El país vive uno de los peores momentos en su historia. Un momento crítico, que por lo pronto lo mantiene en una persistente mediocridad y a un pueblo agraviado por la impunidad, la violencia y la inseguridad, dice el analista político Lorenzo Meyer Cossío en entrevista con SinEmbargo.
Los mexicanos son el combustible derramado, que sólo espera una chispa para prenderse. Viven en un estado latente que en cualquier momento puede explotar. Aunque las elecciones del 7 de junio no son esa coyuntura propicia, explica el analista. Sin embargo, añade, las presidenciales de 2018, podrían ser el pretexto para encender la mecha.
Los líderes están ahí, el agravio, el dolor y la desesperanza. El caminar de un país sin rumbo, bajo el liderazgo de un Presidente fabricado por Televisa, quien perdió el timón el día que estalló el escándalo de Iguala y sus 43 normalistas desparecidos, argumenta.
Peña Nieto ya no tiene ese “cascarón que lo protegía”, el teatro “se le cayó”. El sistema está tambaleante, considera.
Afirma que los mexicanos requieren organización y hacer suyas las tragedias humanas que hoy están dispersas y que aún no logran conectarse para armar un frente común.
El politólogo Lorenzo Meyer analista considera que en México ya no existe la sabiduría. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo
La estancia de la vivienda de Lorenzo Meyer Cossío en la colonia San Nicolás Totolapan en el Distrito Federal es un tragaluz completo. Con techo de cristal y paredes de vidrio. Cuando el día está soleado es un cálido rincón para reflexionar. No así en invierno, cuando aquello se vuelve un refrigerador, dice el analista e investigador de El Colegio de México (Colmex).
Meyer Cossío pasa los días en ese lugar. En una casa que tardó 25 años en construir a su gusto, relata. Pero la estancia es el espacio preferido de uno de sus hijos, no de él. El investigador prefiere el estudio en el piso superior de la casa donde tiene su computadora, aunque en verano aquello se pone como para “freír huevos”, bromea.
En el preámbulo de la entrevista con SinEmbargo, Meyer cuenta la historia de su vivienda en cinco minutos. Cuando llegó era un lugar sombrío, ese que ahora está iluminado. Antes era una tienda. Con el tiempo los pisos fueron cambiando, al principio eran de ladrillo. Ahora son de madera y la puertas de la sala estaban pintadas de un “terrible color”.
Ahí, rodeado de las plantas de su jardín, Lorenzo Meyer dice estar desesperanzado por el rumbo del país que habita. La sensación de desesperanza es tal, que ya cambió su preciada colección de búhos – que antes presumía con orgullo y que para él significan sabiduría por esos ojos muy abiertos – por una de artesanías.
“En México ya no hay sabiduría”, dice, mientras apunta hacia un pequeño grupo de búhos que aún conserva. Ahora el “rey” de su colección es un nacimiento criollo.
“Yo no sabía que los nacimientos tenían un diablo. Cuando nació Jesús, estaba el diablo también”, cuenta.
En el nacimiento Satanás está representado por la figura de un indígena norteño: puede ser un yaqui, un apache, un seri y hasta un huichol por su indumentaria, explica. Tiene una pata de gallo, otra de cabra y una enorme cola puntiaguda. Es un nacimiento que refleja el racismo de la cultura mexicana, reflexiona.
El historiador ya no cree en la política convencional mexicana. Ni cree que las elecciones por sí solas, puedan cambiar el rumbo del país.
“Cuando yo era niño, nunca me imaginé que México podría llegar a esto”, dice. Para Lorenzo Meyer, el país nunca estuvo peor. “En la persistencia de la mediocridad”.
Meyer Cossío pasa los días en ese lugar. En una casa que tardó 25 años en construir a su gusto, relata. Pero la estancia es el espacio preferido de uno de sus hijos, no de él. El investigador prefiere el estudio en el piso superior de la casa donde tiene su computadora, aunque en verano aquello se pone como para “freír huevos”, bromea.
