martes, 31 de mayo de 2011

Las violencias del sistema capitalista y la izquierda (Leyendo a Zizek)

Para entender la ola de violencia que sacude a México y la irrupción del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad conviene distinguir tres tipos de violencia (Zizek, Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales), a saber:

1) la violencia sistémica u objetiva, que refiere las consecuencias catastróficas del funcionamiento del sistema económico y político (capitalista), en particular durante su fase neoliberal: miseria, desigualdad, exclusión, delincuencia, etc.; ésta es una violencia normal, naturalizada e invisible, pero es la causa fundamental de gran parte de las violencias de nuestra sociedad;

2) la violencia simbólica, que remite a la imposición de sentido del discurso de la clase dominante y a la ideología del propio sistema (racismos, odios, discriminaciones, etc.), al poder de destacar o invisibilizar y silenciar; ésta es, también, una violencia naturalizada e invisible, pero es la que naturaliza a la violencia sistémica y visibiliza a ciertas expresiones de violencias subjetivas;

3) las violencias subjetivas, que apuntan de modo directo a las violencias concretas que se ven y destacan los medios de comunicación de masas: los crímenes sádicos contra las mujeres, las masacres cotidianas, las agresiones de narcos, policías, militares, paramilitares, etc., con “daños colaterales” en la población civil.

Sin embargo, es necesario tener presente que es la violencia simbólica la que visibiliza a esta violencia subjetiva y la desconecta de la violencia sistémica: mientras se invisibilizan las muertas en el Estado de México o por abortos clandestinos, las de los niños por desnutrición o enfermedades curables, las de mujeres y hombres gastados por la miseria, cierto tipo de violencias se destacan para generar miedo, intolerancias diversas (clasistas, sexistas, racistas), propaganda política o políticas de control de poblaciones (militarización). Por ejemplo: las masacres de migrantes, que se presentan como absurdos secuestros del crimen organizado; el “parte de guerra” diario del enfrentamiento entre policías, narcos, paramilitares y ejército, siempre con daños colaterales civiles (que, más bien, se ocultan o pasan a la cuota de “enemigos” muertos); el asesinato a algún jefe narco como sustento a la afirmación de que el gobierno va ganando una falsa guerra en la que se prefiere atacar a personas pero no los circuitos millonarios de dinero sucio.

Porque la violencia simbólica (la del discurso y la ideología dominante, que se impone de modo vertical y sin posibilidad de réplica) oculta a la violencia sistémica del capitalismo y del neoliberalismo (la incesante producción masiva de pobres, de precarios, de excluidos, muchos de ellos infectados por el fetichismo del dinero y del consumismo), pues sólo muestra ciertas violencias subjetivas y oculta otras.

Pero lo que principalmente oculta es el hecho de que se pretende combatir a las violencias subjetivas usando la violencia sistémica que las provocó: en vez de que aumente el gasto público social y se promueva el empleo bien pagado, en lugar de respetar la ley y regular el funcionamiento del Capital, sigue creciendo el desempleo y si aumenta el gasto gubernamental lo hace en bonos especiales para los políticos profesionales y el armamento para la policía y el ejército.

Si no se ataca la violencia sistémica, si se recurre a ella para terminar con las violencias subjetivas, el resultado necesario será el incremento de violencias, tanto sistémica como simbólicas y subjetivas.

Tomar en cuenta la violencia sistémica del capitalismo puede ayudar a romper la ilusión de que el capitalismo lleva dentro de sí el proyecto de Estado de derecho y ciudadanía. Por lo contrario, la violencia sistémica capitalista vuelve al “Estado de derecho” un “estado de sumisión” a los intereses capitalistas. Como han insistido Carlos Fernández Lira y Luis Alegre, la violencia sistémica capitalista implica la negación del Estado de derecho, mientras la violencia simbólica insiste en imponer la ficción de que el capitalismo promueve la legalidad, la división de poderes, la ciudadanía:

“Bajo condiciones capitalistas, el derecho es un instrumento de dominación de clase. No hay más que ver –dicen Fernández Liria y Alegre-, para empezar, quiénes son los que suelen ir a la cárcel. En la cárcel no hay más que gente pobre. Cuando los ricos son llamados a juicio, lo normal es que los jueces sean expedientados, no que ellos sean condenados. Y cuando excepcionalmente la clase obrera ha logrado, contra toda corriente, imponer legislaciones que perjudicaban al capital, los banqueros se han pagado un golpe de Estado o una guerra civil que diera al traste con toda apariencia de Derecho.”

