Roberto Jiménez Hernández y Javier Romero, los iniciadores del proyecto de recuperación, señalan que en 2005 lograron un compromiso de “palabra” con la directora del museo.
Necaxa • Para que al igual que hace más de un siglo sean un detonante de la economía y del progreso de Necaxa, más de tres mil habitantes apoyan las gestiones para que el museo de la CFE devuelva dos de las máquinas de ferrocarril con las que se construyó el complejo hidroeléctrico en el lugar.
Roberto Jiménez Hernández y Javier Romero, los iniciadores del proyecto de recuperación de la memoria histórica y patrimonial de la llamada cuna de la industria eléctrica y miembros de la Fundación Necaxa, señalan que en 2005 lograron un compromiso de “palabra” con la directora del Museo Tecnológico de CFE, Sylvia Neuman, de entregarles por lo menos una de las locomotoras, pero a la fecha no se ha concretado.
Llevan casi 14 años en las gestiones y los obstáculos no han sido pocos. Primero se toparon con la oposición de Alfredo Elías Ayub, director de CFE, para devolverlas y luego vino el proceso de extinción de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, “que aún sigue en litigio”, explican, y eso las ha retrasado. Pero no han perdido la esperanza.
Por el contrario, el rescate de las máquinas Toña La Negra y La Burrita se ha vuelto un símbolo de la lucha por recuperar “un poco de la grandeza que tiene Necaxa, buscar que traigan progreso para la gente, detonar la economía local a través del establecimiento de un museo fuera de la instalaciones de la hidroeléctrica y hallar formas de vida alterna para la gente del municipio”, sin quitar el dedo del renglón de volver a su fuente de trabajo.
Además, los trenes guardan una relación íntima con la vida de varios trabajadores de Luz y Fuerza, como el finado Miguel Lira, quien pilotaba a Toña La Negra la número 5; o don Jorge Romero, su ayudante y don Fernando Cárdenas, que manejaba los autovías, por mencionar algunos, ya que se volvieron sus compañeras, sus aliadas en sus jornadas laborales.
También porque no hay documento legal en el que sustente el hecho de que la CFE se haya apoderado de las máquinas desde la década de los sesenta del siglo XX y las exhiba en su museo, donde todo lo que está ahí “les desentona”, aseguran Roberto y Javier.
La CFE, dicen, no tiene una carta de propiedad, una factura, un documento donde se acredite el traspaso de las máquinas por parte de Luz y Fuerza o de la Mexican Light and Power Company, su propietaria original o que algún gobierno las haya dado en venta, cesión o comodato.
Además, “de una manera emotiva, creemos que a quien realmente pertenecen es a Necaxa”.
Museo y sobrevivencia
Nadie en Necaxa se explica en qué momento las locomotoras fueron a dar al Museo de la CFE. Casi por accidente, cuenta Roberto Jiménez, hace 14 años cuando a uno de sus hijos le encargaron una tarea se topó con ellas y se sorprendió.
“Nos preguntamos por qué estaban ahí, investigamos y conseguimos material fotográfico. Cuando empezamos el proceso para conmemorar el centenario del complejo hallamos más documentos y entonces se pretendían llevar más piezas de la hidroeléctrica, pero ya no lo permitimos”, agrega.
En el museo de la CFE argumentaron que tenían las máquinas porque las habían librado, ya que iban a ser fundidas por Altos Hornos de México, pero no era cierto.
“Contamos con un documento donde están enlistadas las que iban a ser sometidas a ese proceso, y en ningún momento aparecen las locomotoras, pues no pertenecían a Ferrocarriles Nacionales, sino que eran de Mexican Light and Power Company”, refiere Javier Romero.
De inmediato iniciaron las gestiones para recatarlas y la directora del museo, Sylvia Neuman, se comprometió a entregar por lo menos una. “Me van a correr, pero se las voy a dar”, habría dicho la funcionaria a los miembros de la Fundación Necaxa, pero todo quedó en suspenso.