En el preámbulo de la entrevista con SinEmbargo, Meyer cuenta la historia de su vivienda en cinco minutos. Cuando llegó era un lugar sombrío, ese que ahora está iluminado. Antes era una tienda. Con el tiempo los pisos fueron cambiando, al principio eran de ladrillo. Ahora son de madera y la puertas de la sala estaban pintadas de un “terrible color”.
Ahí, rodeado de las plantas de su jardín, Lorenzo Meyer dice estar desesperanzado por el rumbo del país que habita. La sensación de desesperanza es tal, que ya cambió su preciada colección de búhos – que antes presumía con orgullo y que para él significan sabiduría por esos ojos muy abiertos – por una de artesanías.
“En México ya no hay sabiduría”, dice, mientras apunta hacia un pequeño grupo de búhos que aún conserva. Ahora el “rey” de su colección es un nacimiento criollo.
“Yo no sabía que los nacimientos tenían un diablo. Cuando nació Jesús, estaba el diablo también”, cuenta.
En el nacimiento Satanás está representado por la figura de un indígena norteño: puede ser un yaqui, un apache, un seri y hasta un huichol por su indumentaria, explica. Tiene una pata de gallo, otra de cabra y una enorme cola puntiaguda. Es un nacimiento que refleja el racismo de la cultura mexicana, reflexiona.
El historiador ya no cree en la política convencional mexicana. Ni cree que las elecciones por sí solas, puedan cambiar el rumbo del país.
“Cuando yo era niño, nunca me imaginé que México podría llegar a esto”, dice. Para Lorenzo Meyer, el país nunca estuvo peor. “En la persistencia de la mediocridad”.
–¿Qué tan conveniente es votar o no votar?
–Mi postura se asemeja a esa frase que se ha repetido muchas veces de [Luis] Echeverría [el ex Presidente de México], en relación a no recuerdo a qué: ‘Ni nos perjudica ni nos beneficia, sino todo lo contrario’. Es decir, no dijo nada. Así estoy yo en eso de votar o no. El problema de la política mexicana es que ya rebasó lo del voto, es mucho más complejo. Quizá hubo un momento muy breve en el que el ejercicio del voto fue importante, tuvo sentido, abrió una posibilidad histórica y se desperdició miserablemente en el 2000. No hay nada que me permita suponer que puede el voto cambiar la dirección del sistema, si va a cambiar, será por conflictos internos, por fracasos enormes. Lo más obvio, una crisis mayor de la economía, una movilización intensa, al estilo que se produjo cuando se hizo público lo de los 43 normalistas. Ya no es el voto, ya son este tipo de sacudidas.
–Se dice que si no se acude a las urnas, se beneficia al partido dominante…
–Si toda esta gente que está indecisa por ir o no ir a las urnas, o anular el voto, no sucederá nada. No en el corto plazo. Me desespera ese hecho histórico, porque se mueve muy lentamente. Sólo en coyunturas muy críticas las cosas pueden pasar en días, semanas, meses y dar un salto fantástico. Este 7 de junio no es. Se da muy pocas veces en la historia. Una de esas fue el año 2000, esa sí fue una coyuntura histórica, que se desperdició miserable y criminalmente por quienes la encabezaron. Ahora se podrá poner una semilla, pero que germinará en el largo plazo. A lo mejor suceden otras coyunturas, que no estamos en posibilidad de prever y que lo más que podemos hacer es, estar atentos en posibilidad de actuar cuando ocurran: ¿quién iba a pensar que la Ciudad de México se vería inundada de manifestantes después de lo que se supo lo de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, ¿quién podría haber previsto esto? Nadie. Ni los que hicieron el crimen en su brutalidad, ni el Estado, ni la oposición, ni el Gobierno federal, nadie. Esos son los momentos en los que debemos tener alguna esperanza, porque la política normal, es una política muy acotada, le pusieron varias riendas, ya no da para nada. Ahora llenan el Zócalo con acarreados. Este tipo de movilizaciones sin alma, sin energía, sin auténtico compromiso político, no sirven para nada. Las que sí tienen el espíritu y las ganas de cambiar están ocurriendo cuando menos lo esperáramos. En septiembre, en octubre del año pasado, cuando íbamos a las marchas, ¡wow! Eso sí cimbraba, retumbaba no sólo en el DF sino en otros estados.
