viernes, 18 de octubre de 2013

Insurgencia en las redes

Pilar fundamental del régimen corrupto que hace tantas décadas padecemos son los medios de comunicación convencionales.

Sometidos al control del poder, serviles y cómplices frente a él o, peor todavía, convertidos ya en el poder mismo, los medios de comunicación convencionales son valladar infranqueable para la transformación profunda de México.

Y es que no son los medios, salvo pocas y honrosas excepciones, contrapeso del poder, sino correa de trasmisión, garantía de continuidad del mismo.

Decenas de miles de líneas ágata se dedican, diariamente, a convertir las declaraciones más banales de los altos funcionarios en titulares de 8 columnas de los diarios.

En las miles de páginas que se publican rastrear la realidad, descifrar sus huellas suele ser una tarea titánica.

Pocos se someten a la única dictadura a la que, según Carlos Payán, un diario ha de someterse: la de los hechos.

Encadenados estamos, sobre todo, por las cadenas de tv y radio.

La cobertura de los medios electrónicos garantiza que, sin tocar la puerta ni pedir permiso, penetren en millones de hogares a lo largo y ancho del país.

Su versión de la vida, de las emociones y sentimientos, de lo que sucede en el país es la única a la que tienen acceso decenas de millones de mexicanos.

De esa única fuente abrevan. Ese es el sonido que a todos llega. Por esa única ventana ciega se asoman.

De la educación sentimental a la falta total de educación son responsables los medios electrónicos que, además, interpretan, manipulan y suplantan a la opinión pública.

Periodismo le dicen a la intriga palaciega. Investigación a las filtraciones que, para su conveniencia el poder les hace. Como se tutean con los poderosos sus figuras de pantalla se sienten, como ellos, dueños de la verdad.

Su voz, la imagen que trasmiten —aquí las excepciones son más honrosas pero todavía menos—, es un coro uniforme, sostenido y muchas veces histérico.

Un bombardeo inclemente de banalidad y propaganda.

Una y otra vez, de distintas maneras y de distintos frentes y géneros, se refuerza y repite la visión de la vida, la versión de los hechos que el poder dicta.

Y si esto no fuera suficiente miles de millones de pesos dilapidan, quienes nos mal gobiernan, en sus campañas de “imagen pública”.

En ninguna democracia que se respete se gasta tanto dinero de los contribuyentes en publicidad gubernamental.

Es un abuso, un exceso injustificable, un robo.

Felipe Calderón gastó en su imagen 40 mil millones de pesos.

Peña Nieto, quien ordenó el recorte de 4 mil millones de pesos para la cultura, tiene previsto gastar, en la suya y solo en 2014, mil 200 millones de pesos.

Este año y para imponernos sus reformas ha echado ya la casa por la ventana.

Émulos de Goebbels son sus asesores y publicistas.

Conviene tomar conciencia de la enorme eficiencia de esos métodos.

Quien subestima a un adversario con tan formidable aparato comunicacional a su servicio tiene la derrota por único destino.

Espejo de los poderosos es la pantalla. Eco de sus palabras la radio. Por eso se enferman, por eso enloquecen tan rápido. No hay manera de que mantengan la cordura si son objeto de un homenaje tan continuo como obsceno.

Callan la tv y la radio cuando el poder lo ordena y miran solo donde al poder conviene. Se mantienen y pretenden mantenernos de espalda a la realidad porque la realidad es subversiva.

Y de eso se trata: de utilizar las redes sociales para, convertidos en reporteros, fotógrafos, documentalistas, dar testimonio de lo que en nuestro barrio y en nuestra comunidad sucede.

De conectar a los nuestros con los otros. De hacer crecer y de vincular movimientos. De articular acciones de resistencia civil pacífica.

De construir una comunidad de tal tamaño y calidad que permita que el tuit agarre calle, el hashtag sea pancarta, el TT multitud y que las redes, como el agua, encuentren, en las grandes avenidas, su verdadero curso.

Si de cambiar el país se trata.

Si para frenar las reformas, fórmula de continuidad del régimen, luchamos entonces, en comunicación, las redes no son parte de la estrategia: son la estrategia.

Ha llegado el momento de declararnos en #InsurgenciaComunicacional. Ni la edad, el desconocimiento o la falta de conexión son pretextos válidos. Vincularse a la red para con la red cambiar al país es la tarea.




Fuente: Milenio | Epigmenio Ibarra