Más de 500 jubilados deben esperar horas en la oficina del IMSS de Popocatépetl
Es indigno que nos paguen así; es el dinero de todo lo que trabajamos, se quejan
Son las ocho de la mañana, más de 200 adultos mayores esperan parados en un estacionamiento oscuro. Son hombres y mujeres con gruesos lentes, cabello blanco, bastón o que sólo pueden asistir a cobrar cada mes su pensión del IMSS acompañados de un familiar, debido a sus problemas de salud. Son las 9:30 horas y los turnos de espera llegan a la ficha 325. La empresa de traslado de valores Tameme debió llegar hace casi tres horas a la sede delegacional DF3 Suroeste, ubicada en la calle de Popocatépetl, colonia Condesa.
Prácticamente cada mes los jubilados enfrentan la misma historia. Unos llevan banquitos plegables, otros se acomodan en un guacal, una cubeta y hasta en un escritorio abandonado. Otros usan como asiento el concreto frío de algunos escalones cercanos.
Unos minutos después de las 10 horas, por fin, los custodios llegan con el dinero y son recibidos con una mezcla de rechiflas y aplausos. Sin embargo, las “pagadoras” vienen en un auto diferente y no llegan al mismo tiempo. Cuando lo hacen, impera el desorden ante la desesperación de todos, que quieren salir de ahí.
Los jubilados gritan: “¡que no se metan!, ¡que se formen!” El remolino de gente junto a la mesa de las pagadoras es tal que los propios adultos mayores hacen una cadena humana a su alrededor para que se repartan los talones de pago con orden. Se oyen gritos, reclamos e incluso estallan peleas entre ellos.
“Es que deberían cobrar mejor con tarjeta del banco”, exclama un señor que acompaña a su esposa. La negativa tiene sustento. “¿Por qué el banco me va a quitar 10 pesos cada vez que voy por mi dinero? Es mío y encima, ¿les tengo que pagar?”
La mayoría de ellos confiesa que no sabe cómo usar un cajero automático. “No sé apretar bien los números y siempre me quedaba sin dinero para mis gastos”, dice Chelita, que durante casi 30 años trabajó en una clínica del IMSS. “Yo me hago bolas y prefiero cobrar así.” “Tengo derecho”, repela otra.
Los ancianos se resignan. No pueden venir otro día. No pueden reclamarle a nadie, No pueden dejar su dinero para subsistir el resto del mes.
Son las once de la mañana y se han repartido más de 500 fichas. La fila alcanza ya la esquina siguiente, en la calle de Ámsterdan. Los viene, viene hacen su agosto y abarrotan las vialidades aledañas de dobles filas. Los taxis que llevan a los adultos mayores hasta la puerta de la sede delegacional se paran en el único carril que queda libre sobre Popocatépetl y se detienen el mismo tiempo que le lleva a una anciana bajar su andadera, apoyarse en la puerta, dar la vuelta y subir a la banqueta.
“No es posible que nos paguen de una forma tan indigna.” “Es el dinero de todo lo que trabajamos.” “¿Por qué nos tratan así?”, se escuchan los lamentos, mientras que ancianos en sillas de ruedas o ciegos, aún esperan su pensión.
Fuente: La Jornada
Es indigno que nos paguen así; es el dinero de todo lo que trabajamos, se quejan
Son las ocho de la mañana, más de 200 adultos mayores esperan parados en un estacionamiento oscuro. Son hombres y mujeres con gruesos lentes, cabello blanco, bastón o que sólo pueden asistir a cobrar cada mes su pensión del IMSS acompañados de un familiar, debido a sus problemas de salud. Son las 9:30 horas y los turnos de espera llegan a la ficha 325. La empresa de traslado de valores Tameme debió llegar hace casi tres horas a la sede delegacional DF3 Suroeste, ubicada en la calle de Popocatépetl, colonia Condesa.
Prácticamente cada mes los jubilados enfrentan la misma historia. Unos llevan banquitos plegables, otros se acomodan en un guacal, una cubeta y hasta en un escritorio abandonado. Otros usan como asiento el concreto frío de algunos escalones cercanos.
Unos minutos después de las 10 horas, por fin, los custodios llegan con el dinero y son recibidos con una mezcla de rechiflas y aplausos. Sin embargo, las “pagadoras” vienen en un auto diferente y no llegan al mismo tiempo. Cuando lo hacen, impera el desorden ante la desesperación de todos, que quieren salir de ahí.
Los jubilados gritan: “¡que no se metan!, ¡que se formen!” El remolino de gente junto a la mesa de las pagadoras es tal que los propios adultos mayores hacen una cadena humana a su alrededor para que se repartan los talones de pago con orden. Se oyen gritos, reclamos e incluso estallan peleas entre ellos.
“Es que deberían cobrar mejor con tarjeta del banco”, exclama un señor que acompaña a su esposa. La negativa tiene sustento. “¿Por qué el banco me va a quitar 10 pesos cada vez que voy por mi dinero? Es mío y encima, ¿les tengo que pagar?”
La mayoría de ellos confiesa que no sabe cómo usar un cajero automático. “No sé apretar bien los números y siempre me quedaba sin dinero para mis gastos”, dice Chelita, que durante casi 30 años trabajó en una clínica del IMSS. “Yo me hago bolas y prefiero cobrar así.” “Tengo derecho”, repela otra.
Los ancianos se resignan. No pueden venir otro día. No pueden reclamarle a nadie, No pueden dejar su dinero para subsistir el resto del mes.
Son las once de la mañana y se han repartido más de 500 fichas. La fila alcanza ya la esquina siguiente, en la calle de Ámsterdan. Los viene, viene hacen su agosto y abarrotan las vialidades aledañas de dobles filas. Los taxis que llevan a los adultos mayores hasta la puerta de la sede delegacional se paran en el único carril que queda libre sobre Popocatépetl y se detienen el mismo tiempo que le lleva a una anciana bajar su andadera, apoyarse en la puerta, dar la vuelta y subir a la banqueta.
“No es posible que nos paguen de una forma tan indigna.” “Es el dinero de todo lo que trabajamos.” “¿Por qué nos tratan así?”, se escuchan los lamentos, mientras que ancianos en sillas de ruedas o ciegos, aún esperan su pensión.
Fuente: La Jornada