Le doy la razón a Felipe Calderón en su propuesta de que nuestro país se llame México y no Estados Unidos Mexicanos. Ni siquiera hace falta una reforma constitucional, ya que el artículo 40 sólo compromete a que nos consideremos unidos en una federación, lo que sí corresponde a nuestra realidad política y geográfica.
El nombre hoy oficial de Estados Unidos Mexicanos –y tengo mis dudas de que sea obligatorio–, da la impresión de que nos consideramos como una sucursal americana de los Estados Unidos de Norteamérica y nos complica enormemente en muchas cosas, particularmente al tratar de identificarnos en lo personal como estadunidenses, nombre sin sustancia que olvida nuestros antecedentes como descendientes en gran parte de los mexicas y otros pueblos indígenas.
Yo no tenía ni idea de que hace muchos años se presentó una iniciativa en ese mismo sentido, pero la pura verdad es que no hace falta ir muy lejos para advertir el arraigo del nombre de México, que lo encontramos en todo.
En este país en que tanta importancia tiene el deporte, no quiero ni pensar que nuestras selecciones tuvieren que presentarse como estadunidenses, con la necesaria salvedad de que la expresión tendría que ir acompañada de la aclaración de corresponder a los otros Estados Unidos, los que están al sur del río Bravo.
Se trata, ciertamente, de un caso de prescripción por falta de uso. Si no utilizamos abiertamente la expresión que hoy se promueve dejar sin valor alguno, lo que supondrá ciertamente la redocumentación de pasaportes, licencias, títulos académicos, cédulas profesionales y muchas cosas más, no tenemos por qué seguir utilizándola. De otro modo tendríamos que cambiar el himno nacional y en lugar de “mexicanos al grito de guerra…” tendríamos que sustituirlo por estadunidenses al sur de los Estados Unidos de Norteamérica al grito de guerra, lo que me parece espantoso.
Quizá ha parecido inoportuna la propuesta por haber sido hecha al final del sexenio, pero la culpa es del Congreso, que por lo visto no hizo caso de la misma en otros tiempos. El nuevo presidente (¡ni tan nuevo!) debe asumir la responsabilidad de actualizar el tema y amenazar al Congreso con un despido justificado si no cumple la orden recibida.
Si hiciera falta, habría que reformar el apartado B del artículo 123 constitucional y su ley reglamentaria para prever la conducta y la sanción. Y siendo el despido justificado, exigir nuevas elecciones para integrar el Congreso con mexicanos y no estadunidenses del sur de los Estados Unidos de Norteamérica.
Es curioso que Calderón haya reservado para el final un tema tan espectacular. Como quiera que sea, en este momento en que se le atribuye la culpa de muchas cosas negativas, la defensa de un tema tan popular ayudará a que su imagen futura mejore un poco. No demasiado, por supuesto, porque como iniciador de una propuesta tan negativa como la reforma a la Ley Federal del Trabajo, en los términos en que lo ha hecho y parece haber sido aceptada por el Congreso, por lo menos el sector obrero y quienes nos preocupamos por sus problemas, lo tenemos ubicado en el peor de los lugares de la historia.
Lo que pasa es que habría que notificar personalmente a todos los países de la humanidad del cambio de nombre y reiterar el domicilio para todo lo que se pueda ofrecer.
Me imagino que a los diplomáticos mexicanos les será mucho más cómodo identificarse como tales y no como deben hacerlo ahora, aunque dudo que lo hagan.
Un aplauso, pues, para Felipe Calderón, y ojalá que venza las resistencias que seguramente tendrá que enfrentar. El tema vale la pena sin la menor duda.
Fuente: La Jornada