Enrique Peña Nieto hace saber que su eventual victoria del próximo domingo sería como la de Carlos Salinas de Gortari, acusado en 1988 de fraude electoral: contundente e inobjetable. Instalado gozosamente en los dominios futbolísticos de Televisa, para demostrar orgullo por la marca de la casa, el ahijado político del neosalinismo repite dos de las tres partes de la la letanía de autovalidación que en su momento utilizó el entonces presidente del PRI, Jorge de la Vega Domínguez: Triunfo claro, contundente e inobjetable, adujo en su momento este chiapaneco.
Por alguna razón aún imprecisa, el encopetado retoño de aquellas adulteraciones no habló de claridad. Acaso sea una confesión oportuna de que una eventual imposición sólo necesitará de contundencia (como la del garrote que reprime) e inobjetabilidad (la que suministrará el aparato institucional de control y sentencia sobre asuntos electorales, el que desde ahora proclama imposible cualquier posibilidad de fraude).
Rebosantes los estacionamientos del estadio Azteca de los autobuses del aparatoso acarreo, explosiva la feria de regalos baratos para incentivar la asistencia del respetable público desatento, sonoramente demagogo el discurso del actor central, parece increíble que allí el sonriente figurín mexiquense proclame e invite a dejar atrás las prácticas de la vieja política.
Josefina Vázquez Mota estima apropiado invocar milagros y a uno de ellos se atiene para ver si logra el triunfo electoral el próximo domingo. Se movió unos metros para evadir los riesgos de que la providencia le volviera a fallar, así que en vez de cerrar su campaña capitalina en el Estadio Azul de todas sus desgracias originales (hablar a tribunas que se iban vaciando mientras ella pronunciaba su soñado discurso de toma de protesta, un triste 11 de marzo) se pasó a la adjunta Plaza de Toros México, con mejores resultados en cuanto a atención cautiva. Sin embargo, la Dama de la Sonrisa Perpetua dedicó una parte de sus declamaciones del día a recordar y enaltecer a Manuel J. Clouthier, el difunto, sin reparar en que el hijo de éste, portador de los mismos distintivos denominacionales, ha aceptado ser contralor con el candidato perredista López Obrador en caso de que éste gane, en una jugada política inteligente que colocaría en un apellido de prosapia panista la ejecución de investigaciones y castigos contra funcionarios corruptos del pasado felipista y del futuro pejista.
Andrés Manuel López Obrador cree que puede tener un triunfo claro, aunque no se sabe si también considera que será contundente e inobjetable. Fortalecido su espíritu ante las continuas plazas llenas y el creciente apoyo juvenil, pareciera convencido de que a fin de cuentas el aparato priísta-calderonista de defraudación electoral no alcanzará a vencerlo, aunque desliza cada vez más el tema de ese eventual fraude. Va denunciando una parte del peligro, pero no a fondo, atrapado en la duda electoral básica: desacreditar desde ahora el proceso electoral ante las fuertes evidencias del fraude en marcha o apostar a la posibilidad de que una asistencia masiva de sus seguidores a las urnas sea suficiente para conjurar las trapacerías ya sembradas. En las evocaciones de 88, adaptadas al presente, Manuel Camacho promueve la conciliación a costa de lo que sea, Manuel Bartlett aconseja no tumbar el sistema y Arturo Nuñez es el heraldo del pejismo en camino de alcanzar la gubernatura de Tabasco. Nombres muy mentados en la historia política nacional, sobre todo en cuanto a comicios en peligro.
El consejero presidente del Instituto Federal Electoral se da vuelo mediático presumiendo el blindaje técnico que impediría que se consume un fraude cuyos indicios saltan por diversos lados. La legalidad minuciosa elevada a la categoría de exorcismo previo: las cosas no pueden suceder como mucha gente ve y prevé, por la sencilla razón de que las reglas procesales y sustanciales están hechas para que esas cosas no sucedan.
Orgulloso, casi concluyente, Leonardo Valdés Zurita menciona que en esta ocasión todo está listo para el recuento voto por voto, siempre y cuando se cumplan las condiciones establecidas en la reforma de 2007. Reforma, por cierto, que fue elaborada, con el apoyo traicionero de los Chuchos, para cerrar el paso al lopezobradorismo, impidiendo la creación de nuevos partidos, creando escenarios de confusión como los que se han vivido en este proceso electoral, y garantizando el voto por voto porque ahora de lo que se trata no es de un fraude como el de 2006, sino uno extracasillas, con la descarada compra de votos, la Operación Ruleta y las brigadas gordillistas, todo con la intención de no repetir escenarios 0.56, sino construir una diferencia apabullante, como la previamente instalada a través de encuestas de opinión, de tal manera que los reclamos de nuevos conteos parezcan desproporcionados o fantasiosos y así sean declarados por los mentados aliados mediáticos.
Mentadas por doquier corrieron en los altos círculos calderonistas luego de la pifia monumental que quiso declarar hijo de El Chapo Guzmán a un joven sinaloense avecindado en Zapopan, Jalisco. Movidos los hilos nativos por la DEA, abiertamente metidos los agentes estadunidenses en las operaciones de la Marina, el episodio tapatío equívoco exhibió las prisas y ambiciones propagandísticas de las aprehensiones felipistas: lo importante no era la detención de un sospechoso de jefaturar una simple célula del cártel de Sinaloa (un asunto casi local, de escasa relevancia nacional), sino el uso en términos de rentabilidad política de una pieza de cacería mayor: ¡El hijo de El Chapo, pa’ que aprendan a respetar electoralmente! Nomás que les falló. Y feamente.
Y, mientras esta columna agradece a Emilio González Márquez la inspiración para el título de esta entrega, pues más de mil jaliscienses le dedicaron este fin de semana una sonora megamentada pública de madre en justa retribución de la que él profirió en abril de 2008 contra sus críticos y opositores, ¡hasta mañana, recordando a Carlos Monsiváis a dos años de su muerte!
Fuente: La Jornada