–Ahora en la marcha de los 8 meses de la desaparición de los normalistas, había poca gente, unas 500. ¿Qué sucedió? ¿Por qué se diluyó el movimiento?
–Ahí me da una idea de algo muy importante: lo espontáneo, la irritación, el enojo, en la vida cotidiana se presenta como una erupción, pero el mexicano normal tiene que seguir trabajando, ir a cumplir con sus obligaciones, estar con su familia. Cualquiera que estudia la teoría de las organizaciones, sabe que la espontaneidad tiene límites claros. Nadie organizó el descontento que brotó de manera auténtica y se apaga, sino se organiza, ningún partido lo tomó, porque inmediatamente después que salió esa energía, se le dijo a [Andrés Manuel] Obrador: ‘ni se te ocurra sumarse a estar marchas, si vienes te vas hasta las cola’, al ratito no había nadie. Se necesitan profesionales de la organización, políticos. Si hubiera habido una estructura que nos hubiera convocado a todos, con recursos mínimos. El enojo está ahí, la frustración está ahí. Alguien tiene que organizarla. Por sí misma la política es la guerra por otros medios, uno no se va a la guerra a lo baboso, hay una logística detrás de esto. Detrás de esas grandes batallas espectaculares, hay millones de horas de quién va a llevar los frijoles, los hospitales de campaña, un montón de cosas nada heroicas. Se requiere de esa logística para volver a relanzar lo que está latente. El descontento está latente, las elecciones no lo van a conducir y a satisfacer, está esperando condiciones, circunstancias, liderazgo, organización. La espontaneidad tiene límites bien claros. México vive un momento crítico y no hay una salida.
–¿Qué podría cambiar esta situación de México? Ahora que hablamos de coyunturas, si esta elección intermedia no lo es, ¿2018 podrá ser esa coyuntura?
–En México, en el siglo XX sobre todo, las coyunturas importantes las propiciaron las elecciones. No es la elección lo que tira a Don Porfirio, pero sí propició que se hiciera una movilización social, a raíz de que el calendario se tenía que cumplir. ¿Por qué no fue 1909, en 1907, en 1908? Porque no había elecciones. El descontento ya estaba ahí. Los líderes ya estaban. Las elecciones en México favorecen la creación de coyunturas, pero no son ellas la razón de ser. Es el hecho de que había un sistema oligárquico, que había transformado la sociedad mexicana, no le había dado cauce a esa sociedad, la elección fue el pretexto. En 2018 puede pasar lo mismo. Puede ser un buen momento para que se dé ese pretexto, para que unos montones de ciudadanos, que no ven salida ni tienen interés en la política, pudieran llegar a decir: ‘Lo de la elección me importa poco, pero es momento en que se puede hacer presente mi energía, mi disgusto, mi demanda, mi exigencia por un cambio’. Puede ser otra noticia, así como la de Iguala; puede ser que el petróleo caiga no a 50 dólares sino a 25. Si Arabia Saudita decide que por los gastos que tiene que hacer su gobierno, tiene que sacar petróleo hasta por las orejas, y lo tiene. Si el precio del crudo es bajo, a ellos les importa un pepino, porque pueden meter dos millones más de barriles diarios al mercado mundial si quieren y hacer bajar el precio.
–¿Dónde está el límite de lo que los mexicanos aguantamos?
–El estallido, el movimiento social, la ira, requieren de energía y estar dispuestos a pagar el precio, porque nos desacomoda nuestra vida cotidiana, abre peligros.
–¿Cuáles pueden ser esas coyunturas críticas?
