook, un lugar que ofrece muy poca información personal del secretario. Es una ventana semicerrada a la curiosidad de los intrusos. Por eso extraña el guiño que ofrece al compartir sus gustos musicales: Guadalupe Pineda aparece como su artista favorita, junto con un grupo llamado IRS. Son mezclas duras: la balada y el hip-hop, aunque lo de los hip hoperos parece una broma porque IRS es el nombre de la autoridad recaudatoria de Estados Unidos. De cualquier modo, en música tampoco es un escucha difícil de complacer. Los que asistieron a la boda de Max Cortázar, el ex vocero de la Presidencia, pueden dar testimonio de que el secretario es miembro activo de la generación Timbiriche. Bailó con enjundia al compás de Tú y yo somos uno mismo.


Es un hombre informado, pero no un lector voraz. “Lo último que leí fue el Informe de las Finanzas Públicas”, confesó en una entrevista televisiva. Se levanta entre las 5:30 y las 6 de la mañana. Revisa las síntesis informativas en papel, los mercados en su iPad y algunos flashes informativos en la BlackBerry. De literatura, una de sus últimas lecturas fue La soledad de los números primos, de Pablo Giordano. Es una historia de amor donde resuena una metáfora matemática: hay números primos que están más solos que otros, por ejemplo aquellos que apenas están separados por un número par, como ocurre con el 17 y el 19.



Redes sociales, vida privada


Hay un sitio de Facebook que lo apoya abiertamente para la Presidencia de México, “Cuates X Cordero 2012”. La página carece de diseño y no cuenta con un administrador de contenidos profesional, pero ofrece un dato: entre los cuates que apoyan a Cordero se encuentra la madre de Juan Camilo Mouriño, Ángeles Geli Terrazo. Los registros dejan claro que no es muy activo en la actualización de su Facebook ni un twittero al que se le queman los dedos. Su Twitter es impersonal. Ahí predomina abrumadoramente el registro de hechos oficiales. Está anotado como seguidor de los periodistas León Krauze y Francisco Zea, además de un buen número de servidores públicos, empezando por el presidente Calderón y su directora de Comunicación Social, Alejandra Sota; Daniel Karam, director del IMSS; Salomón Chertorivski, comisionado nacional del Seguro Popular; José Antonio Vivanco, titular de la Comisión Federal de Electricidad, y los secretarios de Finanzas de Hidalgo y Chiapas.



Retrato de familia



El secretario de Hacienda es hijo de Ernesto Cordero, un médico gastroenterólogo, y de Graciela Arroyo, una enfermera. Sus padres se dedicaron al ejercicio de la salud en el sector público Él vive y es pensionado del ISSSTE.


Ella murió en 2005, luego de una destacada trayectoria en el servicio público. Fue una figura clave en el desarrollo institucional de la enfermería en nuestro país: el reconocimiento anual a la excelencia en el desempeño profesional de las enfermeras mexicanas lleva su nombre, Graciela Arroyo de Cordero. Empezó en tareas básicas de hospital, antes de cumplir 20 años. Llegó a ser maestra y directora de la Escuela Nacional de Enfermería, fundadora de la mayor biblioteca de México especializada en el tema y participante activa en los debates de bioética, al final de su vida. Ernesto Cordero sólo tiene una hermana, Graciela. Es experta en pedagogía y cuestiones educativas. Doctora por la Universidad de Barcelona. Vive en Ensenada, donde dirige el Instituto de Investigación y Desarrollo Educativo de la Universidad Autónoma de Baja California.

Cordero estudió la primaria en el Colegio Williams, un plantel exclusivo del DF. “Mis padres hicieron un gran esfuerzo para pagar mi educación”, afirma. Pensó en ser médico y también ingeniero. Al final optó por estudiar actuaría en el ITAM. Cursó una maestría en Economía también en el ITAM e hizo estudios de posgrado en Economía en la Universidad de Pensilvania, una de las 10 mejores universidades de EU en esa ciencia. Dos Premios Nobel son profesores en ese plantel.



Su esposa es un poco más alta que él y se llama Cristina Keller. Estudió matemáticas aplicadas en el ITAM. Ahí conoció a Cordero en 1997. Se casaron siete años después. No tienen hijos. Cristina es hija de Jaime Keller, un académico de la UNAM. Hizo un posgrado de arquitectura en la Universidad de Pensilvania y se desempeña por su cuenta. Participa, de manera discreta, en las actividades de Cordero. No ha desempeñado cargos públicos ni competido por cargos de elección popular.

Revista Emequis