El peñanietismo tuvo que improvisar ayer una sesión de aire y saliva para aparentar que sigue adelante la apuesta de pacto unitario con la que pretendía llegar al sábado del despegue. Sin nada en las manos, enmudecidos significativamente ante los reporteros a los que citaron sólo para efectos testimoniales, y enmarcados en los tres colores del priísmo y la conducción a cargo de los vicepresidentes virtuales, los voluntariosos de la versión política de Bailemos por México pretendieron darle a Enrique Peña Nieto cierto material de utilería para que el Primer Teleprompter del País (PTP) sea enriquecido con frases optimistas respecto a una supuesta versión atlacomulquense del Pacto de la Moncloa (ca... dicen algunos, como en Pregunta, ca..., aunque bien a bien este tecleador mal drenado no alcanza a entender la relación entre Moncloa y ca...).
Un pacto que significaría la máxima intención reformista global del peñanietismo y que con esas zanahorias de cambios daría soporte a un proyecto de rediseño político que duraría el sexenio, con papeles garantizados desde el poder pinolero para los aliados que hubieran aprovechado las ofertas por inauguración de tienda. Clientela distinguida y conocedora del valor de la compraventa política oportuna: por el PAN, plenamente decidido a practicar el neodieguismo de los tiempos salinistas que están de vuelta, Santiago Creel, Juan Francisco Molinar HorcABCitas y Gustavo Madero; por el PRD, los Chuchos que sólo con esta venta de garaje podrían aspirar a sobrevivir a migraciones morenas: Zambrano, Ortega (invitado a otras sesiones) y Carlos Navarrete; por el PRI, el protocolario Pedro Joaquín Coldwell.
Y los vicepresidentes. Luis Videgaray más suelto y Miguel Ángel Osorio Chong más inseguro, pero ambos someros, sin fuerza política, recitando algunas parrafadas fluctuantes entre la frialdad burocrática llena de lugares comunes y una especie de solemnidad forzada, de recurrencia desesperada a conceptos de patriotismo indemostrable, de amores (perros) por México, de fantasmales móviles profundos que alguna vez la Historia consignará en letras de oro (si oro quedare).
Pero no hay materia para regatear el hecho de que la izquierda dócil ha ganado un primerísimo lugar en el escenario peñista. El revoloteo vacuo de ayer tuvo como personaje estelar al Chucho en turno, Jesús Zambrano. Lo demás fue lo de menos: el PRI puso la idea pactista y la fue implantando a lo largo de pláticas discretas que detonaron en días pasados con una súbita vocación tripartidista por la unidad y la planeación política de largo plazo. El PAN, en la extrema derrota, se rige por el principio pragmático de agarrar lo que le pongan enfrente. Pero el PRD... Por auténtica defensa de principios o por sentirse desplazado del enchuchador reparto del pastel, un segmento de la élite del sol azteca se opuso a los avanzados tratos de Zambrano e impidió que se cerrara el contrato que EPN pretendía lucir el sábado próximo como demostración de control político absoluto, de concurrencia de los tres partidos principales en su proyecto de reformas, de habilidad tan deslumbrante que a horas de tomar el poder ya habría puesto a comer de su mano a las dos agrupaciones opositoras.
Sin PRD no hay paraíso, así que el pacto de nada serviría si sólo era firmado por el PRIAN. Por ello es que la sesión de ayer tuvo forma de tanque de oxígeno o de salvavidas para un Zambrano que hizo malabares para decir que por encima de las divergencias internas del sol azteca está el interés nacional (léase lo entrecomillado con voz temblorosa, propia de lo que debe ser un prócer). Respiración artificial para el dirigente Zambrano y para el propio pacto al que de cualquier manera (se haya pactado como se haya pactado) se intentará dar forma nomás que los de la izquierda no chuchista se desahoguen en San Lázaro y en las calles y luego de ese escape se puedan ya convenir los acuerdos debidamente socializados.
Pero las circunstancias y un aire retador de Zambrano hacia sus opositores internos llevó ayer a plantear que la Comisión Nacional del PRD retiraría al mencionado Chucho sus facultades de interlocución en solitario con el peñismo, a la espera de que un congreso nacional entre posadas decembrinas tome las decisiones del caso. Mientras tanto, Peña Nieto deberá manejar entre corchetes el pacto que ya había definido, creyéndolo cerrado, como un paso fundamental de su proyecto político.
A esa precariedad inicial debe sumarse la eventualidad de que EPN no pueda trabajar de entrada con la banda deseada (no la tricolor, sino la de funcionarios), pues PAN y PRD, jugando al sabido tianguis político, se negaban calculadoramente a aprobar las modificaciones de organigrama propuestas por el mexiquense, colocándolo en el riesgo de que hoy al mediodía tuviera que incluir en su paquete de nombramientos a quienes ocuparán así sea por unos días las secretarías de seguridad pública y de la función pública. Lo bueno para QuePeNi es que, ya con ganas de cerrar trato, el PRI ofrecía cambalaches pero a futuro, comprometiéndose a ciertas restricciones a la supersecretaría de Gobernación, entre otros, que los nombramientos policiacos de primer nivel sean sometidos a ratificación senatorial. Al final, es de suponerse que el espíritu político-comercial será bien servido y triunfará.
Mientras el entrante trata de poner buena cara a estos momentos de descontrol, el saliente se divierte de lo lindo. Tirolesa en una delegación del DF, inauguraciones de obras a medias y de otras muy impugnadas (el acueducto de Sonora), decretos de última hora para modificar la poligonal del parque Sistema Arrecifal Veracruzano, otorgamiento de ascensos a la grisura diplomática con la canciller Espinosa como emérita y sus cercanos groseramente premiados.
Se va Felipe y llega Enrique. Se cierra un ciclo de doce años de corrupción, frivolidad, atraso y sangre. Ya se verá si el retorno de los dinos modernizados significa algo más que cambio de siglas y personal, aunque los primeros indicios son escalofriantes. ¡Feliz fin de sexenio!
Fuente: La Jornada