De acuerdo con un imparcial, objetivo y hacendoso cronista tuitero de apellido Videgaray, muy bueno resultó el saludo de paso que con gran entusiasmo realizó ayer el mexicano Enrique Peña Nieto en Washington.
Quince minutos de presentación privada ante Barack Obama, quien hizo esfuerzos de cortesía para dar paso a temas ajenos a lo que realmente importa hoy al poder estadunidense respecto a México: la seguridad, en especial la fronteriza. Amable, el miembro del partido demócrata que va por su segundo periodo presidencial dijo saber que hay otros temas importantes en la agenda del mexiquense afamado por sus casi heroicos esfuerzos en pro de una condición bilingüe mínima. Una agenda muy ambiciosa, dijo el estadunidense entre asombro y admiración, al saber que el visitante no se interesaba solamente en asuntos de seguridad.
Recíproco, el visitante QuePeNi (seudotraductores de mala leche, absténganse de intentar falsos juegos de ingenio llevados al inglés) emitió una categórica y estremecedora declaración de apoyo al anfitrión que más bien parecía medio distraído en el manejo del mundo: él, Peña Nieto, está dispuesto a respaldar los esfuerzos que Obama realice en su país, conforme a sus leyes y procedimientos y en función de sus órganos decisorios, para regularizar el asunto de los migrantes indocumentados. Nada de ir a exigirle al presidente de Estados Unidos, sino ofrecerle apoyo y colaboreishion.
Fuentes confidenciales, que pidieron a este columnista guardar en el anonimato su inexistencia, revelaron que a partir de esta noche en la recámara principal de la Casa Blanca su ocupante varón podrá al fin dormir a pierna suelta, al saber que cuenta con el brazo fuerte de su vecino sureño. Otras fuentes de inclasificable nivel, caracterizadas por redactar impecables boletines de prensa individualizados que luego llegan a alcanzar la categoría cuasidivina de trascendidos, regalaron a esta columna la profunda observación de que en Washington hubo un breve pero extraordinario entendimiento frigorífico entre el mexicano que habitó tierras no cálidas y el Barack de Chicago, la ciudad de los helados vientos: si Chente y Bush compartían gustos vaqueros, Quique y Obama podrían estar hermanados y predestinados por el Espíritu Gélido. Empatía bajo cero. Te lo firmo y me congelo.
En México, mientras tanto, se atenuaba el escándalo del cerco a San Lázaro. De mañana fueron abiertas dos estaciones del Metro, se permitió la circulación en algunas calles y avenidas y se aflojó un poco la mano militar que había establecido un insensato círculo amplísimo de protección a una ceremonia sabatina de transmisión de poder que contra lo que cualquiera podría suponer no acarrea júbilo y despilfarro festivo, con un pueblo enloquecido de alegría por el cumplimiento de nuevos ciclos electorales, sino el atrincheramiento de los presuntos personajes festejables, el que se va y el que llega, obstinados en mantenerse lo más lejos que les sea posible de las muestras de sentimiento popular que podrían generar.
La marcha atrás en el experimento preatenquista se debió a la reacción indignada de una parte de la ciudad capital del país por ese despliegue retador de fuerzas y mecanismos de control y represión. Oportunamente, diputados perredistas encabezados por el súbitamente guerrillero Silvano Aureoles, miembro del Frente Amalista de Enriquecimiento Nacional, se lanzaron con desconocida intrepidez a derribar algunas de las vallas que horas atrás ya había ordenado desmontar el vicepresidente político y policiaco (VicePoPo), Miguel Ángel Osorio Chong, quien además se permitió augurar que no habrá excesos este sábado de doble protesta (la protocolaria, de EPN ante legisladores, y la del 132, Morena, sindicatos y organizaciones y sindicatos en San Lázaro, el Ángel de la Independencia y las inmediaciones del Zócalo).
A la distensión íntima contribuyeron panistas y perredistas que en la noche del lunes anunciaron, con aires de sacrificio patriótico que las generaciones venideras comprenderán (pero las cúpulas actuales cobrarán), que andan en tratos para firmar un dizque acuerdo nacional que en aras de superiores propósitos (¡Por Mexicoooooooo!) les permita a todos entenderse en el presente, apoyarse en el futuro inmediato y repartirse desde ahora rebanadas de pastel político sexenal.
Para los panistas no es sorpresa este neodieguismo que, al igual que Fernández de Cevallos con Salinas de Gortari en 1988, hace redituables arreglos bajo la mesa para apoyar al que ahora se ha encaramado en la silla presidencial. Pero, para los perredistas... bueno, tampoco es sorpresa para el chuchoperredismo que hoy domina la estructura del sol azteca. Aun así, los adversarios de los jesuses de la Nueva Izquierda, con el bejaranismo al frente, aprovecharon para lanzarse contra el dirigente formal del PRD, Chucho Zambrano, que sin consultar a la comisión política de ese partido había anunciado con aires solemnes la decisión de firmar acuerdos con otras fuerzas políticas y con el equipo de transición gubernamental, todo lo cual había sido negociado sin informar a los correspondientes órganos de dirección. Luego de lo que según algunos de los asistentes fue un regaño a Zambrano, la mencionada comisión política condicionó la firma del acuerdo a que haya claridad y precisión en los posibles logros.
Apresurado porque ya al final de este viernes no tendrá tanta resonancia con sus ocurrencias, el comandante Calderón hizo una de sus postreras bromas desde el poder mal habido. Luego de ocupar Los Pinos durante un sexenio merced a una ínfima diferencia oficial de votos que siempre estuvo bajo acusación de provenir de un fraude electoral, el Señor del 0.56 por ciento envía una iniciativa de reformas legislativas (que obviamente no tiene tiempo ni sustento político para avanzar) para que haya segunda vuelta en las urnas cuando uno de los contendientes por la Presidencia de la República no obtenga 50 por ciento de los sufragios posibles. ¡Hasta mañana!
Fuente: La Jornada