Más allá de lo que afirman algunos especialistas sobre el colapso del poder judicial en México, lo que debiera quedar claro es que la lógica capitalista corroe al Estado derecho, distorsiona el sistema jurídico y vuelve una ficción la división de poderes. Y como el capitalismo está mundializado, esto ocurre a nivel mundial.
En toda sociedad capitalista que funcione normalmente, el poder político se subordina al poder económico, esto es:

-el poder ejecutivo sirve a la oligarquía mientras gobierna controlando a los otros poderes y a la sociedad;

-el poder legislativo, sometido por el ejecutivo, reside en las burocracias de los partidos, las cuales acuerdan sus políticas con los gobernantes y los poderes fácticos en lo “oscurito”, para luego imponer la línea a sus subordinados (diputados y senadores);

-estos poderes, a su vez, controlan el acceso al poder judicial, al que se llega comprometido políticamente para usar e interpretar la ley buscando siempre conservar al sistema.

La película “Presunto culpable”, que sacudió a la sociedad mexicana, desnuda la situación real de nuestro sistema jurídico: los jueces y policías son delincuentes al servicio de quien les pague.

En el capitalismo no nos gobiernan las Leyes o el Derecho. El sistema capitalista tampoco admite la democracia efectiva: en este sistema no hay “democracia burguesa” o “democracia sin adjetivos” porque el asunto no es de adjetivos sino de sustantivos: si, según Aristóteles, la democracia es el gobierno de los muchos, que son pobres y la oligarquía es el gobierno de los pocos, que son ricos, no cabe duda de que la forma política característica del capitalismo es el régimen oligárquico. Si en el capitalismo no gobierna la Ley (Derecho) ni la Democracia (el gobierno del pueblo), en este sistema mandan las leyes económicas, enajenadas y enajenantes, se impone una Dictadura del Capital con su violencia institucionalizada y encubierta por una enorme violencia simbólica que impide entender lo que logran ver y sentir todos aquellos que padecen a diario la violencia sistémica capitalista.
La izquierda socialista lucha por la democracia: por el gobierno del pueblo, por derechos y leyes, por un Derecho que proteja la igualdad y la libertad, por una Justicia social contra y más allá del Capital.

Destacar el juego de estas violencias puede resulta revelador porque destaca el doble discurso del régimen: al mismo tiempo que se dice defender el Estado de derecho, se reitera en la práctica la ruptura de la legalidad por parte de los empresarios y gobernantes así como su desaforada corrupción. Mientras el sistema promueve la guerra de todos contra todos, la competencia sin normas, la proliferación pública de fraudes y negocios sucios, la complicidad de narcos con empresarios en el lavado de dinero, la desregulación de la marcha del capitalismo delincuencial, se dice atacar a los nacos, que son la personificación misma del propio sistema establecido –un sistema bárbaro, carente de civilidad y ética, que genera empresas criminales que producen mercancías tóxicas (drogas, pero también alimentos chatarra) con el solo afán de acumular más riquezas.

Desde esta perspectiva, el asunto de la violencia se politiza y genera preguntas inquietantes:

-¿Quién es más criminal, preguntaba Bertolt Brecht, el que roba un banco o el que lo pone (para defraudar a quien se deje)? ¿El que vende droga o el que se hace rico vendiendo pan que es de aire (Bimbo)? ¿El policía que acepta dinero del narco o el que comete un fraude electoral para hacer negocios con las privatizaciones? ¿El que secuestra o el que explota y deja sin empleo? ¿Las empresas farmacéuticas, que trafican con la enfermedad, las empresas televisivas, que hacen negocios con la estupidización, o una banda que roba coches? ¿El que acumula una de las más inmensas fortunas sobre la Tierra porque privatiza la riqueza que era pública en un país de pobres, o el joven estúpido que mata por unos pesos?