–Esta es una parte que me da esperanza: No, no sé que pueda pasar. Hay otros colegas que piensan que la historia tiene un camino que va a seguir, que se puede predecir. Yo creo que no se puede predecir. Hay una cantidad de variables que pueden cambiar de mil maneras. [Enrique] Peña Nieto, ¿cuándo iba a pensar que su estrategia de medios fallaría?, ¿cuánto le pagaría a Televisa por las clases que le dieron cuando era Gobernador del Estado de México? Los contratos que hizo con ella y que sabe mover las manos muy bien y leer el teleprompter perfecto, y que tiene un físico que se adecua a lo que en México se considera una carita bonita y todo.
–La portada de Time “Saving México” (Salvando a México)…
–¡La portada de Time! Todo iba a sobre ruedas y se le cayó donde menos esperaba: en Iguala. ¿Quién diablos iba a pensar que Iguala? ¿Dónde está Iguala? Hay que buscar en el mapa. ¿Cuántos además de los igualtecos han ido a Iguala? Y ahí se decidió algo que lo hundió. Pero él [Peña Nieto] decidió ir en su viaje, en la normalidad. No tuvo ninguna capacidad de actuar como estadista, de percatarse de inmediato de la importancia política que tenía el hecho y ponerse al frente de la ola de ira, de asombro, de escándalo. Siguió como si estuviera en otro planeta. Ahí se muestra su ineptitud, puede volver a suceder eso, ahora no tiene el cascarón que antes lo protegía.
–Mi postura se asemeja a esa frase que se ha repetido muchas veces de [Luis] Echeverría [el ex Presidente de México], en relación a no recuerdo a qué: ‘Ni nos perjudica ni nos beneficia, sino todo lo contrario’. Es decir, no dijo nada. Así estoy yo en eso de votar o no. El problema de la política mexicana es que ya rebasó lo del voto, es mucho más complejo. Quizá hubo un momento muy breve en el que el ejercicio del voto fue importante, tuvo sentido, abrió una posibilidad histórica y se desperdició miserablemente en el 2000. No hay nada que me permita suponer que puede el voto cambiar la dirección del sistema, si va a cambiar, será por conflictos internos, por fracasos enormes. Lo más obvio, una crisis mayor de la economía, una movilización intensa, al estilo que se produjo cuando se hizo público lo de los 43 normalistas. Ya no es el voto, ya son este tipo de sacudidas.
–Se dice que si no se acude a las urnas, se beneficia al partido dominante…
–Si toda esta gente que está indecisa por ir o no ir a las urnas, o anular el voto, no sucederá nada. No en el corto plazo. Me desespera ese hecho histórico, porque se mueve muy lentamente. Sólo en coyunturas muy críticas las cosas pueden pasar en días, semanas, meses y dar un salto fantástico. Este 7 de junio no es. Se da muy pocas veces en la historia. Una de esas fue el año 2000, esa sí fue una coyuntura histórica, que se desperdició miserable y criminalmente por quienes la encabezaron. Ahora se podrá poner una semilla, pero que germinará en el largo plazo. A lo mejor suceden otras coyunturas, que no estamos en posibilidad de prever y que lo más que podemos hacer es, estar atentos en posibilidad de actuar cuando ocurran: ¿quién iba a pensar que la Ciudad de México se vería inundada de manifestantes después de lo que se supo lo de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, ¿quién podría haber previsto esto? Nadie. Ni los que hicieron el crimen en su brutalidad, ni el Estado, ni la oposición, ni el Gobierno federal, nadie. Esos son los momentos en los que debemos tener alguna esperanza, porque la política normal, es una política muy acotada, le pusieron varias riendas, ya no da para nada. Ahora llenan el Zócalo con acarreados. Este tipo de movilizaciones sin alma, sin energía, sin auténtico compromiso político, no sirven para nada. Las que sí tienen el espíritu y las ganas de cambiar están ocurriendo cuando menos lo esperáramos. En septiembre, en octubre del año pasado, cuando íbamos a las marchas, ¡wow! Eso sí cimbraba, retumbaba no sólo en el DF sino en otros estados.