Traerlas a Necaxa se ha convertido en un símbolo para los habitantes del municipio.
“Sabemos que los trenes en otras partes de nuestro país significaron el progreso, el desarrollo, la comunicación. En el caso de Necaxa fueron la manera en que la empresa logra transportar lo necesario para la construcción de este importante factor de empuje que fue el complejo hidroeléctrico”.
Las locomotoras serían exhibidas en un museo externo a las instalaciones de la industria, cuya puesta en marcha se quedó a la mitad por el decreto de extinción. “Debe evitarse que se detenga el funcionamiento de las plantas que tienen más valor produciendo energía que paradas.”
“Nuestra gente siente a esas máquinas como propias, lo hemos escuchado en sus testimonios, son una extensión de lo que fue su vida laboral, pero también son un ícono de nuestra lucha como pueblo, por permanecer vivos, por reforzar nuestra identidad, por reflejar nuestra historia”, concluyen Roberto Jiménez y Javier Romero.
Crónica
La sierra como Los Andes
Los hechos que marcan la historia de esas locomotoras con los serranos son varios y destacados. Por ejemplo, en una de ellas se trasladaron los restos de Venustiano Carranza hasta la estación de Beristáin y de ahí a la Ciudad de México, luego de que el entonces presidente de la República fuera asesinado en Tlaxcalantongo, municipio de Xicotepec, el 21 de mayo de 1921.
Aunque nunca fueron consideradas como parte de la red ferroviaria nacional, debido a que eran propiedad primero de la Mexican Light and Power Company, y más tarde de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro.
De acuerdo con investigaciones de la Fundación Necaxa, plasmadas en el libro escrito y publicado por Javier Romero, al iniciarse la construcción del colosal complejo hidroeléctrico en 1903, además de la fuerza de trabajo de más de dos mil 300 personas, cinco de ellas con estudios de ingeniería comandadas por Frederick Stark Pearson, fue necesario echar mano de la tecnología de la época para el traslado de material y maquinaria.
Al principio se optó por el uso de potentes tractores con motores tipo Fowler que empezaron a recorrer la sierra cargados de material pesado, pero no pudieron con ella. Ni con las pendientes de seis grados, radios de curvatura de hasta 16 metros ubicadas en los sinuosos y encrespados caminos.
Entonces se pensó en las máquinas de ferrocarril que fueron hechas expresamente para la empresa entre 1903 y 1910 cuando se edificaban las presas de Tenango, Necaxa y la Casa de Poder o Casa de Máquinas, ubicada casi al pie de la famosa cascada conocida como El Salto Grande.
Para introducir la línea de trenes se usó la concesión otorgada por el gobierno de Porfirio Díaz al francés Arnoldo Vaquie, propietario de la Sociedad de Necaxa, el 16 de noviembre de 1899, misma que nunca ejecutó por falta de recursos, igual su proyecto hidroeléctrico que fue retomado por la Mexican Light and Power.
“Por ejemplo, dice Javier Romero, la máquina número 5, mejor conocida como Toña La Negra, fue construida en Estados Unidos en enero de 1905 y debe haber llegado a Necaxa a mediados de ese mismo año. Se trata de una máquina Lima Shay, llamadas así porque eran usadas en la cordillera de Los Andes en Perú”
De acuerdo con un documento sin fecha sobre los Ferrocarriles de Necaxa, clasificado en el Archivo General de la Nación, cuya copia fue proporcionada a Milenio Diario por Romero y Jiménez Hernández, la vía privada de Luz y Fuerza tuvo una extensión de 53 kilómetros y se le describe como una “vía angosta que sigue el antiguo camino real, con fuertes declives y estrechas curvas”.
