No fue el papá, sino el hijo. Aprehensión en diminutivo: no El Chapo, pero sí el Chapito o, mejor dicho, uno de los chapitos. Ha sido el máximo golpe dado hasta ahora en la temporada de especulaciones electorales relacionadas con el uso a conveniencia de los instrumentos institucionales de combate al crimen organizado (de los ex gobernadores tamaulipecos no ha habido nada, hasta ahora). Barajas negociables bajo la mesa para lucimiento de la casa apostadora o para mayor enturbiamiento de un proceso de por sí denso y preocupante.
La captura de terciopelo realizada ayer en Zapopan, municipio que es parte de la zona conurbada de Guadalajara, cumple simbólicamente la profecía filtrada de que el calderonismo convertiría a Joaquín Guzmán Loera en pieza de cambio electoral para dar fuerza a la candidatura presidencial panista y para regalarse los propios ejecutores un falso bono de supremo éxito en la macabra obsesión guerrera del sexenio.
El hijo y no el padre (también faltaría el Espíritu Santo), porque tal vez en Los Pinos ya no consideran necesario darle tanques judiciales de oxígeno a Josefina Vázquez Mota, irremediablemente destinada a perder, según todas las estimaciones, sobre todo del calderonismo, que nunca la apoyó de verdad (sino todo lo contrario). Entonces no habría sido importante llamar a comparecer tras las rejas al mero empresario trasnacional emblemático que está por cumplir dos sexenios completos de impunidad y prosperidad. Bastaría con atrapar y exhibir a uno de los hijos del poderoso Chapo, para así tratar de empujar a la ex vendedora de pinturas Comex al segundo lugar de la contienda, pues actualmente languidece en el tercero y, en dado caso, vitaminarla para que acabe cumpliendo su triste papel designado: convalidar el triunfo de Peña Nieto si el aparato de los poderes unidos (el salinismo-peñanietista y el calderonismo-panista, con el gordillismo operativo en medio) logra imponer al mexiquense este uno de julio próximo.
También serviría el episodio del Chapito para instalar mecanismos de contención por si las pasiones electorales se desbordaran y hubiera necesidad de súbitas acciones colaterales. Cualquiera entendería la natural vocación de terrible venganza del padre del joven recolectado ayer en Jalisco. Es decir, justamente en el tramo final de un proceso de por sí tan accidentado, el felipismo (especializado en usar la violencia contra el narcotráfico, o proveniente de éste, para sus propósitos políticos circunstanciales) da un golpe quirúrgico al avispero del cártel que hasta ahora siempre se ha considerado el favorito de los gobiernos panistas, el del foxismo que lo puso en la calle a trabajar (luego de aquella fuga de caricatura del penal de Puente Grande) y el del calderonismo que dio continuidad al próspero negocio protegido.
La ruptura de los entendimientos históricos con el factor de gobernabilidad apellidado Guzmán (haya sido esa ruptura real o convenida) pone a disposición de los jefes pinoleros las compuertas de la violencia inducida. Bastaría un amago en forma del Chapo para disminuir notablemente los ánimos cívicos rumbo a las urnas e incluso llevar hasta a la afectación grave de la legalidad electoral ya desde ahora muy en entredicho. Y resulta impredecible el nivel que podría alcanzar una guerra (genuina o acordada) entre los dos bandos, el oficial y el de Sinaloa, en los días u horas previos a los comicios.
Una mente siniestra podría incluso ubicar con intención electoral los escenarios bélicos, pasando por los territorios totalmente PRI hasta aterrizar en el propio Jalisco, donde un personaje singular, Enrique Alfaro, tiene en jaque a factores tan disímbolos como El Yunque (con un Fernando Guzmán virtualmente difuminado), el grupo dominante de la Universidad de Guadalajara y el PRI (con Aristóteles Sandoval, una suerte de clon de Peña Nieto) apoyado por el PRD de Raúl Padilla (que postuló a un panista para gobernador, con tal de favorecer al tricolor y dañar a Alfaro, postulado por Movimiento Ciudadano). A Emilio González Márquez, acusado largamente de alojar en la metrópoli occidental a los jefes del cártel de Sinaloa (Ignacio Coronel, el más conocido, asesinado en julio de 2010 también en una operación de marinos en tierra), se le acusa de traicionar al panismo, supuestamente por apoyar a Alfaro y, de carambola indeseada, a López Obrador.
El candidato de las izquierdas, en tanto, se dice muy confiado en que en esta ocasión no habrá fraude electoral que le afecte. Encuentra mejorado el Instituto Federal Electoral, a diferencia de 2006, cuando el gordillismo tenía a Luis Carlos Uh Fraude como presidente, y a otro personaje transgresor en el área de capacitación electoral. Fundamental será la vigilancia de los representantes que tendrá en todas las casillas y la difusión a través de redes sociales. Dice tener plena conciencia de los intentos de fraude que se van sembrando, pero cree que esta vez le respetarán el triunfo, que estima alcanzar con un buen margen.
Convicción parecida en cuanto a la limpieza electoral por venir expresa el candidato priísta, Enrique Peña Nieto, aunque éste no contempla al tabasqueño como un auténtico cruzado por la democracia marca IFE, sino todo lo contrario. EPN está leyendo a destajo las tarjetas discursivas que le han preparado para denunciar que el perredista es demócrata convenenciero y que sólo aceptará los resultados oficiales si le favorecen, pues en situación contraria habrá de desatar toda su furia masiva contra las sacrosantas instituciones electorales.
Y, mientras el cuñado de Calderón acusa a Yeidckol Polevnsky Gurwitz de tener cuentas bancarias abultadas, que le hacen sospechar que la empresaria pudiera ser fachada de financiamiento para actividades de AMLO (la acusada podría acogerse ahora a los beneficios de su doble nomenclatura, pues en realidad se llama Citlali Ibáñez Camacho, como lo reveló esta columna en febrero de 2005 bit.ly/L9yxRM), ¡feliz fin de semana, en la Iglesia electoral de los santos ciudadanos de los últimos días antes de las urnas!
Fuente: La Jornada