–Ahora en la marcha de los 8 meses de la desaparición de los normalistas, había poca gente, unas 500. ¿Qué sucedió? ¿Por qué se diluyó el movimiento?
–Ahí me da una idea de algo muy importante: lo espontáneo, la irritación, el enojo, en la vida cotidiana se presenta como una erupción, pero el mexicano normal tiene que seguir trabajando, ir a cumplir con sus obligaciones, estar con su familia. Cualquiera que estudia la teoría de las organizaciones, sabe que la espontaneidad tiene límites claros. Nadie organizó el descontento que brotó de manera auténtica y se apaga, sino se organiza, ningún partido lo tomó, porque inmediatamente después que salió esa energía, se le dijo a [Andrés Manuel] Obrador: ‘ni se te ocurra sumarse a estar marchas, si vienes te vas hasta las cola’, al ratito no había nadie. Se necesitan profesionales de la organización, políticos. Si hubiera habido una estructura que nos hubiera convocado a todos, con recursos mínimos. El enojo está ahí, la frustración está ahí. Alguien tiene que organizarla. Por sí misma la política es la guerra por otros medios, uno no se va a la guerra a lo baboso, hay una logística detrás de esto. Detrás de esas grandes batallas espectaculares, hay millones de horas de quién va a llevar los frijoles, los hospitales de campaña, un montón de cosas nada heroicas. Se requiere de esa logística para volver a relanzar lo que está latente. El descontento está latente, las elecciones no lo van a conducir y a satisfacer, está esperando condiciones, circunstancias, liderazgo, organización. La espontaneidad tiene límites bien claros. México vive un momento crítico y no hay una salida.
–¿Qué podría cambiar esta situación de México? Ahora que hablamos de coyunturas, si esta elección intermedia no lo es, ¿2018 podrá ser esa coyuntura?
–En México, en el siglo XX sobre todo, las coyunturas importantes las propiciaron las elecciones. No es la elección lo que tira a Don Porfirio, pero sí propició que se hiciera una movilización social, a raíz de que el calendario se tenía que cumplir. ¿Por qué no fue 1909, en 1907, en 1908? Porque no había elecciones. El descontento ya estaba ahí. Los líderes ya estaban. Las elecciones en México favorecen la creación de coyunturas, pero no son ellas la razón de ser. Es el hecho de que había un sistema oligárquico, que había transformado la sociedad mexicana, no le había dado cauce a esa sociedad, la elección fue el pretexto. En 2018 puede pasar lo mismo. Puede ser un buen momento para que se dé ese pretexto, para que unos montones de ciudadanos, que no ven salida ni tienen interés en la política, pudieran llegar a decir: ‘Lo de la elección me importa poco, pero es momento en que se puede hacer presente mi energía, mi disgusto, mi demanda, mi exigencia por un cambio’. Puede ser otra noticia, así como la de Iguala; puede ser que el petróleo caiga no a 50 dólares sino a 25. Si Arabia Saudita decide que por los gastos que tiene que hacer su gobierno, tiene que sacar petróleo hasta por las orejas, y lo tiene. Si el precio del crudo es bajo, a ellos les importa un pepino, porque pueden meter dos millones más de barriles diarios al mercado mundial si quieren y hacer bajar el precio.
–¿Dónde está el límite de lo que los mexicanos aguantamos?
–El estallido, el movimiento social, la ira, requieren de energía y estar dispuestos a pagar el precio, porque nos desacomoda nuestra vida cotidiana, abre peligros.
–¿Cuáles pueden ser esas coyunturas críticas?
–Esta es una parte que me da esperanza: No, no sé que pueda pasar. Hay otros colegas que piensan que la historia tiene un camino que va a seguir, que se puede predecir. Yo creo que no se puede predecir. Hay una cantidad de variables que pueden cambiar de mil maneras. [Enrique] Peña Nieto, ¿cuándo iba a pensar que su estrategia de medios fallaría?, ¿cuánto le pagaría a Televisa por las clases que le dieron cuando era Gobernador del Estado de México? Los contratos que hizo con ella y que sabe mover las manos muy bien y leer el teleprompter perfecto, y que tiene un físico que se adecua a lo que en México se considera una carita bonita y todo.