Hubo nueve locomotoras, tres del sistema Shay de 45 toneladas cada una, una de tanque marca Baldwin y cinco marca Porter para maniobras de patio en un sistema de vías de intercomunicación de 2 o 3 kilómetros, entre ellas la número 2, llamada popularmente La Burrita, que se exhibe en el Museo Tecnológico de la CFE.
Además de dos carros de pasajeros, uno construido en los talleres de Indianilla y otro en los talleres de El Carmen. Así como un caboose, 27 plataformas de 12, 15 y 20 toneladas de capacidad, cuatro góndolas, un carro de madera, un carro para postes y 30 carros de volteo de lados abiertos.
CARBÓN DE PIEDRA Y DESTREZA
Todas usaban carbón de piedra como combustible y la destreza de muchos hombres. Entre los que unieron su vida a las máquinas está don Miguel Lira, fallecido en 1996 y de quien sus hijas, orgullosas, recuerdan cómo se emocionaba cuando hablaba de “su tren” Toña La Negra.
“Él nos platicaba de su trabajo. Pero era mucha emoción cuando sabíamos que llegaba, pues desde lejos sonaba bien duro el silbato del tren y cuando nos veía sacaba la bolsa de cocoles y allá íbamos nosotras corriendo”, cuentan.
Don Miguel, dicen, era muy estimado por los ingenieros canadienses y gringos que manejaban la planta, al grado de que quisieron llevárselo al norte, pero él no quiso dejar Necaxa.
“Lo querían porque siempre sacaba su trabajo, era muy mañoso para eso y si algo se descomponía, él lo reparaba.”
Cuando no servía la máquina y luego de que varios batallaban, antes de componerla los hacía reconocer que no podían con ella y “la arrancaba y le daba un gusto, también a los ingenieros que le apodaban el ‘Indio Verde’, ‘El Pochteco’, porque todo lo que le encomendaban de trabajo lo hacía bien. Hasta sus huaraches se hacia con cuerda y madera y aprendió a leer y a escribir. Pero era muy preguntón y así aprendía.”
“Él se vino a trabajar acá al inicio de la revolución, incluso contaba que él vio el cadáver de Carraza cuando lo mataron allá en Tlaxcalantongo. Aunque era de Huayacocotla, Veracruz se hizo en Necaxa y era tan estricto en las cuestiones laborales que cuando se jubiló decía: a nosotros ya nos van a dejar de pagar, ya estamos viejos ya no trabajamos, cómo nos van a seguir dando dinero”, agregan.
En los últimos años de su vida, la gente del Museo Tecnológico de CFE mandó traer a don Miguel Lira para que echara a andar a Toña La Negra, y aunque primero les dijo que como ya sabían “cada gallo canta en su gallinero, se esforzó y pudo ponerla a trabajar, aunque iba enfermo de una mano, él les dijo qué era lo que tenían que hacer”.
Don Miguel nunca entendió por qué se llevaron las máquinas de la hidroeléctrica, refieren sus hijas, “sí era de aquí y menos entendió cuando le dijeron que ya nunca la iban a regresar. Cuando se la llevaron mi papá siempre veía para el estadio y para la presa, y no se explicaba cómo habían permitido que se la llevaran y se puso a llorar”.
Primero levantaron las vías en 1960 y a las locomotoras se las llevaron en 1963 primero a Buenavista, a la estación del tren y luego al Museo de CFE.
El testimonio de las hijas de don Miguel Lira coincide con el de quien fuera su mano derecha, don Jorge Romero, quien a sus 94 años, es el jubilado de la Compañía de Luz y Fuerza con más edad. Lúcido nos recibe en su casa de Canaditas “antes de las 2 de la tarde o después de las 3, por su hora de comida, que es religiosamente puntual”.
Cuenta que le tocó trabajar en las máquinas 4 y 5, las Lima Shay, eran las más grandes y se movían con engranes. “Pero después se las llevaron, levantaron las vías. Se lo llevaron todo.”
Fuente: Milenio