martes, 11 de diciembre de 2012

… Y la cuarta fue la vencida

La política y el box no son lo mismo, pero se parecen. Sobre todo en las estrategias para dominar el cuadrilátero y ganar la contienda.

De hecho, muchos términos boxísticos suelen utilizarse para ilustrar situaciones o resultados políticos, especialmente en campañas electorales.

Por ejemplo, el jab o golpe recto al mentón del oponente; el gancho o golpe con el codo doblado directo al hígado; el clinch para sujetar al oponente y evitar un ataque y, por supuesto, el nocaut o derribo fulminante del oponente a fin de obtener una victoria contundente e inobjetable.

El box y la política también se parecen en los golpes ilegales y en las decisiones controvertidas. Por ejemplo, el golpe de conejo o golpe en la nuca para derribar al oponente; el golpe bajo, dirigido a los órganos de la pelvis para paralizar al contrincante; o el golpe de cabeza para infligir dolor y lesión al contendiente. Golpes todos prohibidos y castigables.

Como en la política, los jueces del box (tres sinodales) también juegan. Después del réferi, considerado el tercer elemento en el ring, los jueces son el cuarto participante. Confeccionan decisiones unánimes; decisiones por mayoría (dos de los tres jueces dan el mayor puntaje a uno de los boxeadores, mientras el tercero declara un empate); decisiones divididas (dos de los tres dan la victoria a uno de los boxeadores, mientras el tercero la otorga al perdedor) y el empate (los tres jueces no otorgan ventaja en puntos a ninguno de los boxeadores).

El otro elemento en el que box y política suelen coincidir es, por supuesto, cuando asoma el factor mafioso. Es decir, el manejo inducido, mañoso o tramposo de una contienda, con fines económicos, acudiendo incluso a métodos claramente delincuenciales o criminales. Cuando la mafia interviene, el box deja de ser un deporte noble y la política una actividad ennoblecedora, para convertirse ambas en un vulgar negocio, donde las victorias se compran y las derrotas se venden.

La hazaña de Juan Manuel Márquez el pasado sábado en Las Vegas no solo consistió en derrotar a Manny Pacquiao, sino a la mafia misma del box y sus apuestas. Lo hizo después de que en tres ocasiones los jueces le habían escamoteado o “robado descaradamente” la pelea, según expresión utilizada por él mismo y compartida por la mayoría de sus seguidores.

Al menos en dos ocasiones, lo que Márquez ganó en el cuadrilátero, los jueces se lo quitaron en los cartones finales. En la primera pelea, mayo de 2004, le concedieron un empate seco a Márquez frente a Pacquiao. En la segunda, marzo de 2008, a pesar de que expertos, periodistas y fanáticos vieron ganar al mexicano, los jueces le dan el triunfo al filipino en una decisión dividida. En la tercera, noviembre de 2011, a pesar de la superioridad manifiesta de Márquez, los jueces una vez más hicieron de la suyas, al darle la victoria a Manny en otra decisión dividida.

Sin posibilidad de alegato alguno, ante estos fallos de olor y color mafioso, al fajador mexicano no le quedó otra opción que presentarse por cuarta ocasión, buscando vencer de la única forma que le dejaba un sistema de calificación encriptado y mercantilizado: por nocaut fulminante. Demostrar que deportivamente era superior y que en las ocasiones anteriores le habían robado la victoria se convirtió en una cuestión de honor y dignidad para Márquez. No era la paga lo que le movió a seguir presentándose, sino la afrenta.

Para el combate del sábado, buscaron intimidarlo y desanimarlo por todos los medios. La edad, la “terquedad”, la “superioridad” del tagalo, el “retiro digno”, la “jubilación deportiva”, las apuestas (3 a 10) y hasta la disminución de la bolsa económica. Nada de eso doblegó a Márquez, quien se preparó física, emocional e inteligentemente para ganar, contra todos los pronósticos y apuestas amañadas, por nocaut fulminante.

Ocho años de brega, cuatro presentaciones, la nariz rota y probar su propia sangre fue el costo de esta saga que puede llevar por nombre “y la cuarta fue la vencida”. Esto no lo hace el dinero, sino el honor y la dignidad: trofeos intangibles del box y la política.

La hazaña boxística de Márquez seguramente será referencia para algunos políticos. Por ejemplo, para el ex candidato presidencial norteamericano Mitt Romney, sentado en ringside en la arena del MGM. Para Pacquiao mismo, quien es congresista en su país (después de un segundo intento) y aspirante confeso a la Presidencia de Filipinas, al menos hasta el sábado. Y, por supuesto, para el propio Juan Manuel Márquez, quien a pesar de su preferencia manifiesta y respetable por el PRI, aún tiene tiempo de corroborar que la madera y la veta que mostró el sábado (honor y dignidad), son propias de otras latitudes y coordenadas políticas.




Fuente: Milenio