Es cierto que es terrible que bandas de delincuentes maten a jóvenes en una fiesta, pero también lo es que mueran niños en una guardería porque el gobierno sólo desea promover negocios privatizando (subrogando) los servicios públicos. Es escandaloso que se secuestre a la gente para hacer dinero, como lo es el que se corran a miles de trabajadores, rompiendo preceptos constitucionales, para hacer negocios con la fibra óptica que instalaron esos mismos trabajadores, como ocurrió con el SME.

¿No es violencia sistémica el que los grandes empresarios no sólo no paguen impuestos sino que tampoco respeten las leyes laborales, ni las ambientales, ni mucho menos se preocupen de la utilidad, toxicidad o durabilidad del producto o de sus efectos contaminantes? A ellos, todos lo saben, no les importan los trabajadores ni la naturaleza, ni el mundo en el que viven: sólo les importa hacer dinero. El capitalismo produce, en sus personificaciones y en el modelo de ser humano que promueven, seres necrófilos, adoradores del Dinero y dispuestos a sacrificar todo (ley, vidas, derechos, dignidad propia, el futuro del planeta) con tal de acumular más. ¿No es ese el perfil de un sicótico asocial y perverso?

No repetiremos que la propiedad es un robo, pero sí que un sistema basado en la enajenación y la explotación de las mayorías, como lo es el capitalismo, un sistema que condena a la miseria a la mayoría de la población mundial, implica una violencia sistémica y es uno de los mayores crímenes contra la humanidad. El capitalismo es, por esencia, delincuencial y corruptor: rompe con todo lo que era sagrado para hacer dinero a toda costa, e incluso promueve delitos por los deseos consumistas sembrados hasta en los que son excluidos de todo.
Ante lo que está ocurriendo en nuestro país, debemos criticar la actitud del liberal tolerante que se opone a todo tipo de violencia, directas (masacres, etc.) o ideológicas (discriminación) –aunque se “olvida” de la violencia sistémica.

Por eso, desde la izquierda, debemos de cuidarnos de repetir el grito de alarma del liberal contra la violencia que vuelve a todo lo demás secundario –y con ello, “tapa otras formas de violencia” e incluso las justifica, porque en el fondo clama por más violencia, policiaca y militar.

Por eso es necesario tener presente las tres formas de violencia y resistirse a la fascinación por el cúmulo de violencias subjetivas y visibles que crece ante nuestros ojos: es preciso “historizar a fondo la noción de violencia objetiva” del capitalismo, volver a insistir en que el Capital como abstracción real (enajenada) determina a la economía y condena a la miseria a la mayoría de la población mundial, promoviendo guerras abiertas o soterradas, corrupción, irresponsabilidad y cinismo en los adoradores del Dinero; porque el Capital es una fuerza social enajenada e indiferente a los seres humanos y a la naturaleza, que en su búsqueda de ganancias “proporciona la clave de los procesos y las catástrofes de la vida real.” (p.23)

Es ahí donde reside la violencia sistémica fundamental del capitalismo, mucho más extraña que cualquier violencia directa socio-ideológica precapitalista: esa violencia ya no es atribuible a los individuos concretos y sus ‘malvadas’ intenciones, sino que es puramente ‘objetiva’, sistémica, anónima.” (Zizek, p.23)

Contra todas las personificaciones del Capital, sean locutores, empresarios, intelectuales o políticos, es necesario insistir que el capitalismo es violento y criminal, cuestionando el propio discurso económico, en el que no importa que aumente la miseria si la economía (las ganancias del Capital) va bien…

-Por eso es necesario tener presente las tres violencias y sus interdependencias.

Al enfatizar la cuestión de la seguridad se deja de lado la cuestión social, y se hace post-política que plantea el problema en el terreno de la administración especializada (leyes, medidas policiacas o militares, etc.), despolitizando el asunto: cortando su relación con la violencia sistémica, con las responsabilidades políticas de los que han permitido tal descomposición social. Por eso, la política de izquierda emancipatoria debe ser radical: plantear la raíz del asunto, insistiendo en la violencia sistémica del capitalismo, y politizar la cuestión: planteando la necesidad de un cambio radical.