–La portada de Time “Saving México” (Salvando a México)…
–¡La portada de Time! Todo iba a sobre ruedas y se le cayó donde menos esperaba: en Iguala. ¿Quién diablos iba a pensar que Iguala? ¿Dónde está Iguala? Hay que buscar en el mapa. ¿Cuántos además de los igualtecos han ido a Iguala? Y ahí se decidió algo que lo hundió. Pero él [Peña Nieto] decidió ir en su viaje, en la normalidad. No tuvo ninguna capacidad de actuar como estadista, de percatarse de inmediato de la importancia política que tenía el hecho y ponerse al frente de la ola de ira, de asombro, de escándalo. Siguió como si estuviera en otro planeta. Ahí se muestra su ineptitud, puede volver a suceder eso, ahora no tiene el cascarón que antes lo protegía.
Para el analista, México se ha quedado atorado en la mediocridad, no sólo por la falta de crecimiento económico, sino también por la falta de cumplimiento de las expectativas ciudadanas. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo
–¿Cómo podemos definir a este México en crisis? ¿Está a punto ebullición?
–Estamos en la persistencia de la mediocridad. ¿Desde cuando no crece la economía mexicana de una manara aceptable? ¿Desde 1982? A estas alturas tenemos más de 30 años de no crecer. El promedio del crecimiento del Producto Interno Bruto [PIB] es de 2 y tanto por ciento. El crecimiento real es de 1 por ciento, ¿más mediocre que eso? Difícil. Aunque puede irse más abajo. Esta falta de ánimo, de esperanza, ¿qué nos espera para el futuro?, ¿dónde está la parte utópica? Todo sistema político tiene un montón de problemas cotidianos, pero tiene idea de que las cosas pueden salir mejor. En México la idea es: ‘yo ya no espero nada, bueno, con trabajos que siga la mediocridad ambiente’. Hay un agravio. Es en la idea del agravio donde está la chispa que puede prender el combustible de la irritación, de la ira, que está ahí, tranquilo. Mientras no viene la chispa, parece un líquido normal, la chispa lo prende, es el sentido de agravio. Ahorita la mayoría de los mexicanos está con la idea de “así es la vida, a ver si sobrevivo’, pero cuando se puedan percatar por un evento inesperado, de que esto no es así, esto no es lo normal y alguien es responsable de que esté así, esto se puede cambiar.
–¿Qué ha fallado?
–No tenemos una idea de un proyecto. ¿En qué podemos cambiar usted y yo? Ojalá tenga yo cambie un poco acá, mejorar en el trabajo pero, ¿el país en su conjunto? Corea del Sur, que crece como desesperados, por ejemplo. China… un chino normal, común y corriente ha de tener un montón de resentimientos contra sus autoridades, pero está seguro que en conjunto van a la cabeza. Nosotros, ¿a la cabeza de qué vamos?, ¿dónde está la cabeza?, ¿en qué dirección vamos? Ni brújula tenemos, no sabemos si vamos adelante, a los lados o retrocediendo. Este desánimo se puede convertir en agravio. No es lo mejor decir: ‘voy a moverme por un agravio’, pero resulta que ocurre. Lo ideal sería: ‘voy a moverme porque tengo una esperanza, un proyecto clave’. Ahorita no vemos el horizonte.
–¿Este detonante puede ser la violencia, inseguridad y la impunidad que vive el país?
–Eso puede ser. La impunidad sobre todo. La corrupción. Un caso de corrupción que venga otra vez; una ‘casa blanca’ pero a lo bestia; un OHL más evidente, que se sienta el mexicano normal agraviado. Los de Guerrero que no piensan permitir la instalación de casillas, sí se sienten agraviados, pero son una parte chiquita del país. No han logrado extender su sentido de agravio por todo el país. El motivo es para que todos nos sintamos agraviados, pero bueno, no sé. A lo mejor alguien en Guadalajara, de la clase media piensa: ‘que lástima lo que les pasó en Iguala, pero a mí no me desollaron a nadie’, como a Julio César Mondragón que lo dejaron tendido con una brutalidad digna de los episodios más terribles de la historia.
