Marcelo Ebrard Casaubon tiene marcada su ruta a mediano plazo. Quiere ser presidente del PRD y cogobernador del Distrito Federal. Manejando a conveniencia esas dos piezas considera que conseguirá la candidatura presidencial de la izquierda en 2018 e incluso podría contar con la venia del calderonismo aliancista que de seguir controlando el PAN negociaría el apoyo a esa opción moderna.
Para hacerse de la dirigencia del sol azteca, el discípulo de Manuel Camacho Solís debe adquirir la aprobación del grupo que domina la estructura perredista, el de Los Chuchos, que entre sus virtudes tiene la de conocer sus propios límites, de tal manera que tensarán la liga de las negociaciones con Ebrard al máximo, pero sabiendo que entre sus cuadros no tienen a nadie con tamaños para aspirar con realismo a la Presidencia de la República. Ebrard no podrá ser presidente del PRD si no lo apoyan los Chuchos, pero estos no tendrán esperanza de llegar a ligas mayores (secretarías en un gabinete federal, algo que no han conseguido hasta ahora) si no terminan apoyando a Marcelo.
Pero ni siquiera resultaría suficiente que Los Chuchos cedieran el paso a MEC, pues la potenciación de la candidatura de éste dependerá del grado de éxito que tenga en la depuración del PRD, su reunificación y relanzamiento. Ebrard necesita mostrarse como un líder sin carisma pero con eficacia, capaz de imponer cirugías plásticas en un cuerpo aparentemente desahuciado, cocinero que lleve a la mesa electoral un platillo novedoso, bien presentado y mejor publicitado, aunque en la trastienda hubiera tenido que comprometer premios de gabinete a los corruptos y oscuros dueños de los fogones y la alacena que le permitieron darse un lucimiento táctico.
Manejando el PRD, Marcelo podrá incidir en la gobernabilidad de la joya de la corona de negro y amarillo, la ciudad de México. Pero, en una dialéctica cruda que ha sido clave en el éxito electoral y la conservación del poder progresista en el Distrito Federal, el aparato capitalino también debe converger en el futurismo marcelista y aportar los haberes correspondientes. Por ello es que revolotea con fuerza la amenaza de un caciquismo disfrazado de continuidad, con un Miguel Ángel Mancera presionado para que acepte la imposición de funcionarios de primer orden.
Sin fuerza política propia y teniendo como telón de fondo el proyecto político mayor, el de Ebrard como candidato presidencial, Mancera demostrará su carácter y destino a finales del presente mes, cuando dé a conocer los nombres de quienes le acompañarán en la jefatura del gobierno capitalino. Ha anticipado que habrá gran efervescencia en ese momento. Podrá serlo si es que en un golpe de libertad se atreve a hacer a un lado las pretensiones de que varios de los marcelistas actuales repitan en los cargos o sean movidos a otros de similar importancia. O los hervores y burbujeos provendrán del significativo acatamiento de las instrucciones de quien no desea quedarse sin plataforma para 2018: ni la administrativa, pues desea ser cogobernador a la sombra, con la aquiescencia de un dócil Mancera, ni la partidista, pues pretende ser renovador perredista con cartas marcadas por Los Chuchos.
Pasando a otro tema, ha de decirse que Enrique Peña Nieto pudo dar por cumplido el riesgo de reunirse a dialogar con intelectuales. No hay reportes de estropicios graves: nadie le preguntó por tres libros que le hayan marcado ni parece haberse cometido algún otro disparate. Todo transcurrió más o menos en concertada calma e incluso el anfitrión pudo asentar que tomará en cuenta las opiniones de los pensadores para diseñar la política cultural del sexenio. Entre los pocos comensales que aceptaron sentarse a la mesa con el mexiquense hubo tres o cuatro personajes reconocidos. En el boletín de prensa del peñismo se insistió en la relevancia de quienes cenaron con el priísta, aunque las fotografías mostraron la pequeñez de la convocatoria, contrastante el número y perfil de los asistentes frente a la subrayada necesidad del ex gobernador del estado de México de remontar su conocido déficit en asuntos de arte, cultura y anexas. Es de suponerse que alguno de ellos habrá de ser incorporado a las listas de apuestas relacionadas con la integración del próximo gabinete federal.
Astillas
El drama de México entero puede ser visto a pequeña escala en Olinalá, municipio de La Montaña del estado de Guerrero. Absolutamente desprotegidos frente al ataque de bandas criminales, los ciudadanos decidieron establecer retenes propios, habilitándose como sustitutos armados de las autoridades, las policías y las instituciones absolutamente ineficaces. Para restablecer el presunto orden público, el gobierno federal envió marinos que obviamente consideran necesario desarmar a retenes y ciudadanos, lo que estos rechazan, pues temen volver a estar dentro de poco nuevamente sujetos a agresiones y venganzas. El desvaído gobernador, Ángel Aguirre, ofrece cambalache tecnológico: computadoras, por ejemplo, a quienes entreguen las armas. Lo peor sería que los marinos y otras fuerzas federales arremetieran contra los vigilantes cívicos y les abrieran procesos por defenderse de lo que las autoridades no pudieron frenar ni castigar conforme a derecho. También ha de analizarse lo que sucederá cuando los federales se retiren de Olinalá para atender el siguiente punto del mapa rojo nacional... Los perredistas que en el Senado estaban a punto de declarar día de fiesta nacional la noche en que votaron una reforma laboral con el PAN y a pesar del PRI, ahora ven con supuesta decepción que panistas y priístas están a punto de arreglarse en San Lázaro, como casi siempre, para dar negociado retroceso a la efímera victoria senatorial... El PAN, por cierto, planea eliminar de sus estatutos la figura de los militantes adherentes, truco engordador de padrones del partido de blanco y azul mientras tuvo la cartera abierta de dos administraciones federales... Y, mientras la elección presidencial estadunidense acaparaba ayer la atención mundial, ¡hasta mañana!
Fuente: La Jornada