jueves, 15 de noviembre de 2012

Teatralidad retro. Elenco anticorrupción. Vicepresidencia política. Obama (otra vez) promete

La escenografía los delataba. Los mismos de siempre (Beltrones y Gamboa), junto a los recién llegados que también son lo mismo (Peña Nieto y sus virtuales vicepresidentes, Videgaray y Osorio Chong), anunciando el advenimiento del nuevo paraíso de tres colores en el que habrá reordenamiento burocrático y combate a la corrupción. Testigo de honor de esa nueva época nacional de eficacia administrativa y manos limpias, aliado fundamental al que el propio EPN rindió homenaje, el partido ecologista adecuadamente representado por Jorge Emilio González, alguna vez apodado el Niño Verde, quien ya no es niño pero sigue siendo ejemplo de la corrupción mediante partidos familiares, tráfico de influencias y venta de alianzas electorales.

Pero había además el tono, la actitud reverencial, el señorpresidencialismo, la solemnidad demagógica y el fraseo insulso de los viejos tiempos. De pronto, así, se instaló en la teatralidad de la transición el espectro de un priísmo que por más que se esfuerza en aparentar renovación y modernidad sigue anclado en sus gestos y costumbres inamovibles. Prefigurado quedó, a medio mes de que el Revolucionario Institucional se reinstale en Los Pinos, el espectáculo político que durará cuando menos un sexenio: planes, propuestas, reformas y promesas de cambios y mejorías que de realizarse a plenitud irían contra la naturaleza real de ese poder en busca de credibilidad.

¿Cómo ensalzar una comisión contra la corrupción cuando el poder que la propone proviene de unos comicios marcados justamente por la corrupción electoral, por los ríos de dinero, por la abierta operación mercantil? ¿Cómo creer que puede darse un combate real contra la corrupción si la nómina del nuevo poder tiene entre sus promotores y fundadores a personajes como Arturo Montiel, Mario Marín, Kamel Nacif y tantos otros de similar catadura y cara dura?

A diferencia de la volátil iniciativa anticorrupción, que dará nueva forma al costoso aparato inútil de la secretaría de la función pública (especializada durante la docena panista en capturar meros charales y nunca peces gordos, según la receta tan sabida), la otra propuesta del peñanietismo es bastante práctica y concreta. En esencia, busca concentrar más poder en la vicepresidencia política, que según todas las versiones disponibles estaría ya reservada para el ex gobernador hidalguense Miguel Ángel Osorio Chong.

El Bucareli de Osorio Chong retomará el control de la tropa civil calderonista denominada Policía Federal, a cargo de la Secretaría de Seguridad Pública, cuyo jefe y artífice, el ingeniero Genaro García Luna, vive ya la amargura de ir dejando el poder que ejerció de manera prepotente y judicialmente consignable, peleado con la procuradora Marisela Morales entre otras cosas por el caso de los policías federales que acribillaron la camioneta blindada de dos espías gringos con un marino mexicano de chofer.

A pesar de que el otro vicepresidente, el encargado de asuntos económicos, Luis Videgaray, había concentrado hasta ahora los reflectores y se le consideraba como el principal y casi único factor de asesoría, operación y a veces casi sustitución de funciones, ahora queda clara la fuerza que se dará al otro polo del peñanietismo, el de Osorio Chong en Bucareli, con lo que ha sido la SSP y en sintonía con otro hidalguense, Jesús Murillo Karam, a quien se menciona encaminado a ocupar la procuraduría federal de justicia.

Videgaray muy probablemente quedará en la Secretaría de Hacienda, con amplios poderes en todo lo relacionado con la actividad económica. En él convergerán y encontrarán respuesta los intereses de Carlos Salinas y Pedro Aspe, mientras Osorio Chong, en lo político, responderá con más fidelidad al mando específico de Peña Nieto. ¡Hagan sus apuestas, señores!

Otro reformismo antes de la (segunda) toma de posesión se ha esbozado en Estados Unidos. Viendo el platillo votante del futuro y tratando de quedar bien con los hispanos, pero sin romper con su base electoral no necesariamente propicia a modificaciones en cuanto a leyes migratorias, Barack Obama ha expresado su intención de empujar propuestas que permitan regular la estancia en Estados Unidos de quienes ya lo hacen sin documentación legal alguna. También ha hablado de dar el empujón definitivo para que no sean expulsados del país los jóvenes conocidos como dreamers. Ya se verá si en este segundo periodo, sin la zanahoria condicionante de la nueva elección, Obama cumple lo que en su primer tramo no pudo hacer. También será importante analizar el área donde las buenas intenciones suelen naufragar o reducirse: los detalles.

En otro tema, el ingeniero Sixto Bonilla escribe: no me considero de ninguno de los partidos que actualmente existen y no creo tampoco que seré militante de Morena, pero sí me parece interesante que se pueda tener una opción nueva y no tan pervertida en sus orígenes, formas y toma de decisiones como las que sabemos que existen. Lo que sí creo es que, si bien la mayor parte de la esperanza se centra en AMLO por su trayectoria y comportamiento más o menos congruente en todos estos años en que ha hecho política, hacia el largo plazo no se puede pensar que el legado de su fundador garantice el rumbo que tomará ese nuevo posible partido. Creo que si quieren que Morena sea menos corrupto, menos espacio de oportunistas y más la alternativa que mucha gente de izquierda y progresista busca, deben centrarse y esforzarse mucho en que las bases o moldes básicos sean los más apropiados (objetivos, visión, misión, estatutos y reglamentos), para que eso pueda dar cohesión y rumbo a la nueva institución partidista; si no, más tardará AMLO en dejar de participar en Morena que Morena en tomar un rumbo parecido a los demás partidos políticos.

Y, mientras sigue el enredo respecto a la muerte de un niño en un Cinépolis (ya hasta Ebrard ordenó que se dé con la pistola homicida), ¡hasta mañana, viendo que en Chiapas se ha desmontado la pretensión de castigar el libre uso de redes sociales!




Fuente: La Jornada