También debe denunciar la hipocresía del discurso liberal o de derecha, que se dicen preocupados por la violencia (subjetivas) pero sólo proponen más violencia (sistémica): en lugar de hablar de una mejor distribución de la riqueza o de rescatar las funciones sociales del Estado, claman por más policías y militares en las calles, aunque sepan que estas instituciones se corrompen y producen más violencia. En el fondo, no es a la violencia delincuencial a la que temen los que tienen el poder y sus cómplices liberales y conservadores, sino a la violencia social que simplemente exija, sin romper un vidrio pero de manera masiva, un cambio de políticas económicas, de régimen, de sociedad.

Porque hasta ahora tenemos una violencia sangrienta pero sin utopías, sin que se generen en los movimientos sociales que dicen estar “hasta la madre” del sistema alternativas globales al sistema. Y es que la violencia simbólica del propio capitalismo no ofrece una cartografía cognitiva o significativa que permita conocer y comprender lo que ocurre; el discurso del Capital destotaliza el sentido y diluye visiones del mundo mientras naturaliza el individualismo y la competencia feroz de todos contra todos (donde sólo hay triunfadores y losers). Por eso, el capitalismo acarrea una crisis de sentido e identidad, que alimenta fundamentalismos intolerantes que provocan más violencias.

-Contra la violencia sistémica del capitalismo se necesita un cambio de política económica, de régimen, de sociedad. Para reconstruir tejidos sociales y mundos sociales humanizados, exigimos igualdad y libertad como sustento de una Justicia social efectiva, en la ley y en la realidad social. Ello implica, por supuesto, desnaturalizar las violencias de este sistema capitalista: cuestionar la explotación y la privatización de riquezas, proponerse terminar con las desigualdades, miserias y exclusiones sociales que genera el capitalismo, repensar el papel del Estado y de la política como esfera pública democrática.

-Contra los relativismos y particularismos, cabe recordar que el capitalismo es una maquinaria económica que se universaliza sin mundo (de sentido) ni civilización (que pone límites). Por ello mismo, la izquierda anti-capitalista debe universalizar mundo de vida y maneras civilizatorias que sean igualitarias, emancipadoras, justas, sustentadas en el cuidado y el florecimiento de la vida humana y natural.

-Pero, ¿de dónde viene la posibilidad de universalidad? De las diversas luchas contra el Capital:

“En otras palabras, en la lucha emancipadora no son las culturas, en su identidad, las que unen sus manos, es el reprimido, el explotado y el que sufre, las ‘partes sin parte’ de toda cultura, las que se unen en una lucha compartida.”

-¿La lucha emancipatoria implica violencia? Si es así, ¿qué tipo de violencia implica la lucha emancipatoria?

-Walter Benjamin habla de la “violencia divina” que es la “intrusión de la justicia más allá de la ley”, que bien podría ser -para seguir con la metáfora teológica- la intervención emancipatoria del ángel de la historia.

Por supuesto, ésta no tiene nada que ver con la violencia de los fundamentalistas religiosos, o de cualquier tipo, ni con la mera explosión de los resentimientos. Es la violencia, que tal vez no rompa un vidrio o emita una injuria, que hace justicia: hace igualdad y democracia, quita privilegios y juzga a los culpables de las injusticias. Esa violencia divina es, en realidad, voluntad del pueblo de hacer justicia, porque, recordemos: vox populi, vox dei.
-Esa es la violencia que apoya la izquierda: la que viene de un pueblo que ha dignificado su rabia en acción de justicia, amorosa con los que han sufrido la injusticia sistémica pero dura y fría con los que la han fomentado para medrar con ella.

Esa violencia justiciera, popular, que de pronto irrumpe en la sociedad para democratizar, hacer igualdad, trastoca las leyes y relaciones sociales para hacerlas más justas, instituir un poder popular democratizador, es la violencia revolucionaria, con la que la izquierda anti-capitalista y socialista está firmemente comprometida.



Fuente:Rebelión