–Los miles de desaparecidos, desplazados, asesinados. ¿No le importan al mexicano promedio?
–Porque son tragedias aisladas. El punto es unir esas tragedias. Sentirlas como propias, aunque no le pase a uno.
–¿Cómo podemos definir a este México en crisis? ¿Está a punto ebullición?
–Estamos en la persistencia de la mediocridad. ¿Desde cuando no crece la economía mexicana de una manara aceptable? ¿Desde 1982? A estas alturas tenemos más de 30 años de no crecer. El promedio del crecimiento del Producto Interno Bruto [PIB] es de 2 y tanto por ciento. El crecimiento real es de 1 por ciento, ¿más mediocre que eso? Difícil. Aunque puede irse más abajo. Esta falta de ánimo, de esperanza, ¿qué nos espera para el futuro?, ¿dónde está la parte utópica? Todo sistema político tiene un montón de problemas cotidianos, pero tiene idea de que las cosas pueden salir mejor. En México la idea es: ‘yo ya no espero nada, bueno, con trabajos que siga la mediocridad ambiente’. Hay un agravio. Es en la idea del agravio donde está la chispa que puede prender el combustible de la irritación, de la ira, que está ahí, tranquilo. Mientras no viene la chispa, parece un líquido normal, la chispa lo prende, es el sentido de agravio. Ahorita la mayoría de los mexicanos está con la idea de “así es la vida, a ver si sobrevivo’, pero cuando se puedan percatar por un evento inesperado, de que esto no es así, esto no es lo normal y alguien es responsable de que esté así, esto se puede cambiar.
–¿Qué ha fallado?
–No tenemos una idea de un proyecto. ¿En qué podemos cambiar usted y yo? Ojalá tenga yo cambie un poco acá, mejorar en el trabajo pero, ¿el país en su conjunto? Corea del Sur, que crece como desesperados, por ejemplo. China… un chino normal, común y corriente ha de tener un montón de resentimientos contra sus autoridades, pero está seguro que en conjunto van a la cabeza. Nosotros, ¿a la cabeza de qué vamos?, ¿dónde está la cabeza?, ¿en qué dirección vamos? Ni brújula tenemos, no sabemos si vamos adelante, a los lados o retrocediendo. Este desánimo se puede convertir en agravio. No es lo mejor decir: ‘voy a moverme por un agravio’, pero resulta que ocurre. Lo ideal sería: ‘voy a moverme porque tengo una esperanza, un proyecto clave’. Ahorita no vemos el horizonte.
–¿Este detonante puede ser la violencia, inseguridad y la impunidad que vive el país?
–Eso puede ser. La impunidad sobre todo. La corrupción. Un caso de corrupción que venga otra vez; una ‘casa blanca’ pero a lo bestia; un OHL más evidente, que se sienta el mexicano normal agraviado. Los de Guerrero que no piensan permitir la instalación de casillas, sí se sienten agraviados, pero son una parte chiquita del país. No han logrado extender su sentido de agravio por todo el país. El motivo es para que todos nos sintamos agraviados, pero bueno, no sé. A lo mejor alguien en Guadalajara, de la clase media piensa: ‘que lástima lo que les pasó en Iguala, pero a mí no me desollaron a nadie’, como a Julio César Mondragón que lo dejaron tendido con una brutalidad digna de los episodios más terribles de la historia.
–Los miles de desaparecidos, desplazados, asesinados. ¿No le importan al mexicano promedio?
–Porque son tragedias aisladas. El punto es unir esas tragedias. Sentirlas como propias, aunque no le pase a uno.
Fuente: Sin Embargo| Por Shaila Rosagel