Mientras exista el régimen salarial los trabajadores serán explotados o por los empresarios capitalistas o por el Estado como capitalista colectivo y, por consiguiente, deberán defenderse de ambos tratando de vender su mercancía particular, la fuerza de trabajo, por un precio más alto y en mejores condiciones. Para ello les convendrá unirse en grupos de productores de esa mercancía, o sea, en sindicatos por rama y por industria, para pesar más en el mercado frente a los capitalistas, que hasta forman monopolios. Los sindicatos son así, por un lado, una escuela elemental de unión y solidaridad clasista frente a los capitalistas y al Estado y, al mismo tiempo, instrumentos de incorporación de los trabajadores al sistema capitalista y de su asimilación por la ideología de mercado, así como una herramienta de dominación del Estado, en su acepción más amplia, y de control y sometimiento de los trabajadores mediante la mediación entre el aparato estatal, los capitalistas y las burocracias sindicales; éstas no son obreras sino burguesas porque defienden y difunden la ideología de las clases dominantes.
La independencia de los sindicatos frente a la patronal y frente al Estado, así como el pluralismo y la democracia en el seno de las organizaciones sindicales, son requisitos indispensables si se quiere evitar que los sindicatos sean simples instrumentos de los patrones o meras correas de transmisión del partido de gobierno (que, a veces, incluso es único y está fusionado con el Estado) y pierdan, por lo tanto, su papel en la defensa de los intereses de sus miembros para pasar a defender los del capitalismo de Estado o los de la burocracia (como en la ex Unión Soviética y en los países mal llamados socialistas).
Es obvio que no puede haber independencia sindical sin democracia interna en los sindicatos, ni tampoco una real democracia sindical en sindicatos dependientes políticamente de los patrones (o del Estado, que defiende a muerte la libre circulación de mercancías pero pone cadenas a la mercancía fuerza de trabajo). Es igualmente obvio que, a la influencia difusa de la ideología capitalista debida al papel del sindicato en el mercado se agrega en los sindicatos, que son –repetimos– organismos de mediación y dominación del Estado capitalista, la influencia organizada y concreta de la burocracia sindical.
Sin embargo, las burocracias sindicales no forman una capa homogénea. Un sector de ellas trabaja de común acuerdo con la oficina de personal de los patrones o del patrón-Estado e incluso se ha convertido en un grupo de empresarios privados en su propio gremio u en otro y, por lo tanto, acepta cualquier medida o ley antiobrera tratando sólo de salvaguardar sus privilegios ilegítimos, como hacen, por ejemplo, los charros clásicos priístas frente a la reforma de la Ley Federal del Trabajo, o la fracción de la CGT argentina que acepta sin rubor llamarse Balcarce (por la calle en que está la Casa Rosada) y que, por boca de uno de sus líderes, declara que es oficialista de todos los gobiernos y ni pestañea ante la reaccionaria ley oficial sobre accidentes de trabajo. Otro sector de la burocracia sindical de México o de Argentina, como la CGT Azopardo (sede histórica de la Confederación General del Trabajo peronista) dirigida por Hugo Moyano, al mismo tiempo que teje alianzas sin principio con partidos capitalistas opositores para presionar mejor al gobierno, comprende que debe luchar por algunas reivindicaciones justas y muy sentidas para mantener una base fuerte –el sindicato– como instrumento de negociación política (y, por supuesto, también como fuente de sus privilegios) Hay por último otros sectores que, por su origen o por razones históricas, son combativos y hasta lanzan declaraciones contra el capitalismo y colaboran con partidos anticapitalistas, pero reducen el margen de decisión de las asambleas de base y defienden contra toda competencia política el verticalismo del núcleo dirigente (como sucedía siempre, por ejemplo, en la izquierda sindical metalúrgica de la CGIL italiana y sucedió en la última elección en la fábrica ceramista Zanón en Argentina).
El capital, en su ofensiva general contra los trabajadores, intenta aplastar todas las resistencias y solidaridades (familiar, comunitaria, barrial, territorial, étnica, sindical) y volver al siglo XIX cuando no existían los sindicatos. Las burocracias no son capaces de resistir a esa ofensiva, porque, para poder intentarlo, deberían movilizar detrás de un proyecto anticapitalista no sólo a sus bases sino también a los desocupados y semiocupados, que son mayoría. De modo que hoy se combina la tarea de defender los sindicatos con la de darles, democratizándolos, una política anticapitalista capaz de arrastrar a vastas capas de explotados y oprimidos –hoy desorganizados– allí donde actúan los trabajadores sindicalizados.
La Organización Política de los Trabajadores (OPT) podrá cumplir con esa tarea a condición de ser democrática, pluralista, de romper con todo residuo de la idea de la unión nacional entre explotados y explotadores y de dedicar un esfuerzo poderoso a la formación política de sus miembros y de la sociedad mediante publicaciones periódicas, una revista organizativa y política, escuelas de cuadros y conferencias y planes de estudio sobre qué es el capitalismo actual, sobre la economía, sobre la historia del movimiento obrero mundial…
Las luchas que libran hoy bases sobre comunitarias o territoriales deben contar con el apoyo de los sindicatos combativos. Así como los IWW (Trabajadores Industriales del Mundo) de Estados Unidos dieron nacimiento a los sindicatos combativos en México, esa alianza entre las luchas y los organismos extrasindicales y los sindicatos clasistas en nuestro país puede ser un factor muy importante para politizar y organizar a los hermanos del otro lado de la frontera, cuyo apoyo será decisivo.
Fuente: La Jornad